Los Estados Unidos, en decadencia, sufre la pérdida de la esperanza que significó el movimiento de Obama, ahora acorralado el presidente por el fanatismo del Tea Party, la derecha republicana que, como señala con sarcasmo Ottón Solís, propone las ideas de Hayek y Friedman vía ¡Sarah Palin y Glenn Beck! Al repudio del Estado como agente de distribución de la riqueza, cada vez más concentrada, se añaden, pues, la furia del puritanismo religioso y el racismo.
En ese contexto, dos notables filmes, políticos solo de soslayo, revelan las visiones de dos de sus más prolíficos y brillantes creadores. Steven Spielberg, como productor de “Súper 8”, vuelve a su mundo suburbano e infantil de los años 70 con una nostalgia cautivante, pletórica de sentimientos positivos, de un estilo de vida que mucho ha cambiado, para mal, según parece, pero que atesora y reivindica. Tiempos de frustración, como lo enfatiza con crudeza Woody Allen en “Conocerás el hombre de tus sueños”, su penúltima comedia, ácida, amarga y triste (aún no he visto “Midnight Paris”, la cual, por cierto, pronto se estrenará en el país).Este filme de Allen, el retratista de la cultura refinada de las grandes urbes, fue muy duramente rechazado, especialmente en su propio país. Y me temo que debido, principalmente, a su tremendo pesimismo y por su falta de esperanza, en un país, además, donde el cine es visto fundamentalmente como entretención, y los artistas son encajonados para servir ciertos platos que satisfagan la mediocridad vigente. Curiosamente, allí se admite mejor otra visión terrible y poco esperanzadora, como es la formidable “Biutiful”, de González Iñárruti (hay que verla, por no decir sufrirla), pero esta tiene un tono tercermundista, en particular por el tema de los inmigrantes, la economía informal y la criminalidad, que no golpea directamente como suyo al espectador y crítico promedio de los Estados Unidos.
Yo admiré la de Woody con tristeza e incluso dolor. Eso sí, la hallé muy bien hilvanada, impecablemente interpretada y escenificada, brillante en sus diálogos, tan verosímiles como profundos. Una obra shakesperiana que tiende a un mundo Kafkiano, donde ninguno soporta la vida que lleva y se ata y desata, afectiva, erótica y económicamente, a los otros sin encontrar la salida, la paz. Con una ira a flor de piel, es un juego de máscaras que apenas si disimulan los rostros de angustia y mala fe. Ninguno se atreve a conocerse de verdad, y se perciben como marionetas de algún dios malévolo, ¿el azar, quizá? Solo la madre, aferrada a ilusiones evidentemente falsas, halla algún contento. Sí, nos dice, no hay vuelta de hoja, la vida es un infierno que solo la mentira burda permite soportarlo. Ya Allen está lejos de lo gracioso y bastante inocente del inicio, de la crítica social que escondía esperanzas, y hasta de la dudosa solución de los “Crímenes y pecados” ¿A quién le puede gustar esto? A nadie, casi; pero sí la valorarán los pocos que se atreven a mirar el horror de frente, el sin sentido de la vida, la imposibilidad del amor…
Y hete aquí que aparece de nuevo el genio amable de Spielberg para levantarnos el ánimo. J. J. Abrams, artista de muchos talentos y experiencia la dirige, pero Steven llena totalmente “Súper 8”. Con esa niñez vista de manera cándida (¿tendría razón Rousseau?), con ese espíritu de aventura en relatos tipo serie B, mas construidos con sumo acierto y esmero, y los valores que destila a raudales: solidaridad, racionalidad, afectos sinceros, creatividad. Este nuevo “E.T”, tan agradable, misterioso y emprendedor, repleto de referencias cinéfilas y culturales, insiste en el respeto a la diferencia, en la vocación de paz, en que sí vale la pena luchar, quizá con un sentido menos individualista que el que maniata a los personajes de Woody Allen.
Los dos tienen razón, creo, pero la obra de Spielberg/Abrams (aclamada por la crítica) es la que nos motiva a seguir viviendo.