Cultura digital impone sus leyes

El 14 de marzo de 2012 podría pasar a la historia como una fecha trascendental, que marcará un antes y un después en la

El 14 de marzo de 2012 podría pasar a la historia como una fecha trascendental, que marcará un antes y un después en la crónica del conocimiento humano, al recibir el libro un golpe del que jamás se repondrá.

Ese día la Enciclopedia Británica, tras 244 años de dedicarse al saber universal, anunció de manera oficial que ya no volverá a imprimirse y en adelante todo su contenido se concentrará en la red. La última edición impresa es la de 2010.

Para quienes tenían dudas de si el papel podría sobrevivir a la embestida de lo digital —que combina audio, vídeo y palabra—, el adiós eterno de uno de los libros más celebrados de la humanidad es un signo de que el mundo de Google y Wikipedia empieza por imponerse de forma abrumadora.

 

La lectura lineal, por ende, está en vías de extinción y con ella, esos valores agregados que la hacen única, como la capacidad de concentración, aspecto que probablemente se perderá con los aparatos lectores como el Kindle, por ejemplo.

En el mercado, circulan tres dispositivos estrella hasta el momento: el Ipad, el Iphone y el Kindle, con sus características y ventajas cada uno.

Y en medio de esta batalla entre lo impreso y lo digital, con Internet como telón de fondo, se pone en entredicho esa habilidad que hizo del hombre un verdadero homo sapiens: su capacidad de razonar en profundidad.

MUERTE DEL PAPEL

El ahorro en dos momentos clave de la producción: la impresión y la distribución hacen que el mundo del papel se tambalee ante la arremetida del libro digital, cuyos precios, pese a los anhelos y las prácticas monopólicas de algunos agentes del mercado, tienden a ser mucho menores que el libro tradicional.

Hay libros que salen por el precio de $2.99, de los cuales el autor se lleva el 70%. Para ventas altas, como para aquellos que integran el famoso “Club del Millón de Kindle”, estos beneficios son espectaculares; contrario a los tradicionales del libro en papel, donde las editoriales le otorgaban entre el 10 y el 15% al autor.

Esta tendencia a la baja de los precios y a la distribución digital hace que el panorama del libro sea cada vez más oscuro.

A ello hay que añadir el hecho de que las bibliotecas empiezan a realizar sus préstamos de libros de manera electrónica hasta un máximo entre 15 y 20 libros por persona, como es el promedio que se da en España.

Ante este escenario en favor de lo digital, los expertos prevén que es hora de que los editores tradicionales se suban al barco de la modernidad y la mundialización, pues de lo contrario serán arrastrados por la corriente irreversible de lo gestado a partir de la aparición de Internet.

UN ALTO PRECIO

Nicholas Carr sostiene en “¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”, que Internet ha tenido la virtud de acabar con las ya de por sí limitadas posibilidades de concentración del hombre moderno.

Mientras alguien trabaja conectado a Internet podría ser que mantenga abiertas ciertas operaciones como el correo, el Messenger y el Facebook, cualquiera que detecte que está en línea no se demorará en enviar un mensaje.

Esto ha hecho que se hayan modificado partes estratégicas del cerebro y ha llevado a la ruptura de la lectura en profundidad, herencia inequívoca de libro ideado por la era Gutenberg.

Ante este panorama, la muerte de publicaciones como la Enciclopedia Británica fomenta una pseudolectura, por lo que los cerebros actuales se están convirtiendo en “superficiales”, sostiene Carr.

“Como sugería McLuhan, los medios no son solo canales de información. Proporcionan la materia del pensamiento, pero también modelan el proceso de pensamiento. Y lo que parece estar haciendo la Web es debilitar mi capacidad de concentración y contemplación. Esté online o no, mi mente espera ahora absorber información de la manera en la que la distribuye la Web: en un flujo veloz de partículas. En el pasado fui un buzo en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo sobre una moto acuática”, asegura Carr.

Y es precisamente hacia esa sensación en línea  a la que apunta el predominio de lo digital, en detrimento de la lectura convencional o lineal como se le ha conocido históricamente.

Haga la prueba de estar concentrado o permanecer online y los resultados pueden ser sorprendentes, porque el cerebro parece haber cambiado, desafía Carr.

“¿Y si toda mi lectura es online no tanto porque ha cambiado el modo en que leo, es decir, por pura conveniencia, sino porque el modo en el que pienso ha cambiado?”, se pregunta el escritor y periodista Scott Karp.

La pregunta planea sobre todo el espectro que significa la era digital en contraposición a la hoy antiquísima era Gutenberg.

ADIOS AL PENSAMIENTO

Para el crítico norteamericano Harold Bloom, la lectura no solo es un acto deliberado, solitario y personal, sino que ha de tender a lo profundo, a hurgar en lo que está oculto, en lo implícito, tarea que le confiere en primer lugar al crítico literario y en segundo término, a los lectores que han de hacer para sí mismos esa función.

¿Es esta vía posible con el advenimiento de la cultura digital?

Parece una ilusión imaginar a un lector con su Kindle, su Iphone o su Ipad, o en el mejor de los casos con su computadora, sumergido en un libro como “El Defensor” de Pedro Salinas, un texto deliciosamente lento, en el que el poeta va tirando de aquí y de allá, y hay en la propia de mora un placer, un encuentro, una creación.

“Frente a la moral de la chapuza, hija mestiza de la prisa y el dinero, me atrevo yo a erigir una ética muy modesta, tanto por su origen como en su formulación. Es la ‘ética del ebanista hispalense”.

Y esa ética no es más que las cosas, las obras de arte y la lectura y el pensamiento que emergen de ella, requieren de tiempo para estructurarse, lo que menos se tiene en Internet o en la cultura online, en la cual la multiplicidad de frentes y la superficialidad se imponen.

“[…] cualquier obra delicada y fina del hombre —las que valen la pena de ser hombre— tiene su tiempo natural de ejecución, y no se le puede hacer fuerza. Pide un cariño, un amor a hacer, un cuidado que, se proyectan en tiempo; pero un tiempo no sujeto a la medida de patrones fijos y abstractos, sino tan solo a demandas que vaya haciendo la obra misma para cumplirse, para salir bien”, explica Salinas en el citado volumen.

Esa búsqueda, esa lectura, está en vías de extinción en la era digital y la muerte de la Enciclopedia Británica marcará un punto de inflexión hacia esa precipitación que excluye al papel, y con el papel a una forma de entender el mundo en profundidad, en pensamiento, como pide Bloom a los lectores.

Porque con el advenimiento de lo digital, el hombre también pierde otra de sus mejores facultades: la capacidad de memorizar.

Todo tiende a lo efímero, a tres, cuatro o cinco ventanas abiertas, y ya no es preciso leer todo el texto porque un comando facilita hallar la palabra clave y leer, por ende, solo ese fragmento.

Recordar, por lo tanto, es cosa del pasado, todo lo contrario a lo que pregona el polémico e influyente Bloom.

En cambio, abrir un tomo, darse el gusto del pensamiento, del respiro, es una operación que requiere tiempo, dedicación, arte.

“En definitiva, leemos —algo en lo que concuerdan Bacon, Johnson y Emerson— para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son sus auténticos intereses”, afirma Bloom en “Cómo leer y por qué”.

Todo ese canon de la lectura, de la producción editorial y de la forma en que se piensa ha sido sacudido por la era digital en detrimento de la era Gutenberg, cuya fecha de caducidad fue anunciada hace ya mucho tiempo, pero que con la desaparición de la Enciclopedia Británica, símbolo del pensamiento occidental, se dio un paso decisivo hacia la capitulación total de una manera de ver y entender el mundo.

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