El pecado de la envidia

Humoradas aparte, es necesario reconocer que Sagot es un pianista muy bueno, -concedido, con largueza y entusiasmo- tanto así que esa debería ser, en

La señora Aurelia Dobles, en el suplemento Áncora del periódico La Nación, del domingo 30 de noviembre de este año, entrevista al pianista Jacques Sagot. Anota la entrevistadora que, según Sagot, los músicos dicen de él que es un escritor «buenísimo» y los escritores consideran que es un pianista «buenísimo». Es decir, algo así, como que ‘como escritor es muy buen pianista’. Lo que sería todo un detalle, es que fueran los escritores mismos los que valoraran que él es un hombre de letras aceptable.

Humoradas aparte, es necesario reconocer que Sagot es un pianista muy bueno, -concedido, con largueza y entusiasmo- tanto así que esa debería ser, en pro del arte, su única actividad interpretativa.

Viene esto a cuento, a raíz de que en esa misma entrevista, al referirse al libro «Ella» de Sagot, los conversadores mencionan un texto que es básico, al decir de Jacques, para la concepción de su obra. Ahí, doña Aurelia pregunta «Entonces, ¿habría que pasársela a Pablo Salazar, el que te hizo una ácida crítica en el Semanario Universidad? Y el músico aludió a mí en los siguientes términos: «Creo que la envidia es uno de los más grandes homenajes que le pueden hacer a uno… Nadie envidia lo que está por debajo de él… El que envidia le rinde un homenaje involuntario a la persona a la que envidia […] la oís como oír llover; como parte de la gusanera humana. Mis respuestas a esa crítica son dos inminentes nuevos volúmenes que publicaré antes de marzo». ¿El argumento ‘ad hominem’ (¡ah qué placer escribir latines!) merece mayor comentario? Hubiera sido de elemental elegancia que Jacques defendiera su obra, o bien, atacara la memoria de la crítica, pero ¿tildar de envidiosos a los que no gustan, con sobradas razones, lo que él escribe, es buen parapeto?

Dejando de lado el epíteto de oruga que se me endilga, -y como me encuentro en desventaja en cuanto a receptores- remito al lector al ejemplar del suplemento «Los libros» del Semanario Universidad Nº 1551, fechado 13 de noviembre de 2003 (www.semanario.ucr.ac.cr) en donde aparece la crítica que motivó que Sagot concluyera que él puede ser motivo de envidia para alguien. Ahí, cualquier desapasionado leedor podrá inferir si hay maledicencia personal en contra del pianista o inquina en contra de su texto. La crítica se limita a enunciar un hecho y sostenerlo: «Ella» es prosa poética sin valor literario.

Para mí, y centenas de lectores, sería un enorme placer que Sagot, o cualquier otro, produjera, produzca, literatura de buena y bella calidad. Qué mejor orgullo que el saber que hay autores notables nacidos, creados y criados aquí. Es de natural bonhomía alegrarse del éxito ajeno.

No, a Jacques no se le tiene ninguna envidia. El es un buen hombre que se levanta, trabaja, así pasa el día y se acuesta; -a menos que uno tenga seriesísimas carencias materiales- ¿qué hay de envidiable en esto? Pero aun y cuando existiera alguna animadversión hay un suceso incontestable: «Ella» es una mala obra.

Se sabe que ha habido incrementos en las ventas y consumo de libros. Hay una masa de lectores nuevos que ocupan librerías y sillones para enfrentar la lectura. Pues bien, la finalidad de mi crítica, hacia lo que se encamina, es prevenir sobre textos como el del pianista. Más sencillo: que no se vaya a pensar que esa forma de escribir es literatura verdadera. De ser así se corre el riesgo de que un lector novato tome un ejemplar de «Ella» y una vez leído el «Prefacio innecesario» de este «libro innecesario», salga dispuesto a no separarse nunca más de su televisor.

Por último; promete Sagot que, antes de marzo, publicará dos nuevos volúmenes. Él ha dicho que sabe «a estas alturas distinguir un templo de un burdel». Semejante alarde de observación siempre es buen signo en un artista. Parafraseemos: ojalá consiga un buen producto de arte verdadero y no de mercancía.

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