La libertad de expresión es sin duda la mejor forma de medir qué tan democrático es un país.
La cantidad, independencia y contenido de los medios de comunicación en circulación pueden demostrar de cuánta libertad de expresión se disfruta. Estos además de informar, son también los encargados de formar criterio y educar a la población; por ende, vale la pena hacer un análisis de su contenido.
Una pequeña revisión de la televisión nacional nos lleva a la no grata sorpresa de que estamos inundados de material poco o nada relevante. Gran cantidad de programas importados (principalmente reality show y novelas) totalmente descontextualizados con la realidad nacional riñen horarios estelares con noticias amarillistas y los poco originales programas de “concursos a la tica”; no muy diferente la sorpresa cuando se revisa el contenido del muro de Facebook o la clase de literatura consumida por la población mayormente joven.
Entonces ¿qué tan democrático puede ser un país enajenado e idiotizado por contenidos sin valor alguno? Bueno, muchos abogan por el libre albedrío y su derecho al entretenimiento, argumentos totalmente válidos y respetados, pero que no vienen a alimentar el conocimiento que se necesita para asumir la responsabilidad del poder democrático.
La solución no es el veto o la censura, sino más bien el incentivo a programas de discusión y formación, sobre temas que aquejan la actualidad nacional, léase política, ambiente, ciencia, economía, que vengan a crear criterios e ideas a la población, y no se limiten a ser solamente dispensarios de noticias y números sin sentido.
Diferente sería ver en el horario estelar que en lugar de tener a un grupo de jóvenes semidesnudos concursando en equipos, ver a los diputados, ministros, académicos o la misma presidenta discutiendo y analizando problemas del acontecer nacional con estudiantes, amas de casas o empresarios.
El derecho a la libre elección no se puede usar como excusa para no hacer nada.