Amigos y nadie más, el resto la selva….

Los que tenemos entre 30 y 40 años somos de una generación transicional que se desarrolló  entre los juegos del parque, de la calle,

Facundo Cabral en uno de sus conciertos empezaba relatando la breve historia sobre Jorge Guillén, uno de los grandes poetas de la generación del 27 española, que tuvo que exiliarse en el año 1936 en Bogotá. Jorge Guillén tenía un enorme aprecio y sentía una gran devoción por los amigos. Y contaba Cabral que el poeta le dijo esta frase a su amigo Ramón de Subiría cuando le dio posada en su casa: AMIGOS Y NADIE MÁS, EL RESTO LA SELVA.

Los que tenemos entre 30 y 40 años somos de una generación transicional que se desarrolló  entre los juegos del parque, de la calle, del play de barrio, las andadas en bicicleta y por otro lado de la irrupción de Internet y la  revolución digital. Nos criamos en una democracia catódica, pero relativamente sana.

 

Vivimos entre las idas al potrero y la llegada de las computadoras. ¿Quién de nosotros no recuerda esos cursos de D.O.S., Word Perfect, Lotus y demás? Pero también recordamos las idas a bañarnos a las pozas de los ríos de la localidad. Tal vez es por eso que tenemos una pequeña diferencia con las generaciones nuevas.

La amistad antes era personal, era física, táctil, era mano a mano. Nos reuníamos con nuestros amigos a compartir en alguna casa, en la cancha del pueblo y no había tanto peligro. Ahora la amistad toma una connotación impersonal: basta con agregar a una persona en Hi5, en Facebook o en Twiter para llamarlo “amigo”. En la actualidad basta con chatear con el otro por medio de un ordenador para pseudosatisfacer el sentido inherente en el ser humano de pertenencia.

Hay personas que miden su felicidad o viven en su mundo feliz en la medida que se exponencia su cantidad de amigos en estas llamadas redes sociales. Viven un mundo de fantasía, un mundo de irrealidad que se les presenta ya no catódicamente, sino, se me antoja algo más in, en LCD o LED. La amistad digital nunca podrá sustituir a la amistad presencial, esa amistad de ver a los ojos, de tomarse un café, de irse de paseo, de sentir la presencia física del otro. Hoy en día la palabra amistad se usa meramente para fines prácticos, pero no para crear vínculos afectivos reales en nuestras relaciones humanas.

Insisto como publicité en mi artículo anterior, que no hemos medido las consecuencias de lo que esto provocará. Si observamos un poco nuestra realidad social, podemos ver que se está viviendo una epidemia de estrés en el nivel nacional; nada más basta poner atención a nuestros conocidos cercanos para darnos cuenta que al menos uno de ellos está tomando algún medicamento de tipo ansiolítico o antidepresivo. ¿Podría deberse esto acaso a la saturación de estímulos que los medios nos presentan a diario y a la incapacidad de la mayoría a alcanzarlos, o tal vez a la falta de ese contacto físico de las relaciones humanas de antes? Pues no sé, pero la pregunta queda abierta.

Siguiendo con la temática de la amistad y los antiguos valores, antes se hacía un trato con sólo la palabra del otro, antes la palabra amigo se valoraba un poco más que ahora. Vale la pena acotar que no es que ahora no se encuentren amigos de verdad, de esos leales y fieles. Yo los he encontrado, sino que cuesta mucho más encontrarlos. El modelo de capitalismo salvaje y la globalización se ha encargado de hacernos individualistas y competitivos, dejando de lado algunos de los principales valores sociales que arrastraba la sociedad desde hace muchos años atrás. 

En fin, el concepto de amistad está cada día más huérfano, más abandonado y más olvidado.  Espero con el estupor que tenía de niño, que no por atrofiado deja de ser estupor, que dicho concepto y dicha palabra vuelva a ser lo que en antaño fue.

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