Derecho penal y psicosis hemisférica

Comparto la tesis que el derecho penal es un ignorante en cuanto al objeto de la pena, que significa legitimidad.El insigne jurista argentino, catedrático

Tal vez la  curiosidad de periodista, tras mirar en la televisión el programa de NatGeo sobre los “delincuentes” que intentan llegar a Estados Unidos usando trenes   destartalados o cruzando ríos, movió mis neuronas para preguntarme qué hace el derecho  penal internacional frente a los estados que mantienen en la pobreza a quienes emigran y ante los abusos que dicen se cometen, con despliegue de cámaras, tecnología de punta y patrullas de fronteras incluidos, por parte del estado que se siente agredido y legitimado para emprender la “venganza racional” con base en su régimen punitivo interno.

Comparto la tesis que el derecho penal es un ignorante en cuanto al objeto de la pena, que significa legitimidad.

El insigne jurista argentino, catedrático emérito de la Universidad de Buenos Aires, Raúl Eugenio Zaffaroni, en la más reciente edición de la revista de la Asociación Americana de Juristas (septiembre 2010, págs 7 a 35,  “Crímenes de masa”), coincide con un amplio sector de estudiosos latinoamericanos en el sentido de que las llamadas “teorías positivas” de la pena responden a “intuiciones primarias” que revelan el fin, sentido, objeto o esencia de las penas, a fin de construir toda la teoría del derecho penal.

Puede decirse entonces que las teorías positivas de las penas separan con cuidado el “ser” del “deber ser”, conforme a un criterio influido por una “ciencia natural”, en cuanto al “ser”, y una asignación “cultural”, dirigido sobre el “deber ser”, enmarcadas dentro de las premisas filosóficas inspiradas en Enmanuel Kant, a quien alguna vez revisamos en los cursos de mis queridos Estudios Generales de esta nuestra gran  Universidad pública. Lo anterior, con el fin de que la norma aparezca violentada  y consecuentemente surja el poder punitivo sobre el cual gira la persecución de los “indeseables”, “los delincuentes”, “los traficantes”, “los pervertidos”, “los terroristas”,  etc. Un escenario para la psicosis estatal está listo.

La venganza es siempre venganza contra el tiempo, decía  F. Nietzsche. Pues bien, esta venganza si quiere llámela  paranodia o sicosis. De lo que se trata es de ver la creación de enemigos como eficacia y venganza política.

A estas alturas del Siglo XXI, muy pocos rebatirían que el poder punitivo, que cuenta con una definida selectividad estructural, desde la perspectiva de la pena, criminaliza a una pocas personas que son usadas en momentos propicios como símbolos de maldad social. Utilizaciones necesarias para neutralizarlas punitivamente, para la obtención de la eficacia política. Este poder sobre la maldad social se nos presenta como un poder racional, que triunfa sobre la irracionalidad de estas personas a las que hay que encerrar en prisiones y manicomios.

Es “dulce venganza” vestida de eficacia política, porque hay  encierro selectivo en prisiones y hospitales de los “maldosos” sociales. De allí se pasa fácilmente a los “homicidios masivos selectivos” de los que América Latina -México y Colombia son ejemplos actuales- da cuenta todos los días, mediante la creación de enemigos construidos gracias a agencias especializadas y destruidos a la vez por esas mismas agencias. Y así sucesivamente la creación de héroes y villanos.

Esta paranoia no es nueva; sí, en cambio, es hoy teorizada como esencia de la política, pues sabemos que desde  el Siglo XII hasta el presente, tenemos ejemplos de delirios que han cobrado millones de víctimas y crímenes al amparo de una tesis política amoral,  que postula la descalificación religiosa, la cultura constitucional o la raza, entre otras.  Crea, dijimos antes, enemigos, para luego identificarlos. El Estado absoluto, resultante de estas tesis políticas -o delirio estatal- es garantía de no vulnerabilidad de mi debilidad frente a estos delincuentes y locos, internos o externos.

En el fondo, por amoral que parezca esta práctica y teorización de la venganza, ambas  resultan provechosas. Debido a la psicosis misma, pocos se  preguntan sobre las causas y naturaleza de quienes fueron sacados de circulación social.

A lo sumo alguien observa que de esta coyuntura no faltan quienes acumulan de inmediato poder, sin explicarnos por qué un grupo humano corre contra el tiempo, para absolutizar el poder y racionalizar aún más la eficacia política que justifica la creación y hasta eliminación de enemigos “reinventados”.

No se trata solo de la búsqueda indefinida de bienes, que a veces se torna frenética, rayando la locura, sino de poder y la acumulación del saber como dominio, pues, salvo mejor criterio dentro del foro de juristas, la búsqueda de poder indefinido mediante la ciencia, termina en definitiva en acumulación de bienes. Aunque una ciencia no morbosa no tendría por objeto dominar la naturaleza sino la unión con ella, asunto ya planteado en algún momento por Freud y Foucault.

Desde esta perspectiva, el derecho penal internacional me parece que cada día responde menos al problema.

Este orden internacional se resquebraja y el poder punitivo internacionalizado se convierte en un instrumento hegemónico, o “estado policial planetario”, que significa lo mismo. Unos quieren evitarlo a toda costa; otras tratan de provocarlo.

Mientras tanto, creo que caminamos hacia el renacimiento de la llamada ideología de la seguridad nacional a nivel mundial, caracterizada por inventar guerras con el pretexto de ser “guerras anómalas” o “guerras sucias” y, precisamente, por ser guerras anómalas o sucias, quedan  fuera del ámbito del derecho penal internacional, rozando la arbitrariedad y el absolutismo, la venganza, la psicosis y la paranoia.

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