Presidenta luce encerrada en un laberinto que ella misma construyó

El 7 de mayo pasado, al abordar un jet privado supuestamente vinculado a negocios del narcotráfico, la presidenta Laura Chinchilla agregó

El 7 de mayo pasado, al abordar un jet privado supuestamente vinculado a negocios del narcotráfico, la presidenta Laura Chinchilla agregó una nueva curva al intrincado laberinto de decisiones y alianzas fallidas que la tiene aislada de su partido, su bancada y sus colaboradores de mayor confianza, en el último año de su gobierno.

¿Cómo llegó a este laberinto la mujer que asumió la presidencia con un 46 % del apoyo popular? ¿Quién construyó los muros de este encierro?

La foto del 8 de mayo de 2010, durante el traspaso de poderes, muestra una Laura Chinchilla exultante, que ofrece un discurso de 25 minutos, sencillo y directo −desprovisto de las clásicas citas célebres de su predecesor−, en el que promete un gobierno en el que nadie pretenderá tener “el monopolio de la verdad”. La acompañan en la imagen el presidente saliente Óscar Arias, el recién elegido diputado Luis Gerardo Villanueva, sus padres y su esposo.

“Me presento con la humildad de quien sabe que no podrá tener éxito en su tarea, si no es capaz de convocar a ella a todas y todos los ciudadanos de buena fe”, dijo.

De quienes posaron en aquella foto solo quedan a su lado los lazos de sangre: sus padres, su esposo. A los demás los perdió en un camino en el que fue apostando por personas que luego la abandonaron bajo el fuego de los escándalos y cuyas facturas Chinchilla cargó −hasta dejarla en rojo−  a la cuenta de su capital político.

Las primeras figuras del laberinto las construyó en su inicio gubernamental, cuando apoyó la iniciativa de la jefa de su fracción legislativa, Viviana Martín, para aprobar un incremento salarial a los diputados que casi duplicaba sus ingresos.

La propuesta era incrementar un 60 % los gastos de representación y un 40 % las dietas. Las críticas llovieron no solo sobre los legisladores, sino sobre la presidenta, quien tuvo que referirse al tema desde España, durante su primer viaje al exterior.

Meses más tarde Viviana Martín renunció a su curul para aceptar un importante y muy bien remunerado cargo en la firma Avianca-Taca.

Al cumplir un año en el gobierno, una segunda cadena de incidentes erosionaron su imagen. El epicentro: René Castro, su canciller, quien había sido su jefe de campaña y era uno de sus consejeros más cercanos.

La primera oleada de críticas llegó cuando la prensa reveló los nombramientos discrecionales otorgados a familiares de colaboradores de su campaña en puestos del servicio exterior; la segunda con la autorización dada al gobierno de Daniel Ortega para dragar el río San Juan. Chinchilla respaldó a Castro en ambas iniciativas.

La crisis de los nombramientos a dedo resultó en una investigación de la Procuraduría de la Ética, concluyendo que, en 47 casos, los nombramientos se habían hecho mediante figuras de conveniencia nacional, emergencia o inopia, que nunca se fundamentaron, por lo que finalmente Chinchilla tuvo que emitir una directriz y dar marcha atrás con los nombramientos.

La autorización para dragar el río San Juan culminó en una invasión nicaragüense a parte del territorio nacional, un juicio en la Corte Internacional de Justicia de La Haya y la sustitución de sus ministros de Seguridad y Relaciones Exteriores, José María Tijerino y René Castro, respectivamente.

En paralelo, la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) reveló que estaba virtualmente en quiebra y la ministra de Salud, María Luisa Ávila –una de los jerarcas con mejor imagen pública−, propuso intervenir la institución. Chinchilla no la respaldó y nombró a Ileana Balmaceda en la presidencia ejecutiva de la CCSS.

El resultado fue fulminante, Ávila renunció inmediatamente y señaló como causa a Chinchilla.

Ambos sucesos terminaron de cortar sus lazos con el expresidente Óscar Arias, quien durante su mandato había negado la autorización de dragado a Ortega y criticó duramente a su exvicepresidenta por variar ese criterio y provocar una crisis bilateral.

TROCHA Y CUCHILLO DE PALO

Pero, los principales daños a su imagen se los infringiría el manejo del escándalo por la dilapidación de fondos para construir la trocha en la frontera norte, así como la revelación de que su principal asesora, Flor Isabel Rodríguez, y su esposo el ministro de Hacienda, Fernando Herrero, habían subvalorado el precio de sus propiedades y omitido declarar al fisco parte de los ingresos de una de sus empresas.

En el primer caso, la presidenta demoró la toma de decisiones, mientras el escándalo crecía en la prensa y en las redes sociales, hasta que tuvo que hablar por cadena nacional, pedirle la renuncia a su ministro de Obras Públicas, Francisco Jiménez, y admitir que en el proyecto se habían cometido serias irregularidades.

En el segundo, Chinchilla sostuvo su apoyo a Herrero y a su esposa durante una semana. El jerarca de Hacienda solo renunció cuando se reveló que una empresa que era propiedad de su cónyuge, había omitido declarar ingresos por ¢50 millones y que, además, varias de sus ministros y el vicepresidente Luis Liberman habían firmado cartas de recomendación para que la compañía obtuviera un contrato con RECOPE.

El resultado: la Procuraduría de la Ética determinó que el vicepresidente Liberman, el ministro de Educación, Leonardo Garnier, y otros funcionarios, violaron principios éticos de integridad, imparcialidad, rectitud y objetividad al firmar cartas de recomendación para la empresa de la exasesora presidencial.

La crisis cerró como dice el refrán: en casa de herrero cuchillo de palo; la imagen de la presidenta pagó la factura política.

FESTEJO BLINDADO Y AVIÓN PRIVADO

Los últimos tramos del laberinto, Chinchilla los construyó con las piezas de la concesión de la ruta a San Ramón y con la decisión de viajar al Perú en el avión privado de una empresa señalada de vínculos con el narcotráfico.

La concesión de la ruta San José-San Ramón a la empresa brasileña OAS, con un contrato por $524 millones, provocó una mayúscula protesta de los vecinos de Occidente, quienes protestaron masivamente por la desproporción entre el costo de la obra, los escasos tramos de construcción y el elevado precio de los peajes.

Durante meses la mandataria y su ministro de Obras Públicas, Pedro Castro, se negaron a escuchar a los vecinos, hasta que las protestas se hicieron masivas y culminaron en una batalla campal cuando Chinchilla decidió dar su discurso de conmemoración al héroe Juan Santamaría el 11 de abril, en una plaza amurallada por la policía y, por primera vez en la historia, no permitió el ingreso de los ciudadanos al acto cívico.

Durante las protestas de ese día Chinchilla cruzó espadas con el presidente de su partido, Bernal Jiménez, quien se manifestó opuesto a la concesión de la carretera. Ella replicó calificándolo como “un adulto mayor que se asustó al caer en una manifestación en un auto de lujo”, a lo que el político respondió señalándola como una presidenta “que no quiere oír”.

En medio del tsunami, el candidato oficialista a la presidencia, Johnny Araya, tomó distancia de Chinchilla e hizo pública su oposición al proyecto. El mismo camino siguieron varios diputados de su propia bancada.

Días más tarde y, otra vez por cadena nacional, Chinchilla tuvo que dar marcha atrás y anunciar el finiquito “por mutuo acuerdo”, del contrato de concesión con la firma OAS.

El último de los tropiezos por cadena nacional, lo protagonizó el pasado jueves, cuando anunció la renuncia de su viceministro de la Presidencia, Mauricio Boraschi y de su asistente personal, Irene Pacheco, por causa de las fallas en los controles de la seguridad presidencial durante su último viaje a Perú.

Ambos funcionarios fueron arrasados por una crisis, que comenzó con la decisión de convertir el viaje privado a la boda de un hijo del vicepresidente Liberman en una actividad oficial y de pedir a la empresa THX Energy, colaboración para transportar a Chinchilla a dos ministros y a su asistente en un vuelo “de cortesía”.

Un día antes, la crisis por el vuelo de la vergüenza −como se lo calificó popularmente− había cobrado el cargo de su ministro de Comunicación y colaborador más cercano: Francisco Chacón, quien renunció tras aceptar que falló en sus funciones.

Así, laboriosa y personalmente, la presidenta Laura Chinchilla fue construyendo con sus decisiones el laberinto en que se encuentra hoy. Desde ahí, alejada de su partido, de su bancada y de sus electores, encara el último año de su gestión, apoyada básicamente en sus lazos de sangre.

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