
Cada uno de ellos entrecruza con su partenaire las reminiscencias que le desatan las sucesiones corporales pretéritas. Circunstancias que desatan expectativas, calenturas, valentías y cobardías pero, raramente, celos; pues, como señala el protagonista: «A mi edad ya no se puede ser frívolo».
Con un oficio de escritura por momentos deslumbrante, el autor de La novia de Matisse hace gala de su erudición poética, musical y pictórica, que se sintetiza en un manejo del relato anticipatorio de una cadencia cinematográfica, plagada de flashbacks, raccontos, largos travellings y profundos zooms, herramientas manipuladoras de los tiempos capaces de encandilar vanguardias desprevenidas no menos que a experimentadas andrófobas de country club. Pues Vicent coloca al varón frente a su dilema, dado el caso, «hubiera cogido a la chica y la hubiera llevado, aunque fuera a rastras, a ese lugar del mundo donde terminan las fieras y comienzan los ángeles, pero lo único que consiguió fue abrazarla tímidamente».
En un Madrid «polvoriento y satánico» donde se acumula el sol tibio de los (también) sucesivos septiembres, desfilan mujeres siempre aledañas a lo etéreo, ya sean mucamas inocentes, teutonas fálicas, actrices degolladas o madres católicas. Del otro lado pululan los machos licántropos, pianistas rumanos, atletas celestes y pequeños onanistas. Sangre, San Juan de la Cruz y Johann Sebastian Bach ambientan escenas cuya resolución emerge de ese extraño cruce entre el realismo y lo mitológico que avanza siempre al borde de lo fantástico, sin serlo.
Todo Cuerpos sucesivos acaso circule en torno a esa pregunta que el autor restringe a la condición masculina, que funciona al modo de una tesis y que el lector puede sin dudarlo ampliarla al conjunto de la condición humana: «No comprendía el corazón de las mujeres, pese a haber pasado tantos cuerpos sucesivos». Inquietante inquietud de la que el autor zafa con un latiguillo: «Tal vez esta incapacidad se debía a que no había amado verdaderamente a ninguna», y chau. De esta novela y su módica experiencia personal el lector adulto no es improbable que concluya que el corazón aludido poca semejanza guarda con el de las sístole y las diástole; más bien se aproxima a ése que suele dibujarse en los troncos de los árboles, al que, de uno u otro modo, ningún cuerpo alcanza a darle cobijo ya que se halla en otro lado. Allí, donde habitan las palabras, es preciso ir a encontrarlo.
Tomado de Página 12