Este invierno, estos malestares

El complejo político–jurídico cuestionaba la autonomía universitaria.El complejo económico presionaba a la baja el presupuesto para educación superior y el complejo mediático desprestigiaba a

Hagamos memoria, no fue hace tanto tiempo y estábamos aquí: en contra de  las previsiones de muchos de nosotros, las tensiones entre el gobierno y las universidades públicas se fueron incrementando.

El complejo político–jurídico cuestionaba la autonomía universitaria.

El complejo económico presionaba a la baja el presupuesto para educación superior y el complejo mediático desprestigiaba a las universidades y sus autoridades.
Nosotros conocemos sus lugares comunes: a) ellos dicen que la buena política no es de izquierda ni de derecha.

Al estilo de la peor metafísica no sabemos porque aquello que no es de izquierda ni de derecha, siempre es de derecha. b) Ellos se presentan como los buscadores del consenso. En el medio, los medios son capaces de insultar a la rectora de la principal universidad del país o a tergiversar intencionalmente las propuestas, a pesar de tener entre sus filas a una filósofa que, como también trabaja en la UCR, guarda prudente silencio.

Y también aprendíamos algo: en Costa Rica el neoliberalismo no es patrimonio exclusivo de las élites que dirigen los distintos complejos de poder, sino que es un movimiento popular que ni la universidad ni el campo progresista saben detener.

Mientras tanto, los equipos económicos universitarios trabajaban en la fundamentación racional de nuestras pretensiones. Y así, presentaron ante todos nosotros a su santidad el número que nos correspondía para trabajar dignamente: 13%. Esta cifra fue duramente cuestionada por los complejos señalados arriba e inclusive se acusó, desde las páginas del periódico más prestigioso del país, a las autoridades universitarias como equivocadas y exageradas.
 
Gran sorpresa nos hemos llevado en los últimos días: las autoridades universitarias han rebajado las pretensiones del 13 al 11%. O sea: le han dado la razón a los enemigos de la universidad pública y han desautorizado a sus propios equipos económicos y le han propinado una traición a la rigurosidad analítica.

El 13% era, simplemente, un dispositivo de circunstancias. Pero no se lo había presentado así, sino como el número donde coincidían el piso y el techo de toda negociación. Lo demás es conocido: cuando el coordinante adversativo es “pero”, lo que sigue es la justificación de lo injustificable.

Nosotros conocemos a los neoliberales, pero no estoy tan seguro de que nos conozcamos a nosotros mismos. Pero cuando todo esto termine, deberíamos hacernos cargo de nuestras contradicciones e inconsistencias.

Lo digo de otra manera: los neoliberales no están solo en el gobierno y el invierno nos encontró sin paraguas y con malestares.

Veamos: la desregulación de los mercados tiene sus versiones universitarias. La venta de servicios ha trastocado la vocación académica. La carrera de obstáculos que es la acreditación cuyos requisitos siguen la lógica empresarial.

La medida de la calidad universitaria no debería ser un organismo internacional (que de Costa Rica y sus problemas no sabe nada), ni la cantidad de profesionales que la universidad gradúa, sino que la medida sería aquella que mida (valga la redundancia) si hay apropiación del conocimiento por aquellos sectores que no pasan por las aulas universitarias.

La relación con el periódico La Nación y en general con las estrategias comunicacionales de la Universidad. ¿Cuánto gastamos anualmente en anuncios en ese periódico? La supuesta imposibilidad de asumir el software libre y seguir vinculados a la corporación casi monopólica de sistemas informáticos.

¿Cuánto gastamos en licencias de software anualmente? No nos engañemos. Hubo un día que abrimos la caja de Pandora creyendo que podíamos domesticar su contenido y lo único que logramos fue una atrofia de la mano izquierda. Por eso, creo que deberíamos fijarnos en lo que estamos haciendo: estamos recibiendo dineros públicos y los estamos desviando hacia corporaciones privadas.

Todos los que defendemos la autonomía universitaria y su carácter público, no construimos negocios con el conocimiento, sino ciudadanía. Y sabemos que el desfinanciamiento de la educación es una campana que suena por nosotros.

 

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