Represión presidencial

Algo se desdibuja en el imaginario costarricense cuando la política conservadora de la señora Presidenta se transforma en represión contra manifestantes de San Ramón,

Hubiese querido iniciar con una frase ingeniosa, seleccionar un verso o citar a alguna frase célebre. Sin embargo, no podemos adornarnos ni recurrir a eufemismos. Me refiero a la represión, avalada por la señora Presidenta Laura Chinchilla, que sufrieron los asegurados que participaron en la manifestación del 8 de noviembre frente a la Caja Costarricense de Seguro Social. ¿Cuál es el delito de exigir inversión pública, restablecer especialidades médicas en clínicas y hospitales regionales? El espurio argumento utilizado por el Ministro de Seguridad Mario Zamora para reprimir a los manifestantes es vergonzoso: “se debe salvaguardar el libre tránsito”. ¿Y el derecho constitucional que se expresa en el artículo 61 es una figura retórica o una falacia jurídica?

Algo se desdibuja en el imaginario costarricense cuando la política conservadora de la señora Presidenta se transforma en represión contra manifestantes de San Ramón, Puntarenas y de otras comunidades. Lo que sí se representa es la violencia institucionalizada, simétrica con la incapacidad para dar respuestas a la sociedad civil. ¿Qué hacer cuando las instituciones emblemáticas son saqueadas, subastadas al mejor postor, no para una redistribución de la riqueza, no para beneficio común: es para el disfrute y la acumulación de capital de un selecto grupo de empresarios, de transnacionales, de países que “amarran” beneficios y salvaguardan sus intereses con los TLC?

El discurso político-ideológico oculta las intenciones del hablante y este cree firmemente que su verdad es incuestionable: “firme y honesta” se lee en panfletos emblemáticos de propaganda política, ni más ni menos como esta sociedad de consumo que alienta a la juventud al éxito y le da un portazo en la cara porque pocos son los elegidos. La otra parte de la juventud frustrada, incompetente, es desechable, invisibilizada, son los perdedores expulsados del paraíso material.

Seducir a la población con violencia estructurada, tiene mucho de procacidad y falta de escrúpulos. Las demandas sociales no se silencian con garrotazos ni con golpes indiscriminados. La población es consciente de que pocos concentran los recursos y muchos los ven pasar en los “bmw”, que con tanta arrogancia se enorgullece en citar el expresidente Arias.

¿Qué hacer cuando el narcisismo embrutece y se jacta de predicar que el camino está en los saberes científicos, tecnológicos, de investigación e idiomas, para dar el salto soñado hacia el primer país desarrollado de América Latina?

Pareciera que la falacia y la sublimación tienen mucho de cinismo cuando se subraya el desarrollo social. Ese es el discurso ideológico: una maraña de promesas altisonantes que se dibujan en la billetera, es decir, el estafador publica sus éxitos para honrarse a sí mismo.

Es verdad que la violencia es estructural al sujeto y a la sociedad. No obstante, se supone que el Estado garantiza el respeto de los derechos humanos, canaliza las formas de represión institucionalizada. Pero las acciones emprendidas por la Fuerza Pública el 8 de noviembre develan que la represión siempre ha estado ahí, oculta, agazapada con su doble faz: poder y violencia.

 

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