Con Gore Vidal siempre llega el escándalo y un poco de aire fresco al desierto de lo políticamente correcto. Cuando este ácido escritor habla de Estados Unidos no deja títere con cabeza.
La edad no ha logrado quebrar sus aires de aristócrata ni sus ímpetus de revolucionario. Desciende en zig-zag las escaleras de su majestuosa casa en Hollywood, erguido y con la mirada altiva. Habla como un lord británico, solemne, casi condescendiente, y se encarga de mostrar su lado izquierdo, el fotogénico. Ha ensayado muchas veces. El libro que acaba de publicar en español, La edad de oro, recrea el periodo de la política estadounidense en el que Franklin y Eleanor Roosevelt ocupaban la Casa Blanca. Es su obra número 26.
En su radiografía del poder, la primera dama resulta ser lesbiana y el presidente Roosevelt un adúltero chismoso y un manipulador que provocó el ataque a Pearl Harbor para forzar a su país a entrar en la Segunda Guerra Mundial. No hay nada como poner la historia en manos de Gore Vidal, quien a sus 77 años ha vivido personalmente buena parte de ella. Y qué decir de la actualidad, con las grandes multinacionales ejerciendo el poder detrás de presidentes títeres, como describe a George W. Bush.
¿No le parece diabólico que un presidente provocara un ataque como el de Pearl Harbor, que costó la vida a 3.000 hombres?
No, me parece brillante. El pueblo no quería entrar en guerra contra Hitler, pero él sabía que sin la alianza estadounidense Hitler acabaría por vencer a Gran Bretaña y atacar a Estados Unidos. Así que provocó a los japoneses, entramos en la guerra y ése fue el fin de Hitler.
Los familiares de las víctimas quieren demandar al Gobierno estadounidense por ello. ¿Les ayudaría?
No, no tengo tiempo para esas cosas.
En su libro describe la manipulación de la opinión pública en la elección del presidente en Estados Unidos. Parece que eso no cambió mucho en medio siglo.
No, no mucho. Bueno, ahora es bastante más corrupto. Siempre fue moderadamente corrupto, ya que la clase gobernante de aquí es muy inteligente. El problema de Latinoamérica es que la clase gobernante no es muy lista (en cuanto a camuflar la corrupción). La nuestra es en extremo inteligente porque lleva haciéndolo 300 años, desde que estábamos bajo la corona británica. Ahora la corrupción está fuera de control y eso no molesta a nadie, lo cual es muy mala señal. Algo como Enron no hubiera ocurrido con Roosevelt.
¿Cómo llegó Bush a la Presidencia?
No lo sé. Mi primo (segundo, Al Gore) fue elegido, pero el Tribunal Supremo no le permitió ejercer. Eso fue un golpe de Estado. Gore habría sido muy aburrido, pero al menos no es tan tonto como los demás. Es más culto y tiene mejor educación que los otros candidatos. Fue elegido por medio millón de votos, pero para averiguar eso en una crónica de The New York Times tendrían que leerse antes 16 párrafos, ¡y eso sí sería patriotismo!
¿Tiene alguna relación con Gore?
No ninguna. Básicamente lo desapruebo en términos políticos. Sé que él lee mis libros. Tarde o temprano chocaríamos, así que ambos necesitamos practicar lo que yo llamo “rechazo plausible” (nos negamos de manera convincente para guardar las apariencias).
Usted ha dicho que lo único que deseó ser fue presidente. ¿Qué hubiera hecho de haberlo logrado?
Hubiera destruido el Pentágono; hubiera reducido su presupuesto a la mitad.
El presidente de Estados Unidos habla todos los días sobre la guerra contra el terrorismo, pero el Congreso no la declaró.
La última guerra declarada es la que relato en el libro, que empezó el 8 de diciembre de 1941. Desde entonces he contado 300 acciones militares unilaterales que hemos hecho contra otros países sólo porque nos apeteció, en Panamá, Guatemala o en Irak. Ustedes los nombraron, nosotros los perpetramos, ¡y sólo porque combatíamos el comunismo y había la posibilidad de que Gadafi fuese comunista! O porque peleábamos contra las drogas y había que destruir a Colombia, o ahora que luchamos contra el terrorismo, lo que al parecer abarca a todo el mundo islámico o sea, a 1.000 millones de personas contra quienes luchar. Por supuesto, perderemos. Somos demasiado pequeños para lograrlo.
El 11 de septiembre usted estaba en Italia viendo la destrucción de las torres gemelas por televisión. ¿Tuvo algún arrebato de patriotismo?
No, conocía demasiado bien el contexto. Sabía de nuestras provocaciones.
¿A qué se refiere?
Una de mis frases, que el Gobierno parece no admitir, es el primer principio de la física: no hay acción sin reacción. No se pueden hacer al mundo islámico algunas de las cosas que le hemos hecho o hemos ayudado a que le hagan sin esperar que se enfade. Ésta es gente que se toma su religión muy en serio, hasta el punto de morir por ella, algo que nosotros ni soñaríamos. Tenemos un enemigo real y aterrador. Nadie sabe cómo luchar con gente que se estrella contra un edificio. Así que nos hemos dedicado a satanizarlos en la prensa. Tarde o temprano tenía que surgir un osama.
¿Quiere decir que Estados Unidos es en parte responsable de lo que le ocurrió?
¡Por supuesto! Estas cosas no suceden así como así. Lo que pasa es que los medios son veneno puro que dan a la gente su punto de vista, que es el de los que poseen el país, que a su vez poseen los medios, el Congreso y la Presidencia. Quieren que nuestro pueblo tenga una visión muy simple e infantil del mundo. “Éstos son mala gente” –entona como ET–. Nosotros somos los buenos. Ellos son los malos”.
¿Por qué cree que nadie en su país hace esa reflexión sobre la responsabilidad de Estados Unidos en los atentados?
Nadie se ha preguntado siquiera por qué lo hicieron, como tampoco por qué lo hizo Timothy McVeigh, autor del atentado contra un edificio federal de Oklahoma. McVeigh era un hombre muy inteligente y elocuente. Era un patriota. Trataba de salvar a su país de lo que consideraba un mal gobierno.
En su libro, Roosevelt gana un tercer mandato gracias a la guerra. Hoy, gracias a ella, los republicanos llevan ventaja en las elecciones de noviembre al Senado. El Pentágono obtuvo su mayor aumento de presupuesto en 20 años…
He de decir que el Pentágono odia la guerra. Ellos no quieren resultar heridos. Sólo quieren dinero, bases y armas. Ya sabe, si le dan a Boeing el contrato para fabricar nuevas armas, los generales se llevarán parte del dinero. Esto está muy corrupto. Y cuando se retiren, en 20 años, pueden conseguir trabajo en esas empresas a las que les compraban armas. La guerra sólo les interesa, como les llamo yo, a los mariquitas como los Bush, que nunca han luchado en las guerras pero les encanta que otros las peleen.
¿Qué pensó cuando Bush mencionó el «eje del mal» en su discurso sobre el estado de la Nación?
(Risas) Una locura. Es una tontería. Pero entonces uno se da cuenta de que él no sabe lo que es un eje. Simplemente usó una palabra que le habían puesto los escritores de sus discursos. Hay muy pocas palabras en su cabeza, eso se ve, y eje no es una que los estadounidenses utilicen mucho. Para los que sabemos de historia o la vivimos, eje significa Alemania–Italia–Japón. Es un símbolo del nazismo frente a los aliados.
En su libro anterior, un personaje descubría que el tiempo tiene forma de pretzel, las galletas saladas con las que se atragantó Bush hasta desmayarse. ¿Qué pensó cuando se enteró?
Yo no sé nada de eso, aunque puedo contarle lo que se dice en Washington: que ha vuelto a darse a la bebida. Que veía el partido, bebiendo y comiendo pretzels, se desmayó y cayó de boca al suelo. Pero eso es de Washington, no mío.
La conmoción del 11 de septiembre hizo que el mundo se solidarizara con Estados Unidos, pero, eso se ha revertido y ahora incluso hay un sentimiento en contra.
Hemos cometido todos los errores posibles. ¡Imagínese, atacar Afganistán, que no tenía nada que ver con ello! Si creían que Osama se escondía allí, podían haber entrado y secuestrarlo, como hicieron con Noriega en Panamá. No necesitaban tal cantidad de tropas ni bombardear a tanta gente inocente. Fue una cosa terrible. Es como si Roma decidiera barrer a la mafia y para ello bombardeara Sicilia.
¿Cree que volverá a ocurrir?
Estamos haciendo todo lo posible. Es delicioso para los gobernantes. Pueden eliminar los derechos individuales, encerrar a quien quieran y hasta juzgarle en secreto. Medidas de guerra sin guerra. ¿Qué podría ser más deseable para quien quiere el poder total?
¿Se necesita estar dentro del juego para cambiarlo?
No, hay que comprenderlo, explicarlo, hablar de él y escribir de él.
¿Cuáles son las tres grandes mentiras de la historia?
(Silencio prolongado) La mayor, que el hijo de Dios se hizo hombre, bajó a la tierra, murió y resucitó; que Estados Unidos tiene una democracia, y que la humanidad puede hacer algo para salvarse a sí misma.