Los informáticos

A un amigo estadounidense le pregunto cómo percibe el caso Snowden: da una vuelta, sonríe y termina en un circunloquio sobre las libertades individuales.

A un amigo estadounidense le pregunto cómo percibe el caso Snowden: da una vuelta, sonríe y termina en un circunloquio sobre las libertades individuales. Montag es así cuando conoce a Clarisse (la loca), una joven que cuestiona su felicidad, lo invita a leer libros y lo estimula a pensar. Montag (Ray Bradbury: Fahrenheit 451) es el bombero del gobierno distópico, incendia los libros para que nadie piense, para que la sociedad viva en el cielo tecnológico que se reproduce en las paredes virtuales.

La alienación que se sufre de los objetos es flexible, se adapta a los gustos sociales: surgen como una necesidad y desatan las fuerzas más siniestras de la creación humana (Mary Shelley: Frankenstein). La Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de los Estados Unidos diseñó un estratégico programa (PRISM) de vigilancia que incluye llamadas telefónicas, correos, chat, servidores… −toda la vida electrónica que usted y yo, neófitos en inteligencia informática, podamos imaginar−. Este programa de espionaje irrespeta los derechos de los gobiernos y los derechos personalísimos de los individuos. Sin embargo, Edward Snowden sacude al mundo cuando  devela la tétrica trama, en junio de este año, en los periódicos [] The Washington Post y  The Guardian.

Gilberto Lopes, periodista de UNIVERSIDAD (No. 1986:25), ofrece una panorámica del joven Bradley Manning, experto en seguridad informática y responsable de suministrar información a Julian Assange (WikiLeaks). Manning fue detenido en mayo del 2010, no sin antes  revelar el espionaje sistemático que  Estados Unidos realiza en los países y el costo económico de las últimas guerras en Irak y Afganistán: “… la guerra y sus efectos costarán $3.7 millones de millones”.

Si Snowde y Manning parecieran salir de las páginas de Fahrenheit 451, el caso de Aaron Swartz  es más dramático por su desenlace trágico. Este genio de la computación denunció que el legado cultural  de la humanidad es controlado por un grupo de empresarios privados, que subastan los textos en el mercado de la toga y el birrete. Swartz descargó “…cinco millones de documentos…” Y los puso a disposición en Internet (Teleguía, 30/6/13). Pero, el gobierno de Estados Unidos criminalizó sus actos y lo destacó como un terrorista informático. ¿Quién es capaz de resistir años en prisión y, probablemente, sin acceso a ese instrumento que es parte integral de su cerebro? ¿Cuál era la salida para evitar la cárcel y la indemnización? Swartz siguió los pasos de la señora de Fahrenheit 451: “se balanceaba entre libros, petróleo y un fósforo desgarró la noche con su luminosidad”.

Acoso e intimidación, coacción y eliminación son códigos que el poder utiliza para neutralizar a los enemigos del pensamiento divergente. Lo sorprendente es que ninguno de estos muchachos, expertos en tecnología, está ligado a esas redes oscuras de golpe de mano y silenciador, de veneno y francotirador: son ciudadanos estadounidenses, semejante a los viejos juglares que llevaban las noticias por el mundo y lograron sobrevivir gracias al ejercicio de la memoria. Mi amigo gringo se despide como Montag cuando Faber estrecha su mano, cruza la puerta y dice con una limpia sonrisa: ¡Dios Salve a América!

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