El Arias

De los tres o cuatro Arias en órbita el más notorio, hasta hoy, es Óscar EXP y Nobel Prize. Es El Arias. Aunque insiste,

De los tres o cuatro Arias en órbita el más notorio, hasta hoy, es Óscar EXP y Nobel Prize. Es El Arias. Aunque insiste, tras su segundo mandato, en que permanece callado, sale a la prensa a veces para fustigar a la presidenta Chinchilla, otras homenajeando a algún amigo o colaborador y también para defender su último gobierno y apoyar a su hermano Rodrigo quien, con brío infantil e irresponsabilidad ciudadana y ‘partidaria’, abrió las gulas electorales con cuatro años de adelanto.

Una de sus últimas salidas apareció en La Nación S.A. con el título de “Algo falla en nuestra democracia” (LN: 6/03/11). Texto extenso para periódico. El Arias discurre en él sobre la calidad de la política costarricense y latinoamericana. Por desgracia, se trata de una ‘reflexión’ hueca por antojadiza. Atendemos aquí solo un par de sus flojeras.

Primero, un fatal lema de marca: “No hemos aprendido aún que en la vida se requiere más valor para coincidir que para discrepar”. Tal vez, pero él tampoco lo ha aprendido aunque lo diga una y otra vez. Los costarricenses conocen la soberbia con que se proclamó “águila” que no se ocupa de  “caracoles”.El desprecio/arrogancia se dirigió, en ese momento, a Antonio Álvarez quien le disputaba una candidatura. La ciudadanía también sabe que no acepta ni coincidir ni discrepar con Ottón Solís (fundador del PAC) a quien, sin nombrarlo, acusa, en el texto referido, de “radical” que cree es tiempo de confrontación y lucha de clases. Añade: “Con irresoluta impunidad (esas personas radicales) han alegado fraudes electorales, desconocido la voluntad popular, impedido la ejecución de urgentes proyectos de interés nacional y manchado honras ajenas”. Un  detalle: la ‘impunidad irresoluta’ pudo desanudarse llevando a los ‘radicales’ a los tribunales. Pero el texto de El Arias roza con el delirio. Tal como el valor que sostuvo su  discordia con el gobierno chinchillo que acudió a la OEA ante el conflicto precipitado por el asalto nicaragüense.

Además de predicar lo que no practica, su lema es conceptualmente flojo. En la vida, “coincidir” no es incompatible con “discrepar”. En el relato judío, Eva discrepa de Dios y coincide con la serpiente. Antonio Alarcón, insospechable funcionario de la Cancillería tica, ha acotado (LN: 7/03/11) que El Arias carecía de valor para coincidir con Daniel Ortega y prefería discrepar (LN: 7/03/11) (que aquí quiere decir estar de acuerdo consigo mismo). Discrepar implica coincidir. Y coincidir implica discrepar. El ‘valor’ requerido para coincidir/discrepar o se anula o no es medida útil para la acción de coincidir o discrepar. Y se puede coincidir/discrepar en parte. En política coincidir/discrepar suele llamarse dialogar, negociar, pactar. Es tarea propia del político en un régimen democrático. No asumirlo genera frustraciones. Y muestra que estilos como el de El Arias son factor de ese algo que “falla en nuestras democracias”.

El Arias también dedica líneas a ‘la’ democracia, no al régimen democrático de gobierno, que es otra cosa. Resume su molestia: “Una democracia ingobernable es una democracia enferma”. ¿Y cuándo ‘la’ democracia resulta ingobernable? “… cuando el gobernante (…) está imposibilitado para ejecutar la voluntad de la mayoría”. Hasta G. Sartori le soplaría que el ejercicio democrático moderno contiene una dinámica de mayoría y minoría (s), que una votación no resuelve de una vez y para siempre ese asunto y menos si el  sufragio enseña una diferencia de 1,1% (con abstención del 34,8%). En casos así resulta inevitable conversar con partidos y dirigentes que representan a los ‘derrotados’. Tampoco es cosa solo de números. La mayoría puede desear la pena de muerte. Pero existe legislación estatal que la prohíbe. Hay que trabajar para cambiarla. También la mayoría podría querer apedrear a los homosexuales. Pero Costa Rica firmó convenios internacionales que prohíben la discriminación por opción sexual. También habría que trabajar políticamente para salir de esos pactos o transformarlos. Ninguno de estos trabajos necesarios, ligados con límites institucionales a un triunfo electoral, es síntoma de dolencia alguna. Más bien señalan el camino de una política seria y sana.

El Arias es figura política local desde hace 40 años. Si hubiera trabajado con ahínco y talento, habría podido incidir en la transformación de la cultura política costarricense. Al parecer, eligió otra cosa. Quizá Rodrigo no sea el único niño goloso en la familia.

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