Álvaro Montero Vega: un luchador incansable

Militante comunista toda su vida, abogado laboralista, con cuyas enseñanzas formó a muchos de los defensores actuales de las causas laborales, pero sobre todo,

El pasado 21 de agosto nos dejó para siempre uno de los luchadores sociales más connotados de nuestro país.

Militante comunista toda su vida, abogado laboralista, con cuyas enseñanzas formó a muchos de los defensores actuales de las causas laborales, pero sobre todo, dirigente de las grandes luchas bananeras, Álvaro Montero ha sido uno de los últimos hombres que arribó al siglo XXI como ejemplo de coherencia, mística y entrega.

Nacido en 1921 en Naranjo, en el seno de una familia de clase media, heredó de sus antepasados inquietudes políticas y vocación profesional. Su padre, Aristides Montero Segura, fue abogado y diputado por el Partido Republicano entre 1932 y 1940.  Asimismo, fue sobrino del reconocido médico Alejandro Montero Segura, quien se destacó en su tiempo por sus ideales socialistas. Fue nieto también del destacado abogado y político don Félix Arcadio Montero, precursor de las primeras luchas sociales del país y fundador en 1893 del Partido Independiente Demócrata, uno de los primeros partidos costarricenses de carácter popular. Con sus luchas, Álvaro Montero le dio continuidad a los ideales de justicia social que don Félix Arcadio había cultivado a finales del siglo XIX. Décadas más tarde, él recogió esos ideales y desde entonces luchó por ellos, como un miembro más de aquella generación de los años 40, portadora de grandes ansias de cambio social.

Siendo estudiante en el Liceo de Costa Rica a finales de la década del 30, entró en contacto con algunos miembros del recién fundado Partido Comunista, organización a la que perteneció por más de 70 años. Uno de sus primeros aportes dentro de esa organización fue la fundación de la Juventud Vanguardista en 1945, al lado de otros jóvenes revolucionarios.

Su militancia política lo llevó a jugar un gran papel en las luchas sociales de la década del 40. Participó activamente en varias batallas de la guerra civil, como combatiente de las milicias comunistas que lucharon al lado de las fuerzas oficiales. De manera especial, debemos destacar su participación en la decisiva y muy sangrienta batalla de El Tejar, preámbulo de la rendición del presidente Teodoro Picado frente a las fuerzas opositoras encabezadas por José Figueres.  

El triunfo de las fuerzas rebeldes en abril de 1948 abrió un largo período de persecución contra los vencidos en la guerra, razón por la que Álvaro Montero, y con él su familia, fue blanco de varias acciones represivas de parte de los grupos triunfadores que, enardecidos por su victoria, clamaban venganza contra los llamados caldero-comunistas.  En algunas ocasiones llegaron a rodear su casa para sacarlo por la fuerza, ya fueran los figueristas de su vecindario o la policía de la Junta de Gobierno. Fue apresado en varias oportunidades y llevado a la Penitenciería Central.

Luego de varios meses de prisión salió de la cárcel y casi de inmediato, junto a unos pocos líderes obreros en libertad, se dio a la tarea de rearticular lo poco que quedaba en pie de la CTCR y, a la vez, retomar la publicación clandestina del vocero de su partido, el Semanario Trabajo. Desde entonces, Álvaro se ubicó en primera fila como uno de los mayores líderes sindicales y políticos del país.

La conquista de más de 50 convenciones colectivas en las fincas bananeras del Atlántico y del Pacífico Sur a lo largo de los años 70, fue el resultado de la perseverancia de una dirigencia sindical que, encabezada por Álvaro Montero desde los años 50, no dudó en enfrentar la omnipotencia de las transnacionales del banano, cosa de la que él, a pesar de su gran modestia, siempre se sintió orgulloso. 

La larga militancia de Álvaro en lo que él denominaba el sindicalismo clasista, no fue obstáculo para que en su sepelio lo acompañaran dirigentes de las más diversas tendencias. Porque Álvaro, en sus luchas tuvo muchos adversarios pero casi nunca enemigos. Su respeto por los demás, su tolerancia y su comprensión del ser humano, junto a su gran lealtad y valentía, hicieron de él una persona extraordinaria.
Durante los últimos dos años él y yo trabajamos juntos en la redacción de sus memorias, tarea que no pudo ver culminada pero que dentro de poco los lectores tendrán en sus manos.  Valga esta ocasión para rendirle un sincero homenaje y manifestar mi admiración por una de las personas más excepcionales que he llegado a conocer.

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