En 1960 nace en el puerto colombiano de Cartagena el festival de cine, que hoy lleva su nombre y el cual se ha transformado en el más longevo de Latinoamérica.
Para el cine latinoamericano, para el que distribuir y exhibir un largometraje ficción es aún más difícil que producirlo, los festivales implican muchas ventajas.
Al menos alguna gente –especialistas o no– verán las obras, y quizá se logre romper el cerco Hollywoodense, la abulia gubernamental y se concreten algunas ventas. Además, las participaciones y premios otorgan cierta visibilidad (esa vez los calzones de Britney Spears no serán la noticia principal). Y, por supuesto, en estos eventos se encuentran artistas, técnicos y productores que desarrollan cara a cara proyectos, debates, críticas y más.
En 1960, en ese hermoso y legendario puerto colombiano, el visionario Víctor Nieto organizó el primero de diez lustros de festivales de cine del que se ha consagrado como el más longevo de América Latina, y uno de sus más emblemáticos, junto a La Habana y Viña del Mar. De los tres, es al que más he asistido (siete veces con ésta). Don Víctor murió hace año y medio y celebró en espíritu medio siglo de logros que dependieron de su amable y a la vez recia personalidad. Quienes compartimos con él y admiramos su temple, no solo le rendimos tributo, también extrañamos esa calidez que este último festival, ya burocratizado, perdió. En verdad, algunos proyectos son lo que la personalidad de su creador forja con pasión –como bien sugiere la recién ganadora del Óscar y competidora allá, El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella.
Sin embargo, la amplia programación fue excelente. La gran vencedora fue la uruguaya Gigante, de Luis Biniez, que se llevó los premios al Mejor Filme, Director, Guión y Actor; además de reconocimientos paralelos. Este relato sobre un guarda de supermercado cuya rutina cambia una mujer, ya había ganado el Oso de Plata en Berlín y otros significativos galardones. También destacó La yuma (sobre una boxeadora nicaragüense) de Florence Jaugey, notable artista a la que, por cierto, invitamos como jurado para la Muestra de Cine del ’99, luego de saborear su notable corto Cinema Alcázar.
A la elegante inauguración –champán incluido–, a la que asistimos por Costa Rica el realizador nacional Esteban Ramírez y el suscrito, se hizo al aire libre en la Plaza de la Aduana, la magnífica ciudad amurallada, con una proyección impecable de Cartagena, ópera prima del francés Alain Monne, relato pretencioso sobre el encuentro afectivo entre dos desvalidos (una bella mujer paralítica debido a un accidente y un exboxeador alcohólico). Pese a sus valores de producción y a los notables intérpretes, el guión se siente forzado y el filme no acaba de convencer.
El azar me situó en una mesa justo detrás de Monne, y junto a la del reconocido galán Fernando Allende (que debutó como director con María) y a la del escritor Gabriel García Márquez, la figura más solicitada esa noche. Lástima que otras tandas, en el hermoso pero inapropiado Teatro Adolfo Mejía y en el Mall Caribe Plaza, fueron escasas en público.
Creí que el filme inaugural sería la coproducción colombiano costarricense Del amor y otros demonios, de Hilda Hidalgo, mas ésta se exhibió posteriormente, cuando yo ya había regresado. España fue el país al que se dedicó esta edición y su clausura, con una retrospectiva del refinado autor Carlos Saura, el que no pudo asistir por motivos de salud.
A Gestación, la producción nacional más taquillera de la historia, la presentamos personalmente en su estreno internacional (la notable Muestra Iberoamericana solo incluyó siete películas). Entre lo oído, destaco la opinión del cineasta Ciro Guerra (La sombra del caminante, Los viajes del viento), que la encontró superior a Caribe y subrayó tanto su esmerada apariencia y frescura como el interés que mantiene.
ALGUNAS PELÍCULAS DE ESPECIAL INTERÉS
El último verano de La Boyita, Premio Especial del Jurado, se asoma al mundo agreste del campesinado argentino, donde privan la ignorancia y el machismo. Con destreza y una visión humanista expone un caso de identidad sexual confusa que revela la barbarie de las creencias y reivindica una extraordinaria amistad entre dos niños. A partir de una historia sencilla, hace un valiente alegato a favor de la vida y su diversidad. Conmueve sin excederse y convence con ingenio.
Traspatio, del consagrado autor mexicano Carlos Carrera (el genial corto El héroe, la sólida revelación El crimen del padre Amaro), es una aguerrida exposición de los intereses y las costumbres sobre los se levanta la montaña de cadáveres de mujeres que inunda Ciudad Juárez. Es un notable thriller policial, brillantemente realizado, que señala a las transnacionales, a los políticos, a la policía y a la prensa, en una madeja de corrupción y cinismo que no solo ocurre allá; también en Guatemala, El Salvador, ¿Costa Rica? Por su evidente calidad, su ritmo acentuado y su vigor crítico éste es el tipo de cine que deberíamos ver en nuestro país, pero que usualmente no nos programan (a cambio nos recetan vampiros adolescentes…).
Luego de sorprender con Ratas, rateros y ratones, Sebastián Cordero observa cómo viven y padecen sus compatriotas ecuatorianos en España. Su Rabia tiene como fundamento el creciente conflicto de la inmigración, subraya odiosas diferencias de clase y se concentra en un drama sicológico intenso que es además la historia de un amor imposible, donde el actor Gustavo Sánchez hace un trabajo durísimo y sobresaliente. Filme impresionante, doloroso y dolido, que muestra la madurez de su autor.
El vuelco del cangrejo, de Óscar Ruíz, es un relato macondiano sobre un hombre callado y misterioso que, alejándose de no se sabe qué, encalla en un pequeño caserío costero. Filme de ambiente, dibuja los “ires y venires” de un mundo perdido en el tempo. Pese a su acertada realización, la escasa acción dramática y la historia apenas esbozada debilitan la interesante propuesta,
Viaje redondo, de Gerardo Tort, vincula a dos chicas con orígenes disímiles en un azaroso periplo por desolados desiertos mexicanos, y logra notables escenas entre ellas y con los mundos que descubren.
El secreto de sus ojos nos recordó tanto los textos de Benedetti como los de Sábato, así como los gestos extremos de los personajes de Piñeiro. Y, cómo no, La historia oficial de Puenzo. Porque logra unir una vibrante narración policial, surgida de tres y muy distintas pasiones amorosas, con el contexto de la dictadura militar que asoló a la Argentina posperonista. Un filme bien construido, con diálogos sagaces e interpretaciones sobrecogedoras, que deja muchas inquietudes y un claro regusto a cine de categoría.