Que cada palo aguante su vela

Asistimos a la renuncia de las responsabilidades directas o primarias, esas que dan sentido a los encargos que cada quien asume.El resultado queda a

Asistimos a la renuncia de las responsabilidades directas o primarias, esas que dan sentido a los encargos que cada quien asume.

El resultado queda a la vista: nuestro barco dejó de andar hace tiempo. Ni los ciudadanos hacen lo suyo, sea por cinismo o falsa cultura, ni los gobernantes asumen su encargo.

Aquí parece deporte nacional evadir responsabilidades. Pero eso sí, nadie olvida reclamar plenariamente sus derechos. Todos esperan del Estado sin soltar prenda. Quieren política de primer mundo pero depositan su confianza –a través de su voto- en políticos de tercer y hasta cuarto mundo. Exigen infraestructura, educación y salud de ricos, aunque paguen impuestos -si es que pagan- de pobres.

Todo condimentado por un abuso consuetudinario del sofisma y la pose populista, al mejor estilo de los “crowd pleasing candidates” o aduladores de masas, esos que desde ayer, y aún con más fuerza hoy, nos acosan y amenazan con campañas ignorantes y costosísimas, reelecciones indeseadas e hipercalculadas. Síntomas orbitales o reproducción estéril, de aquella cultura de estulticia e improvisación que nos mantiene en este sumidero o cementerio de las virtudes en que se ha convertido la política costarricense.

Para muestra, la presidenta Laura Chinchilla, fiel reflejo de quienes la votaron, se ha retratado de cuerpo entero al incurrir en una comisionitis aguditis cuasi ridiculis.

Sostengo que quien no sabe, o aún sabiendo, no se atreve, nombra comisiones.

Afirmó en campaña saber de seguridad. Es más, haber dedicado su carrera a ese delicado tema. Sin embargo, pospuso toda decisión y perdió valioso tiempo recurriendo a una comisión que, a su vez, delegó en otros la definición de lo que había que hacer en seguridad.

El resultado de aquella experiencia con nombre anodino, Polsepaz, es que seguimos en lo mismo. Poco o nada pasó. La presidenta, simplemente, no decidió. Delegó y pospuso, en síntesis: evadió. Tornó patente lo que ya sabíamos: comisionar, aquí, equivale a estrangular cualquier esperanza de decisión y acción.

¿Y mientras tanto los delincuentes? Bien gracias.

Pero no solo esa vez la presidenta se agachó. La crisis de la CCSS, provocada por los últimos gobiernos -del PLN en mayoría deshonrosa por cierto-, fue otra oportunidad para decidir y así, demostrar firmeza. Al nombrar nuevamente una comisión para disimular su indecisión  no solo perdió la oportunidad de probar su liderazgo, sino a su ministra más popular y competente, términos, por cierto, difíciles de reunir por estos días en una funcionaria de ese nivel.

Continuando con esa tendencia, hoy la presidenta reconoce tácitamente que no puede o no sabe gobernar. ¡Haberlo advertido antes! Tal vez aquellos incautos que la votaron para el cargo se habrían vacunado contra una candidatura tan irresponsable y tal vez, solo tal vez, no la habrían metido en semejante camisa, para ella, de once varas.

Nombró una “comisión de notables” para dictaminar los términos de gobernabilidad, es decir, para que le digan como gobernar. Y que se lo digan, además, a destiempo, toda vez que este gobierno ya inició su curva descendente, esa que inicia cumplida la primera mitad del cuatrienio, que es el menos contaminado por los “fuegos” –aquí más bien diríamos “fríos”- electorales.

¿Y entonces? ¿Para qué presidenta? ¿Para qué partidos políticos, para qué universidades y en general academia, para qué ministros y asesores?

Aquí no se trata de cambiar solo los elementos, sino los términos de valentía con que se asumen los encargos. Porque mientras en este país todo siga siendo a lo tico, sin “comprarse broncas” ni comprometerse con nada que vaya más allá de los cálculos personales, nada se resolverá o al menos no lo estructural.

¡Que bien lo decía Napoleón! “Nadie es grande impunemente”. Pese a ello, todo diputadito o ministrito que no se queme en el intento por un escandalillo de faldas o un negocillo mal encubierto, se cree presidenciable. Así de disminuido es ese mundillo, así de anémica y vergonzante es la civilidad de quienes los cohonestan cada cuatrienio.

Solo aquí, solo en Costa Rica, se eleva la estulticia y la chanfaina por encima del conocimiento y la valentía.

Este país no se resuelve con comisiones sino con decisiones. O cada palo aguanta su vela –léase costo político, económico y personal-, en cuenta los ciudadanos que deberían ignorar menos e involucrarse más, o ninguna salida va a ser bonita, cuando en la noche oscura, todos los gatos sean pardos.

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