Esquipulas o el fin de una quimera regional

Dado lo anterior, cabe afirmar que los acuerdos de paz de Esquipulas, a los que he venido calificando como la concreción escrita de los

El acusado deterioro de las condiciones de vida de las grandes mayorías centroamericanas que se ha venido manifestando, a lo largo de las dos décadas y media transcurridas desde la firma de los Acuerdos de Paz de Esquipulas, Guatemala, constituye el mejor indicador del fracaso en la aplicación de esos protocolos, irrespetados por las mismas elites políticas y militares de la región, que por otra parte son los causantes de la más reciente guerra civil centroamericana.En este  fracaso hay, además, la presencia de una intencionalidad, no siempre explícita, de ciertos actores que impulsaron la firma del documento, pero sobre todo la elaboración de los términos con los que, de manera paulatina, se fue poniendo fin al conflicto bélico, propiamente tal. Dichos tratados contemplaban la formación de comisiones de reconciliación en cada uno de los países donde el conflicto bélico alcanzó sus puntos más altos, tal y como sucedió en los casos de Guatemala, Nicaragua y El Salvador, habiéndose evidenciado la poca voluntad política de las elites regionales para introducir modificaciones, de orden social y económico, con las que habría sido posible empezar a superar las raíces más profundas del conflicto armado, sentando las bases para una refundación democrática. Lo cierto es que la paz regional nunca se construyó, al eludir las elites gobernantes los desafíos a la ilegitimidad de sus mandatos, llegando a considerar que si ellos habían ganado la guerra, no estaban obligados a nada que fuera más allá de la introducción de cambios cosméticos, dentro de la cara política de la dominación.

Dado lo anterior, cabe afirmar que los acuerdos de paz de Esquipulas, a los que he venido calificando como la concreción escrita de los términos de contrarrevolución blanda (ver al respecto nuestro libro “La desmovilización militar en américa central”, Dice Libro Editores 2008), impulsada por el entonces presidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez,  por oposición a la contrarrevolución dura que impulsaban el presidente estadounidense, Ronald Reagan, el almirante John Poindexter y el asesor de seguridad nacional, Oliver North como un curso de acción que contemplaba operaciones militares en gran escala, incluyendo la intervención armada directa de los Estados Unidos. Esta fue una opción hábilmente jugada por el presidente costarricense de la época, quien contó con la decisiva asesoría del analista político chileno, John Biehl, dentro de los términos de una estratagema, que le permitió  presentarse como un gobernante capaz de enfrentar los designios políticos de Washington durante la fase final de la  guerra fría, cuando en realidad de lo que se trataba era de convencerlo de que la vía escogida por él, conduciría al logro de los mismos propósitos: aniquilar los procesos revolucionarios, pero sin tener que pagar el alto costo político que hubiera representado una intervención militar directa de los Estados Unidos, estando reciente el recuerdo de experiencias semejantes durante el conflicto bélico del Sudeste Asiático, a lo largo de la segunda mitad de los sesenta e inicios de los setenta. De ahí que Óscar Arias se convirtió en el artífice de la contrarrevolución que terminó por dejar casi intactos los intereses de los grupos oligárquicos del istmo centroamericano, al alejar los fantasmas de una revolución social.

La brusca caída de los indicadores sociales económicos, durante las últimas dos décadas, constituye otro elemento digno de ser tenido en cuenta desde una perspectiva regional, evitando así los análisis fragmentados que rompen con toda posibilidad de análisis de lo ocurrido durante la postguerra, al cortar toda conexión con el pasado histórico reciente. La baja de indicadores de esperanza de vida al nacer unida al aumento de la mortalidad infantil, la desnutrición y otros de carácter social económico referidos a salarios reales e inflación, nos dicen que los frutos de la aplicación de políticas neoliberales/ neoconservadoras, propias del Consenso de Washington, como otra parte de la estrategia de la contrarrevolución blanda, se tradujo el hecho de que en lo sucesivo la guerra continuará por otros medios, aunque sin actores sociales o políticos definidos y con rostro visible, pues el final del conflicto bélico no pasó de ser un cese del fuego, agravado por la miseria y frustración de las grandes mayorías de la región, como resultado de una contrarrevolución exitosa.

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