Reflexiones sobre el Papa, Orlando Barrantes y los EBAIS

Como ferviente católico contemplaba con alegría el humo blanco que anunciaba el fin de la espera. Hubiese sido inaceptable una Semana Santa con un

Como ferviente católico contemplaba con alegría el humo blanco que anunciaba el fin de la espera. Hubiese sido inaceptable una Semana Santa con un trono petrino vacío. Con mi rosario en la mano, agradecía el fin del suplicio que significaba la carencia de un pastor para el rebaño de Dios. Entonces, en el silencio que antecedía al anuncio del nuevo Papa, recordé lo que presencié el día anterior cuando asistí al juicio del señor Orlando Barrantes.

Barrantes, dirigente del Movimiento de Trabajadores y Campesinos (MTC), enfrentaba una causa por el secuestro de policías ocurrido durante una manifestación en Guápiles en el año 2000. Sin entrar en detalles sobre el juicio, lo que me llamó la atención fue un argumento de la fiscalía. Este afirmaba que como se encontraba una camioneta repleta de piedras dentro de la marcha, eso implicaba una premeditación hacia la agresión, por parte de los líderes de la protesta. El testigo que era interrogado en ese momento, negaba cualquier planeación y por el contrario, aseguraba que en Guápiles, como zona pedregosa, no es de extrañar que cualquier grupo dentro del calor de la protesta, sin necesitar el consentimiento de los organizadores, hubiese tomado la decisión de cargar el vehículo con las piedras.

Entonces, reflexioné sobre la delicada línea que separa las acciones colectivas de las individuales. La frágil división entre la voluntad de la masa y la dirigencia caudillista. Luego, mirando a Bergoglio, me cuestioné sobre si persignarse en una cara impuesta es digno de los creyentes, en tanto que seres autonómos e independientes. ¿Acaso la Semana Santa es solo un vía crusis televisado desde el coliseo? Claro que no. La conmemoración de la entrega de Cristo es una práctica en la cotideanidad. Un jerarca que genere dependencia atenta contra la dignidad misma del alma.

Podría pensarse que sin una dirigencia autoritaria se caería en un clima caótico. No obstante, una semana después los trabajadores del Programa de Atención Integral en Salud (PAIS) me mostraron que sí es posible equilibrar la verticalidad. Fui protagonista del cierre de la Hispanidad el Lunes Santo en defensa de los EBAIS; recuerdo trabajadores asombrados porque nunca creyeron verse efectuando tales acciones. Sin embargo, no solo la defensa de sus empleos, sino también evitar el desamparo de los asegurados, nos llevaba a todos a esos extremos. Lo notable era que la acción colectiva, que fue ordenada y exitosa, no necesitó ninguna mediación de dirigencia caudillista (esos oportunistas que tantas veces han corrompido los movimientos sociales). Se sentía plenamente un aire de libertad.

Es cierto que se contaba con algunos dirigentes, pero era un liderazgo que no subyugaba a nadie. Nos veíamos unos a los otros como seres pensantes reflexionando, no como ganado pastando. Pese a tener perspectivas distintas, todas las opiniones eran valiosas: la mía como simple estudiante, la del adulto mayor asegurado, la de los señores David Morera y Rosemary Gómez del SINDEU, así como la del doctor Peralta, abanderado del PAIS. Mas noto con mucho pesar que dentro del catolicismo, mi palabra no tiene el peso de ni siquiera un cura de pueblo; y dentro de mi gobierno, ni siquiera tengo palabra.

Orlando Barrantes no era más que un vocero del clamor popular; por ello terminó absuelto. Pero la educación y la religión, regidas por las clases dominantes, han implantado la creencia de que las correas que unen las luchas están atadas por individuos, cuando realmente es un fin y un enemigo común lo que mantiene la unidad. Esa creencia no cambiará mientras existan esos ególatras que desean estar sentados en un trono.

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