De manera especial, la literatura de Italo Calvino es espiral. Fue un escritor versátil que trabajó la novela, el cuento corto, el ensayo, el relato y el periodismo. A pesar de haber usado diferentes métodos literarios, su escritura es una interminable línea continua que, como una gran telaraña, intenta aprehender el universo. «La obra literaria es una de esas mínimas porciones en las que el universo se cristaliza en una forma, en la que cobra un sentido, no fijo, no definitivo, no atenazado por una inmovilidad mortal, sino vivo como un organismo», escribe en el apéndice de su libro Seis propuestas para el próximo milenio (1988).
En este libro se presentan cinco de las seis conferencias que dictaría para la Universidad de Harvard, en el ciclo «Charles Eliot Norton Poetry Lectures». Murió justo antes de hacer el viaje el 19 de septiembre de 1985.
Antes de cumplir los sesenta y dos años, Calvino logra en esas propuestas hacer un resumen de lo que fue su obra. Cada capítulo desarrolla un valor literario para el siglo xxi. Como dentro de una telaraña elíptica, Calvino habla de sus preferencias literarias y da ejemplos de lo que logró con su escritura. Esta espiral, tejida en torno a la Levedad, la Exactitud, la Rapidez, la Visibilidad y la Multiplicidad, en realidad desenreda el misterio literario.
Elige como punto de partida la Levedad porque le sorprende la casualidad por la que las cosas llegaron a ser lo que son. Hay un tenue hilo que mantiene unido al universo. Pero este no es un valor novedoso en Calvino; ya desde 1972, en Las ciudades invisibles describe algunas ciudades que gozan del privilegio de la Levedad. Estas ciudades inexistentes con nombre de mujer, que Marco Polo relata al Gran Khan, flotan en la imaginación del viajero y en la del lector, convirtiéndose en metáforas y alegorías no sólo de ciudades reales, sino de personas y de actitudes.
La segunda propuesta literaria para el milenio es la Rapidez. En este concepto Calvino centra la importancia del tiempo narrativo, del ritmo con el que fluye un texto, que en sus propias palabras es la «búsqueda de una expresión necesaria, única, densa, concisa, memorable».
En la Exactitud, tercer valor, Calvino pretende rescatar esa tierra prometida «donde el lenguaje llega a ser lo que realmente debería ser». La literatura, en este sentido, debe ser definida, nítida, precisa. «Mi búsqueda de la exactitud se bifurcaba en dos direcciones. Por una parte, la reducción de los acontecimientos contingentes a esquemas abstractos (…); y por la otra, el esfuerzo de las palabras por expresar con la mayor precisión posible el aspecto sensible de las cosas.»
Esta búsqueda personal puede verse en la novela Palomar(1983), el último libro publicado en vida de Calvino. Es una especie de novela modular, que describe de manera exacta las experiencias del señor Palomar. No es gratuito que el personaje lleve el nombre de un observatorio. Él todo lo observa y cada experiencia la divide en una descripción «científica» o exacta de aquello observado; posteriormente hace un relato con visión antropológica donde el lenguaje, los significados y los símbolos son el elemento importante; finalmente el personaje medita esos temas y su relación con el cosmos, el tiempo y el infinito. En palabras del autor, se trata de «una especie de diario sobre problemas de conocimientos mínimos, vías para establecer relaciones con el mundo, gratificaciones y frustraciones en el uso del silencio y de la palabra».
Sin embargo, Calvino reconoce que, en materia de Exactitud, su mayor logro está en Las ciudades invisiblesporque pude concentrar en un único símbolo todas las reflexiones, mis experiencias, mis conjeturas».
Para la cuarta propuesta eligió la Visibilidad. Acepta que, de niño, antes de saber leer, su acercamiento al mundo era a través de las tiras cómicas. Así, la imagen se convirtió en un disparador de historias que él creaba más allá de lo que podía leerse en los «globitos» de diálogo. Para el autor, la imaginación visual debe volverse un repertorio de lo potencial, es decir, «la capacidad de enfocar imágenes visuales con los ojos cerrados (…) de pensar con imágenes». El libro El castillo de los destinos cruzados (1973) es un ejemplo de esta capacidad. Ítalo Calvino tomó un mazo de cartas de tarot, lo distribuyó sobre la mesa y comenzó a recrear los relatos evocados por las imágenes.
Finalmente, como su última propuesta eligió la Multiplicidad. En ella ve a la novela contemporánea como «enciclopedia, como método de conocimiento, y sobre todo como red de conexiones entre los hechos, entre las personas, entre las cosas del mundo». Todos los libros antes mencionados cumplen esta función. Ya sea con metáforas de ciudades, o con imágenes que nacen de un juego de tarot, o con experiencias personales observadas en un mundo real. Sus libros contienen una estructura acumulativa, modular, combinatoria… Como él mismo confiesa a través de un personaje de El castillo de los destinos cruzados, «lo que he conseguido ser: un prestidigitador o ilusionista que dispone sobre su tablado de feria cierto número de figuras, y que desplazándolas, conectándolas, intercambiándolas obtiene cierta cantidad de efectos».
Pero esta multiplicidad, esta red tejida en torno a una realidad verídica o imaginada, termina por cumplirse de una manera más completa en una novela que tiene como tema central la escritura misma. En Si una noche de invierno un viajero.. (1974), Calvino logra amalgamar en un mismo libro su preocupación por la literatura y su placer por el juego y la multiplicidad.
Si una noche de invierno un viajero… es un libro que trata la relación entre el escritor y el Lector, que es el personaje principal. Calvino se propuso como meta escribir el primer capítulo de diez novelas «apócrifas» escritas con una trama, estilo, personajes y mentalidad distinta a la suya.
Así, el lector se enfrenta a una trama donde un Lector, que conoce a una misteriosa Lectora, sufre al perder la posibilidad de terminar de leer una novela que había comenzado… La búsqueda por terminar su lectura lo lleva a encontrar diez novelas diferentes, o más bien, diez principios de novelas diferentes: la de la niebla, la de la experiencia corpórea, la simbólico-interpretativa, la político-existencial, la cínico-brutal, la de la angustia, la lógica-geométrica, la de la perversión, la novela telúrico-primordial y la novela apocalíptica.
Esa angustia del personaje Lector es transmitida al lector que no sólo quiere terminar de leer diez novelas, sino que se pregunta cómo terminará ésta, la de Calvino. Concluye de una manera genial, cerrando su red como una espiral que se muerde la cola.
Este final está directamente conectado con el apéndice que escribió para las Seis propuestas para el próximo milenio;El arte de empezar y el arte de acabar.» El autor reconoce que hay siempre un punto de partida y uno de llegada. Pero la espiral que él teje con su literatura, ¿va del centro a la periferia o de la superficie hacia el centro de las cosas? Tal vez, en palabras de su personaje, el señor Palomar, puede encontrarse la respuesta: «Sólo después de haber conocido la superficie de las cosas –concluye–, se puede uno animar a buscar lo que hay debajo. Pero la superficie de las cosas es inagotable.»
Se dice que la sexta propuesta, conferencia que no escribió, sería la Consistencia. Es probable que el último valor que le concede Ítalo Calvino a la literatura sea el que más ejerció. A pesar de la versatilidad de sus textos, es un escritor consistente. Aunque sus libros sean muy diferentes unos de otros, algunos neorrealistas, otros fantásticos, algunos basados en experiencias y otro producto de su imaginación, todos están relacionados con la intención del autor de ir desenredando la espiral de la realidad para hacer circular la hélice de su escritura. Ahora falta un personaje Lector, como el que habita las páginas de Si una noche de invierno un viajero… que venga a desenredar la espiral de Ítalo Calvino para hacer la suya propia. Porque, como dice el señor Palomar, «el universo es el espejo donde podemos contemplar sólo lo que hayamos aprendido a conocer en nosotros».