¿Y el sentido común?

Don Omar se mantuvo quieto y sereno sentado en su banco de siempre, mientras el fuerte socollón del “terremoto” de Nicoya desboronaba su horno

Don Omar se mantuvo quieto y sereno sentado en su banco de siempre, mientras el fuerte socollón del “terremoto” de Nicoya desboronaba su horno de barro. “¿Para qué sirve el sentido común? Mire usted, con la vista pude medir el peligro cercano y con el oído el que estaba por venir, pero eso sí debía estar tranquilo. Yo lo tenía todo bien calculado: la viga que podía caer, sabía cómo esquivarla; y por el ruido, si me mantenía atento, escuchar un segundo socollón. Por eso yo me quedé aquí y aquí estoy”.

Los periodistas y analistas políticos lo han repetido hasta la saciedad: para enfrentar algunos de los principales problemas del  país, lo que se requiere es sentido común. Sin embargo, se opta por caminos más escabrosos que tienden más bien a agudizar los problemas. Hace falta esa actitud reposada que permita valorar mejor los posibles caminos a seguir, antes de dar un primer paso en falso que puede conducir al despeñadero.

Medidas precipitadas han conducido a entregar buena parte de nuestro “capital social” –por ejemplo, del Instituto Costarricense de Electricidad y de la Caja Costarricense de Seguro Social– a los intereses privados. Y, hoy el Gobierno se apresta a construir una de las principales carreteras del país poniéndole la mesa servida a una empresa estatal china, que viene con equipo y trabajadores a encargarse de la obra. Sí, ¡claro!, los chinos utilizan el “sentido común” y ponen a sus empresas y sus trabajadores a abrirse camino en este mundo globalizado, donde escasea el empleo.

Somos un pequeño país que necesita brindarle apoyo a la empresa nacional, para generar empleo de calidad  y elevar el nivel de conocimientos en ciencia y tecnología aplicadas. Países como Japón lograron desarrollar tecnología propia contratando empresas extranjeras por un determinado tiempo y luego ellos mismos se encargaban de concluir las obras. La misma China sabe negociar poniendo condiciones a la inversión extranjera, de tal manera que se vea fortalecido el “capital social” del país. En ambos casos, no se aplicó una política de apertura a ciegas.

Nuestros países no deberían comportarse como si fueran las nuevas colonias del mundo globalizado. Jamás de rodillas ante los grandes intereses de países, empresas y organismos financieros internacionales. Hay que retomar el espíritu de quienes apostaron por la soberanía y la libertad, para emprender la nueva batalla por la dignidad. Tampoco deberían convertirse en cómplices de las nuevas estrategias de dominio, por ejemplo, serruchándose el piso entre sí, al permitir que las grandes empresas amenacen con –o, incluso, opten por–  irse de una nación, porque otra les ofrece mejores condiciones para explotar su mano de obra o sus recursos naturales.

Vivimos tiempos donde pesa el asedio de los poderes “fácticos” globales. Nuestros pequeños y empobrecidos países no deben convertirse en presa fácil de esos poderes. Hay que cerrar filas.

Quienes se aprestan a tomar las riendas del país, para el próximo cuatrienio, tienen la responsabilidad de encarar este desafío histórico con decisión y valentía, pensando en  los  intereses y la dignidad del país. Es decir, apelar a la sapiencia y al sentido común para esquivar algunos golpes que pueden ser mortales.

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