La cambiante imagen del músico sigue siendo esquiva a casi 250 años de su nacimiento. Hoy crece la industria en torno a su figura y son varias las preguntas sobre su vida. ¿El niño prodigio era ayudado por su padre? ¿Lo acosaron las deudas? Lo cierto es que Mozart sigue definiendo con gran precisión nuestra época: su música también vislumbra la serenidad sin alcanzarla nunca.
Más de medio millón de personas recorre todos los años las calles angostas que conducen al lugar de nacimiento de Mozart, el tercer piso de una casa medieval de la Getreidegasse. Es de alguna manera una visita obligada.
Al subir las escaleras, y una vez que se deja atrás la artificiosa «cocina de Mozart», se llega a la sala en la que se exhiben fotografías de partituras firmadas y primeras ediciones. Ahí se pueden ver algunas reliquias sentimentales, como el pequeño violín infantil de Mozart y un presunto mechón de pelo del músico. Se pueden escuchar los hechos y las ficciones de Mozart, profundamente entrelazados, que los guías cuentan en una cacofonía de lenguas.
Hay elaboradas historias sobre las proezas juveniles de Wolfgang en el terreno de la composición, algunas adivinanzas absurdas sobre el lugar de la habitación en que nació, y también objetos: su caja de tabaco, una billetera, botones de una de sus chaquetas. Hay un par de trabajos artísticos que siguen siendo elocuentes, como el retrato inconcluso de Mozart al piano, de Joseph Lange, que, más que cualquier otra descripción, nos permite vislumbrar el lado oscuro de su intensa personalidad. Lamentablemente, están ubicados junto con malas reproducciones de otros retratos familiares.
Lo que queda son copias, fotocopias y facsímiles, como si no tuviera importancia porque nadie podría notar la diferencia.
Su lugar de nacimiento es una metáfora del tumulto y las contradicciones que rodean a Mozart a medida que se aproxima el 250ø aniversario de su nacimiento, que tendrá lugar en enero: la estridencia de afirmaciones en un sentido y en el contrario, el examen de datos biográficos, la combinación de admiración genuina y explotación y, por sobre todas las cosas, la confusión de hechos demostrables, hipótesis tentativas, mito y ficción absurda. En la actualidad, Mozart es un gran negocio, y la ciudad de Salzburgo -que espera que más de la mitad de sus ingresos turísticos multimillonarios procedan de la industria de Mozart- es la primera en admitirlo.
La paradoja es que durante mucho tiempo Salzburgo borró a Mozart de su historia. Si bien se erigió una estatua en 1842, no fue sino hasta 1880, casi un siglo después de su muerte, que se creó un museo en su lugar de nacimiento. El Mozarteum, una fundación dedicada al legado del compositor, compró la propiedad en 1917, y las exposiciones fueron creciendo, sobre todo a partir del segundo centenario de su nacimiento, en 1956.
Hace poco, la industria de Mozart hizo una fuerte apuesta a la permanencia del músico en el poder. Cada vez que alguien compra una taza de Mozart, tarjetas o velas con su figura en el museo de su lugar de nacimiento, contribuye a solventar la reconstrucción de una notable «nueva» casa de Mozart.
La Mozart Wohnhaus, o casa de Mozart, donde la familia vivió a partir de 1773, está ubicada del otro lado del río, en la Makartplatz. El Mozarteum había empezado a convertirla en museo en la década de 1930, pero fue bombardeada en 1944 y luego se construyó un edificio de oficinas en el predio. El Mozarteum se endeudó para reunir el millón de dólares que necesitaba para comprar el terreno, demoler el edificio de oficinas y reconstruir finalmente la casa.
De modo que ahora hay en el lugar un nuevo centro dedicado a Mozart, que cuenta con un museo audiovisual y un espacio seguro para la conservación de manuscritos. Espera atraer visitantes a la ciudad vieja. Es un riesgo, ya que Mozart no siempre fue el compositor más popular del mundo, aunque es cierto que por ahora parece serlo.
El Mostly Mozart Festival, que se realiza en el Lincoln Center, sigue llenando salas, al igual que su versión londinense más reciente del Barbican Center. En momentos en que la venta de CDs declina, Mozart sigue teniendo éxito en disco, así como en la web. Se desarrolló una gran industria cuasi científica sobre la dudosa asociación de Mozart (y la música clásica en general) con el desarrollo mental infantil.
¿Pero es el Mozart que veneramos el verdadero Mozart? De hecho, ¿queda a esta altura algún verdadero Mozart? Existe una actitud muy sentimental que se arraigó en las primeras décadas posteriores a su muerte. En lo que ahora parece un intento de establecerlo como genio, la biografía de Mozart se transformó. El compositor esmerado se convirtió en el artista inspirado; el artesano a sueldo se convirtió en el creador de espíritu libre. Y también está por otro lado Mozart como eterno niño: ¿de dónde diablos salió eso?
En una declaración apócrifa en su lecho de muerte, que hizo su primer biógrafo, Franz Xaver Niemetschek, se le hizo decir a Mozart: «Ahora debo abandonar mi arte, tal como antes me liberé de la esclavitud de la moda, me aparté de los especuladores y obtuve el privilegio de seguir mis propios sentimientos y componer con libertad e independencia lo que me dictara el corazón».
Eso resumía todo lo que los románticos esperaban de un compositor y que Mozart no era. Había dedicado buena parte de su último año a la composición de dos óperas por encargo que estaban destinadas a circunstancias de interpretación muy diferentes, así como a profundizar en danzas que formaban parte de su trabajo en Viena. No podemos saber con seguridad si «componer con libertad» es un concepto que Mozart pueda haber entendido o deseado. Todo indica que anhelaba que lo necesitaran y lo apreciaran: que le pidieran que compusiera música y hacer gala de su habilidad interpretativa.
Sí, quería que al público le gustara su música, y que demostrara con su atención que le gustaba. Sí, quería que su música superara la de todos los demás. Pero no hay pruebas de que compusiera para algún futuro remoto.
Como parte de la tendencia desmitificadora que caracterizó a la última parte del siglo XX, la investigación moderna reveló hechos que cuestionan la historia de Mozart como prodigio. Hasta que Wolfgang Plath estudió la letra manuscrita de las partituras, no sabíamos qué porcentaje de los primeros trabajos había escrito (¿o editado? ¿o compuesto a medias?) el padre de Mozart, Leopold. Mucho se dijo de la admisión de Mozart en la famosa Academia Filarmónica de Bolonia a los catorce años de edad, pero los documentos que quedan indican que su composición de ingreso fue objeto de innumerables correcciones.
En su intento de demostrar que su hijo era un genio, Leopold pronto lo convirtió en un compositor presentable. Pero Christoph Wolff cuestionó que Mozart fuera a los quince años tan buen compositor como Mendelssohn.
Mozart aprendió de la música de otros, y lo hizo de forma brillante y con una velocidad asombrosa. La presentación que hizo Leopold de sus primeros trabajos se basó sobre todo en su deseo de impulsar la carrera de Wolfgang, y toda «ayuda» que haya podido darle sin duda fue producto de su generosidad. Pero luego Mozart superó las expectativas de su padre y siguió su propio camino musical y personal, lo que generó grandes tensiones en la relación entre ambos.
La investigación también reveló nuevos datos sobre el método de trabajo de Mozart. La importante hipótesis de Alan Tyson, producto del estudio de las partituras de Mozart, es que a veces empezaba trabajos, los abandonaba y los completaba más tarde, seguramente por algún encargo. Muchos fragmentos prometedores quedaron inconclusos.
No se puede descartar un bloqueo creativo pero, dada la fecundidad de las ideas de Mozart, no parece probable. Un rápido rechazo del material de segundo orden parece más plausible: Mozart debe haber sido su crítico más exigente, ya que no había nadie a su alrededor que entendiera realmente su música. De modo que es posible que comenzara piezas, jugara con algunas ideas, luego decidiera que no funcionarían y más tarde las abandonara. Esos esbozos que Mozart hacía al componer son fascinantes, y algunos son excelentes. No son tantos como los de Beethoven, incluso si se piensa que desechó muchos, pero bastan para rebatir la idea de que Mozart siempre escribía piezas completas y de un tirón.
El hecho de que guardara tantos fragmentos, sostiene Neal Zaslaw, indica que pensaba retomarlos en un futuro. En esos esbozos, se comprueba que trabajaba haciendo complejas combinaciones, delineando secuencias y probando melodías.
Sabemos que, sobre todo como pianista, interpretaba obras que se le habían ocurrido pero que nunca escribió. Sin embargo, los esbozos también demuestran que los momentos cruciales necesitaban preparación y trabajo. Ese era sin duda el «trabajo largo y laborioso» al que Mozart se refería en la dedicatoria de seis cuartetos a Haydn, un compositor con el que podía hablar de igual a igual.
También se desmitificaron las finanzas de Mozart, y se demostró que probablemente ganaba mucho más que lo que creíamos en Viena y que finalmente no era tan pobre como se decía. Pero si ganaba tanto más, ¿a dónde iba el dinero?
Sin duda la vida de compositor independiente y maestro que hacía, era una vida cara. Tenía que asistir a reuniones sociales, vestirse de forma adecuada y mantener cierto nivel de vida.
La enseñanza no le aseguraba una forma de vida, si bien Wiebke Thormahlen destacó que sus acuerdos con alumnos daban muestras de un fuerte sentido comercial: acordaba una serie de clases, de modo tal de cobrar «independientemente de los caprichos semanales de una dama». Sin duda le faltó el dinero: sus famosas cartas suplicantes a Michael Puchberg sobrevivieron. ¿Tal vez escribió muchas más, dirigidas a otras personas?
¿Y qué pensar de las pruebas que se descubrieron en la década de 1990 acerca de que en el momento de la muerte de Mozart su protector, el príncipe Lichnowsky, le había entablado una demanda por dinero que el compositor le debía? La demanda de Lichnowsky apareció de forma misteriosa, pero sugiere que bien podría haber otros acuerdos financieros y problemas de dinero de los que nada sabemos.
A partir de 1991, el hiperactivo segundo centenario de su muerte, la investigación sobre Mozart siguió -ya sin tanta publicidad- revisando nuestras ideas sobre partes importantes de su producción. La interacción de Mozart con la cultura de las ciudades en las que trabajó fue objeto de gran atención y abarcó no sólo el plano instrumental, sino la cultura local, la influencia de determinados cantantes, el desarrollo operístico, etc.
Hay una actitud mucho más fructífera que el simple análisis de la interacción de biografía y composición, que había sido la forma habitual de describir la motivación de Mozart. (Esta última da lugar a muchos problemas: si escribió intensos trabajos como consecuencia de la muerte de su madre, ¿por qué Una broma musical tras la muerte de su padre?)
En nuestra época, en que la idea de progreso musical se derrumbó y los oyentes aprecian un espectro musical mucho más amplio en términos cronológicos y geográficos, Mozart sigue siendo famoso. ¿Durante cuánto tiempo más?
Podría pensarse que el apogeo de su fama correspondió al período del segundo centenario de su vida, de 1956 a 1991. Sin embargo, a medida que se acerca el próximo período aniversario, de 2006 a 2041, no hay indicios de que Mozart haya perdido importancia entre los compositores. Sigue llegando con gran precisión al fondo de nuestra época, a nuestra incertidumbre emocional, a nuestra capacidad para vislumbrar la serenidad sin alcanzarla nunca.
Uno de los mejores resúmenes de las paradojas de Mozart sigue siendo el profético ensayo de 1956 de Donald Mitchell: «Lo que asombra, y a veces confunde, es la ágil síntesis de Mozart (…) su ambigüedad esencial. (…) Mozart explora esos profundos confines del espíritu humano en que los opuestos son idénticos».
Para 1991, el autor que más hizo por contar la historia de Mozart a nuestra generación, H. C. Robbins Landon, consideraba que el compositor se había convertido en algo casi apocalíptico: «la mejor excusa para la supervivencia humana que hayamos encontrado, y tal vez, después de todo, una leve esperanza de supervivencia perdurable».
El núcleo de la cambiante imagen de Mozart sigue eludiéndonos. Pero la música continúa hablando con gran fuerza después de más de dos siglos, y eso, pensamos, podría satisfacer a un hombre que conocía el valor de lo que creaba.
Traducción de Joaquín Ibarburu para Clarín