Eduardo Ulibarri lleva casi 40 años en el periodismo, donde los polos del frenesí y la reflexión son necesarios; donde la información llega a cada instante y donde, a veces, esta se esconde.
Ulibarri sabe que la súbita aparición de una nueva noticia puede cambiar toda previsión, pues lo ha vivido, aunque no solo en el periodismo, también en la diplomacia multilateral.
Desde 2010, el periodista debió pasarse al otro lado de la mesa; durante cuatro años no solo presenció y documentó la toma de decisiones en el mundo, sino que desde su cargo tuvo un poder decisorio con sus votos.
En su nuevo libro, La ONU que yo viví (Aguilar, 2015), Eduardo Ulibarri mira hacia atrás y relata sus actuaciones como embajador de Costa Rica en la Organización de Naciones Unidas, en un periodo de la diplomacia costarricense que, por sorpresa, fue uno de los más inestables de los últimos 30 años. En su documento, el diplomático deja escapar al periodista y cierra la edición de ese capítulo.
Usted dijo: “Me gustaría que Ban Ki-moon fuera menos secretario y más general”. ¿Qué ha faltado en la gestión del secretario general de la ONU?
−Creo que le falta un liderazgo más deliberado para enfrentarse a los países que tienen pesos desproporcionados, sobre todo los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Querría que hubiera tratado de forma más enfática una resolución que, al menos, impusiera sanciones al gobierno sirio, para evitar la carnicería que vino.
El capítulo del conflicto con Nicaragua por la isla Calero se titula “Una crisis inesperada”. ¿Por qué?
−Nicaragua tiene cierta tendencia de exacerbar crisis bilaterales, para consolidar el poder interno y desviar la atención de asuntos problemáticos. Lo sorprendente fue que hubiera una invasión militar en una porción del territorio. Cuando me fui a Nueva York, en el horizonte de nadie estaba que esto pudiera pasar a tales consecuencias.
Parece que la relación conflictiva apunta a intensificarse.
−Sí, no tengo duda de eso. Estamos a la espera del fallo de la Corte Internacional de Justicia; esa inminencia puede exacerbar ánimos. La reciente crisis con los migrantes cubanos genera lógicas fricciones, pero hay matices inquietantes más allá de decir que no van a responsabilizarse por los migrantes.
Usted lamenta que Estados Unidos fuese un obstáculo para aprobar el Tratado sobre el Comercio de Armas, debido a “intereses creados”. ¿Cuáles son dichos intereses?
−En el caso del Tratado sobre el Comercio de Armas, hubo dos intereses fundamentales: uno muy fuerte es el de la industria armamentista. El otro, particularmente agudo, era el periodo electoral en el que estaba Estados Unidos. Por eso, Barack Obama decidió liquidar la posibilidad de que se aprobase el tratado en la primera reunión. Exactamente, no dijeron que estaban en contra.
¿Cree que ese tratado es funcional para el escenario geopolítico actual?
−Los efectos del tratado serán acumulativos; no habrá un cambio súbito. Seguirán existiendo traficantes de armas, pero creo que habrá una mayor coordinación para evitar el comercio ilegal y ejercer presión para que no se le venda armamento a ciertos países.
En la presentación de su libro, criticó que hubo poco escrutinio de la prensa costarricense en la ONU. ¿Por qué es necesaria una mayor atención?
−Entre más pequeña y más débil es una nación, el activismo internacional es más necesario, y su población debe estar al tanto de lo que sucede en el ámbito internacional. Por ejemplo, la agenda de desarrollo hacia el 2030 ha pasado casi inadvertida. Inclusive el tema del Medio Oriente afecta el comportamiento y los votos de Costa Rica en la ONU.
¿Cambiaría alguna de sus decisiones en la ONU?
−Creo que no. El país fue muy cuidadoso con sus relaciones bilaterales. Por eso no hay relaciones con Arabia Saudí. A mí me dijeron que explorara la posibilidad, pero no tenía mucha convicción. El asunto quedó ahí.
¿Cuál fue su diagnóstico?
−Quería ampliarse la huella de Costa Rica en el Medio Oriente, y Arabia Saudí es uno de los países más influyentes.
Pero…
−Es un país que violenta los derechos humanos de una forma muy abierta. Conste, muchas veces se tienen relaciones con países porque es necesario, independientemente de lo que suceda allí dentro. Sin embargo, al final no hubo un verdadero interés.
El libro tiene reflexiones sobre la distancia entre los discursos que manejan los países de Latinoamérica y la práctica. ¿Qué puede hacer Costa Rica para procurar una reducción de esa brecha?
−En la ONU, Costa Rica puede involucrarse en procesos donde estén los países latinoamericanos, para procurar posiciones que acerquen a esas naciones. Un tema necesario es el cambio climático; en cuanto a derechos humanos, es muy complicado.
Aunque Costa Rica pregona la defensa de los derechos humanos en la ONU, usted menciona que tenemos “lunares”. ¿Por qué son lunares?
−Lo son al compararse con las grandes manchas que tienen otros países. Uno de esos lunares −uno muy serio− es que todavía no se ha puesto en marcha la fecundación in vitro (FIV). Las grandes tareas pendientes son esa y la igualdad de las parejas del mismo sexo, para todos los efectos.
¿Cuál fue su mayor revelación a la hora de mirar hacia atrás y recopilar su paso por la ONU?
−Percatarme de que, aunque el poder “duro” (militar, económico, demográfico) resulta clave en la diplomacia multilateral, también se puede lograr un gran impacto desde el poder “suave”, o soft power. Este se sustenta en valores, símbolos, habilidad diplomática y adecuada proyección de las fortalezas nacionales para generar incidencia. Pude vivirlo como representante de Costa Rica, que desde su pequeñez desarrolla una política exterior estable y consecuente con sus buenas prácticas nacionales y, de este modo, tiene una capacidad de influencia desproporcionada para su tamaño y poder material.
¿Qué lo impactó negativamente?
−La capacidad de desdoblamiento de algunos representantes diplomáticos de regímenes tenebrosos −el de Siria, por ejemplo− para crear “realidades” paralelas y, desde ellas, defender sus posiciones. Los admiré desde un punto de vista fríamente profesional, pero los rechacé desde una elemental sensibilidad humana.
¿Dejó proyectos inconclusos?
−Hubo dos, pues debí dejar el puesto. Uno fue la campaña para la reelección de Costa Rica en el Consejo de Derechos Humanos, que cayó debilitada por el periodo de transición. Otro fue el facilitamiento del texto final de la Conferencia Mundial sobre Pueblos Indígenas. Allí trabajé muy duro con un colega de Eslovenia, pues fuimos nombrados como los facilitadores del documento. En cuanto al equipo de la misión, me parece que logré alinear la diversidad de temas, mejorar la comunicación y acelerar los procesos. Como periodista, uno tiene la noción del tiempo muy distinta: más rápida, como un cierre de edición.
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