La poetisa Diana Ávila tiene más de tres décadas de cultivar cuidadosa el jardín de sus palabras. Parece viajar a un mundo alucinado y a su regreso simplemente deja algunos rastros de su aventura en los textos.
En su poesía adivinamos su profundidad. Su cuidadoso trabajo con el verso permite una depuración exquisita. El resultado es una poesía fresca, rebosante de franqueza.
Este poemario recoge un vago itinerario que reúne su paso por rincones y momentos en ciudades de Europa, su homenaje hermanado a figuras como Lorca o Alejandra Pizarnik, pero también su conmovida mirada de niña eterna, de duende, que con una sensibilidad conmovedora se deja sentir los capullos, las tardes, la lluvia y las alas todopoderosas de un ángel que se posa sobre un geranio.
Luego vuelve a viajar. Ella siempre regresa al mundo de su poesía, siempre se va.
Sus ojos están dormidos y destilan lentamente sobre su sonrisa.