EL PROFESOR Kant es tan regular en sus costumbres que cada día esperamos su paso para poner en hora nuestros relojes. Cruza la calle siempre por esta esquina a las cuatro en punto de la tarde. El resto del universo, en cambio, es irregular, confuso, impredecible.
A las cuatro en punto de la tarde a veces brilla un sol violento y a veces es de noche. Hay días en que recién acabamos de cenar y otros en que las cuatro de la tarde llegan inmediatamente después del desayuno. Los peores son esos días de infierno en que las cuatro en punto vuelven una y otra vez, casi a cada momento. Imagínese usted en qué horrible caos viviríamos si no nos informara el profesor Kant, con su paso regular y confiable, cuándo están empezando a ser otra vez esas veleidosas cuatro de la tarde.
II
TODOS PONEN en hora sus relojes al paso preciso del profesor puntual. Así, cuando Kant se va de viaje, la gente del pueblo no logra llegar a un acuerdo, algunos relojes atrasan y otros adelantan, la maestra llega a la escuela cuando los niños ya se han ido, los novios no coinciden en la iglesia a la hora de la ceremonia de bodas (muchos matrimonios fracasan antes aún de haberse realizado) y se producen batallas callejeras para decidir en qué momento exacto debería escucharse el tañido de las campanas.
A fin de evitar esos viajes que ponen en peligro a toda la comunidad, alguien propone distraer al profesor para que llegue tarde a la estación, sin medir las consecuencias de semejante confusión de horarios, el riesgo de que el tren les atropelle el tiempo haciéndolo pedazos.
III
EL PROFESOR Kant pasa por aquí todos los días exactamente a la misma hora. Usted escuchará este comentario en cada una de las calles del pueblo, con una curiosa coincidencia en las cifras. Se preguntará, entonces, cómo es posible que el profesor Kant pase por lugares tan alejados unos de otros, todos los días a la misma hora. Es que se trata de una hora faldera, domesticada, una hora que se ha encariñado de tal manera con el profesor que cuando Kant sale a dar su paseo, está dispuesta a abandonar la manada salvaje del tiempo para seguirlo por donde quiera que vaya.
IV
CUANDO EL PROFESOR Kant da su paseo habitual caminando hacia atrás, hasta la leche vuelve a entrar en las ubres de las vacas.
V
EL PROFESOR Kant pasaba por aquí todos los días exactamente a la misma hora. Gracias a su puntualidad regulábamos el tiempo y los relojes. Desde que Kant ha muerto, toda certeza es precaria, a cada instante todas las horas son posibles. Y más de una vez se concentran simultáneamente varias en un solo momento vertiginoso y eterno del que salimos maltrechos, con los relojes mustios, desvaídos.
VI
PARA CASTIGAR a un alma tan puntual como la del profesor Kant, el demonio lo condena a vagar por el Paraíso, donde el tiempo no existe, donde a nadie le importa qué hora es, donde el concepto mismo de las horas ha sido abolido porque nadie desea, porque nadie espera nada.
VII
KANT MERECE ser premiado por su ética, por ese imperativo categórico que tantas veces el Señor trató de imponer a través de numerosas y fracasadas religiones. La puntualidad es el máximo placer en el que se regodea el alma del profesor. Podría serle útil en el infierno, donde los condenados cuentan cada minuto de castigo. Pero ¿cómo premiarlo en el Paraíso, donde la eternidad es tan intensa que no deja lugar a ninguna esperanza? Y el Señor, compadecido, crea para él un breve tiempo que lo rodea y lo sigue como una nube personal, oscura, protectora: Kant y su tiempo vagan inefables por las eternas praderas mientras los ángeles ajustan las clepsidras a su paso.
Sobre la autora
ANA MARÍA SHUA nació en Buenos Aires en 1951. Ha trabajado como publicitaria, guionista de cine, periodista y antóloga. Publicó las novelas Soy paciente, Los amores de Laurita, El libro de los recuerdos, La muerte como efecto secundario. Especialista en el cuento superbreve, recopiló sus relatos en libros como La sueñera, Casa de geishas y otros. Los de esta página pertenecen a Botánica del caos.
Tomado de El Cultural.