Los Parques

Nuestros novelistas abandonaron el campo. Los temas de contenido urbano, los argumentos que se tejen entrelazados con la ciudad de San José, predominan en

Nuestros novelistas abandonaron el campo. Los temas de contenido urbano, los argumentos que se tejen entrelazados con la ciudad de San José, predominan en la narrativa costarricense desde hace al menos tres décadas, cuando una generación de escritores decidió experimentar con diversas técnicas literarias y se vio poderosamente atraída por contar la vida en una ciudad que comenzaba a crecer en su desorden.

La ciudad de San José, el área metropolitana, a partir de 1950, inicia un crecimiento canceroso, desordenado y caótico, que destruyó el patrimonio arquitectónico, desfiguró el perfil de la ciudad y diseminó a sus pobladores en barrios residenciales, urbanizaciones y tugurios que proliferaron en forma descontrolada por lo que hasta entonces eran potreros y cafetales.

En la literatura costarricense, si bien es cierto que desde sus inicios existe una marcada tendencia a contar lo rural, no había muchos más, a partir de la generación de novelistas de los años sesentas y setentas predominan las ficciones de contenido urbano. Esta temática y estos contenidos, se extienden hasta nuestros días, lo rural ha tendido a desaparecer de nuestras novelas.

A esa generación pertenece Gerardo César Hurtado, que a la edad de 25 años publicó Los Parques, novela corta, realista y experimental, en la que un personaje aficionado a la literatura, medio fracasado medio cínico, padece los tormentos de ser el amante de una mujer casada que ya lo desprecia, la frustración de no sentirse con talento para escribir a pesar de tanta pasión y la soledad que genera el no encontrar un lugar en la sociedad costarricense.

“Siento amargura, se decía, cuando atravesaba la ciudad en dirección a su casa. Encontrar las mismas casas, los rostros indiferentes. Por allá un saludo. Por acá un amigo de colegio que le estrechaba la mano. Las mismas vueltas, en torno a sitios estrechos, a callejones malolientes, al sentir en lo profundo, una fiebre de infinito; todo para salvarse. Nada que no fuera lo violento a extremo, con sangre y gritos, podía darle garantías de una emoción duradera. En cualquier rincón que buscase preguntas estaban las mismas respuestas. ¿Una búsqueda de algo superior? Ninguna. Era como gritar junto a un pozo; era como arrancarse algo auténtico y entregarlo. Lo buscó vanamente en lo religioso. Pero se sentía asqueado, muy asqueado, con los deseos prematuros de un vómito cósmico, que saliera de él, de una vez por todas, para aliviarse las penas.”

La ciudad posibilita ese tipo de personaje solitario, depresivo, egoísta, clase media, con pretensiones intelectuales, personaje que se desgarra, que se debate en una lucha interna por vivir de una forma distinta a la que exige la tradición, pero que no soporta el quedar fuera del grupo social del que espera reconocimiento.

“Miró Tino hacia la distancia ocre y azulina, los edificios y la gente que salía del Automercado Los Yoses. No pensó en nada, sólo el sudor en la espalda, resbalando en la piel, con la boca amarga, los labios inmóviles, las manos quietas.”

Constantino, Tino, también escribe y sus textos se entrelazan en el argumento de la novela, lo cual genera un efecto multiplicador de ficciones: un narrador cuenta lo que otro narrador cuenta. Este tipo de experimentación técnica es característico de la época y del autor, que en cada una de sus novelas parece más interesado por la forma en la que se cuentan las historias, que por la historia misma.

San José, sus parques, son trasladados al mundo de la ficción que tiene al realismo como una de sus posibilidades. El parque de la Merced, el parque Central, el Morazán, el parque España y el Nacional, son escenarios, testigos y cómplices silenciosos, de los desengaños, de las sospechas, la frustración, de los encuentros furtivos entre amantes prohibidos y de los tiempos de ocio de los personajes de la novela de Gerardo César Hurtado, que no dejan de resultar familiares.

En medio del vertiginoso ritmo vital de la ciudad, en medio del concreto, del humo, del asfalto y del ruido de los automóviles, los parques vienen a ser refugios, oasis, puntos de reunión y de distensión para unos ciudadanos que se presentan demasiado agobiados por la vida. “La misma hora. Ciegos, vendedores ambulantes. Vagabundos, niños jugando alrededor de una piedra

gigante, sobre una pequeña colina rodeada de césped. El sol ilumina los árboles, filtra sus rayos, juega con las sombras, esconde rostros, un polvillo tenue cubre las ramas de los arbustos; hay basuras diseminadas. Una señora junto a una estatua espera a alguien. Lejos, la gente camina apresurada en dirección al Hospital San Juan de Dios. Un olor desagradable llega hasta los rostros impasibles de unos visitantes. Uno de ellos toma fotografías con una Kodak Instamatic, retrocede un poco para tomar mejor la foto, verifica la visualidad y aprieta, suena un clic, que lo escucha Juan Rodrigo que camina muy lentamente, pensativo, su rostro refleja preocupación. Un sonido de sirenas se oye. Una canción, que se pierde en el espacio amarillento del parque.”

Los Parques es una novela ágil, fluida, en la que destaca la vocación literaria del autor, que junto con otros escritores de su generación, como Carmen Naranjo o Alfonso Chase, se ve convocado a contar la ciudad y sus vicisitudes, abriendo un camino que seguirán los novelistas de las generaciones posteriores. Gerardo César Hurtado, con sus novelas y con su experimentación literaria, se ha ganado un lugar en la historia de la literatura costarricense y con su trabajo como editor de revistas filosóficas y literarias, contribuye con el debate intelectual en una sociedad en la que los medios de comunicación masiva, parecen empeñados en sumir en la oligofrenia cultural, a la mayor cantidad posible de costarricenses.

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