Una universidad unida

La Universidad de Costa  Rica a lo largo de su historia ha experimentado  múltiples situaciones críticas y conflictivas, que incluso enfrentan  a grupos o

Uno de los signos más visibles en el contexto sociopolítico y cultural de Costa Rica y Latinoamérica en las dos últimas décadas es el debilitamiento de las instituciones públicas y la imposición de modelos neoliberales que se rigen por la lógica del mercado, la rentabilidad económica y la búsqueda de resultados inmediatos. En el caso específico de las universidades, éstas se han visto sometidas a cambios drásticos en los que se les exige la generación de rentas propias y se les acusa de ser nocivas para la hacienda de los países. A modo de ejemplo, recuérdense las diferentes publicaciones en contra de las universidades públicas que efectuaron varios de los ministros del gobierno de la presidenta Laura Chinchilla cuando se negociaba el Convenio FEES. Por lo anterior, ninguna universidad estatal de este país y con más razón, la Universidad de Costa Rica, puede aceptar este tipo de afrentas ni debe participar de ningún juego ideológico. Por el contrario, está llamada a encontrar las formas idóneas para presentarse a la opinión pública como un bloque compacto y comprometido con su misión humanista y social.

La Universidad de Costa  Rica a lo largo de su historia ha experimentado  múltiples situaciones críticas y conflictivas, que incluso enfrentan  a grupos o a personas, pero esto nunca debe ir en detrimento de una dinámica institucional que siempre está llamada a ser fragua de ideas y de libertades, con la única condición de mantener el respeto como principio fundamental.

Para la comunidad universitaria, hoy cobran plena vigencia las palabras del exrector Eugenio Rodríguez Vega, quien en su Informe de 1970-1971, subrayaba que el respeto al otro, era una condición esencial para una universidad seria y libre, y hacía la siguiente interpelación: “Si la Universidad de Costa Rica es una institución madura, debe encontrar la posibilidad de establecer un diálogo civilizado entre todas las ideas, sin que ninguna pretenda el monopolio de la verdad” (Informe del Rector, 1970-1971, p. 153).

Nuestra Institución debe preocuparse por hacer una lectura cuidadosa del entorno y sus condicionantes, y con los pies sobre la tierra, luchar por fortalecer su imagen de institución unida y sólida, por trabajar con total transparencia y apego a los procedimientos y principios institucionales. No en vano, hoy cobran vigencia y eco las palabras de Miguel de Unamuno, exrector de la Universidad de Salamanca, quien concluye su libro De la enseñanza superior en España, con su conocida frase ¡Y ahora, a trabajar todos!, en la que hace un llamado a los universitarios a aportar, sin ningún tipo de distracción o afán ajeno a los fines universitarios, a la solución de los grandes problemas que enfrenta y podría enfrentar el claustro universitario.

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