El miedo y la guerra hicieron que Francisco Segovia dejase su tierra, Linares, para reinventar su vida al paso de la arrasadora industria. Su nieta, Sofía, relata esa memoria casi un siglo más tarde, aunque nunca menciona su nombre.
El murmullo de las abejas no es la vida de un solo hombre, es el paso de pueblos enteros durante la Revolución Mexicana, mientras la escritora entreteje la realidad con la fantasía. Ella dice que de esa manera no olvidaremos las sensaciones más humanas de ese turbulento capítulo de la Historia.
Sofía Segovia estudió periodismo, aunque dejó esa escuela pues, para ella, describir la realidad no era suficiente. Años más tarde, tras batallar con el mundo de las publicaciones literarias, logró publicar sus propias novelas. Ahora, en su segundo libro, El murmullo de las abejas, el drama de una generación del noreste mexicano se revela gracias a un niño y sus guardianas, las abejas.
En una entrevista con UNIVERSIDAD, la escritora mexicana profundizó detalles de su más reciente obra, la cual fue catalogada como el descubrimiento del año por Lumen, editorial a cargo de su publicación.
Pregunta obligatoria para un periodista: ¿Qué la desencantó del periodismo?
–Simplemente por algo que yo tenía dentro, o que no tenía dentro: esa disciplina de atenerse a los hechos. Siempre quería “arreglar” alguna situación, entonces me di cuenta de que el periodismo no estaba en mí. Yo era una joven de opiniones muy fuertes; sabía que eso me metería en muchos problemas. Me gustaba escribir, pero quería hacer mis propias historias. Me gusta más la ficción que la realidad.
¿Qué le encantó de la ficción?
–La ficción me tiene encantada desde las primeras palabras que aprendí a leer. Siento que allí somos capaces de ir a otros tiempos y otras vidas que no son las nuestras; nos vamos a descansos y aventuras. Para mí, eso es la ficción, como lectora y escritora.
¿Es más difícil describir la realidad que construir un mundo propio?
–Para mí sería más difícil describir la realidad. No es difícil construir un mundo, a pesar de que El murmullo de las abejas está anclado en la realidad, gracias a las anécdotas de mi abuelo.
¿Podemos encontrar rasgos de novela histórica en El murmullo de las abejas?
–Todas las novelas deben estar ubicadas en tiempo y espacio. Esta novela se ubica en Linares, en el noreste de México, durante la Revolución. Más que una novela histórica, es una novela sobre la experiencia humana de pasar un momento histórico tan turbulento. Al final, creo que eso la convierte en una experiencia universal. Eso hace que el libro no sea un documento histórico.
Por el protagonista (Simonopio) y las abejas, más que una historia, parece una mitología de la Revolución.
–Creo que, sobre todo, la novela habla de la Revolución Mexicana desde la gente de los pueblos del noreste. Es muy diferente a la versión predominante, la cual viene desde el sur del país. Yo entretejo esos hijos de realidad con mi ficción; allí salen Simonopio y las abejas para lograr esa fusión.
Esa misión de rescatar una voz histórica es muy periodística…
–Sí, el libro requirió mucha investigación. Todavía sale esa joven periodista con muchas opiniones, pero que encontró la novela para plasmarlas en un país muy centralizado, incluso en cómo se ha contado la historia.
¿Por qué las abejas son guardianes ideales?
–Simonopio es un niño abandonado a su suerte y yo necesitaba que ese niño viviera. Las abejas fueron mi elemento para proteger a Simonopio. Aún en la realidad, ellas son un símbolo de vida en esa tierra mexicana que se reinventó con la siembra de naranjos. Ese fue un cambio que hubiera sido imposible sin ellas.
¿De qué manera puede hablarse de la historia sin caer en descripciones documentales?
–Enfoqué mi atención en el punto de vista de los personajes, en lugar de describir desde mi juicio moderno. Quería que los personajes nos invitaran a vivir sus vidas para trascender más allá de la historia.
¿Esperaba que la editorial recibiera la novela de esta manera?
–Todos los autores debemos tener la certeza de cumplir ese sueño. En el caso de mi primera novela, las editoriales ni siquiera abrieron el manuscrito. Imagino que las novelas de los nuevos autores llegan a las editoriales y pasan al hoyo negro de la literatura, donde se pierden todos los libros sin abrir. Con El murmullo de las abejas, procuré que eso no sucediera, por lo que hice un plan para presentarla y tuve mucha paciencia. Me di cuenta de que, para escribir, no se puede ser impaciente.
¿Hay que ser un buen lector para ser un buen novelista?
–Absolutamente. Ahora, que soy tallerista de creación literaria, siempre digo eso a quienes asisten. La lectura es la mejor maestra para un escritor, aunque no es la única: la vida y las sensaciones son grandes maestras para los novelistas. Para escribir, hay que vivir.
¿Leer propició su encuentro con la fantasía que procuró en ese libro?
–Fue el primer párrafo. Los personajes parecen salir de la tierra; [la fantasía] surge de la idea de ellos mismos, a pesar de que no lo planeé de esa manera cuando lo escribí.
¿Cómo se mantiene fresca esa idea a lo largo de años de escritura?
–Hay que entender que no solo se escribe frente al teclado. Para mí, un momento para resolver problemas en la escritura es la regadera [ducha] y también al conducir mi auto. Las últimas 200 páginas de mi libro las resolví en un viaje de seis horas entre Monterrey y San Antonio, en Texas. Vivir es parte de ser escritor, pero debes llevarte la novela a todas partes.
Usted dice que la Revolución Mexicana fue una locura. ¿La gente no entendió la revolución o la revolución no entendió a la gente?
–Seguimos sin entender la revolución. Fue una locura en la que nos embarcamos sin entender qué se peleaba; nadie tenía la misma idea sobre la revolución. Ese es el punto de vista que narra la novela.
¿Cómo es el noreste mexicano hoy? ¿En qué se transformó?
–Luego de casi un siglo desde la Revolución, es una región que sufre otro estallido de violencia, con otras fuentes. El noreste olvidó qué significaba caer en la violencia y permitió un nuevo brote sin prevenirlo. Una región tan progresista y moderna de México se ve secuestrada.
El murmullo de las abejas se basa en las memorias de su abuelo sobre ese territorio. ¿Cómo describiría a su abuelo?
–Veo el espíritu de todos los hombres que sufrieron ese tiempo en toda la zona de Monterrey. Ellos debieron abandonar sus tierras y sus raíces, todo lo que creyeron que les pertenecía, para encontrarse con nuevas ciudades y vocaciones. Él contaba las historias de su pueblo, Linares, de una manera muy simpática, aunque nunca contó todo lo que sufrió; quizás no quiso pasarlo a la siguiente generación.
Parece que, entonces, la motivó más aquello que su abuelo no dijo…
–¡Sí! Comenzó por las anécdotas, pero luego noté todo el silencio. Conecté ese olvido al miedo que sentimos en Monterrey, cuando muchas personas no queríamos salir de nuestras casas. Nos preguntamos si queríamos emigrar, tal y como sucedió cien años antes de que comenzara a escribir esta novela. Por eso, la historia debe entenderse desde el punto de vista humano.
¿Cuál es la virtud de descubrir ese silencio desde una novela?
–Si la historia se contara en forma de cuento, jamás se olvidaría. Si en esta novela logro retratar la historia desde un punto de vista humano y no solo desde los datos fríos, siento que logré algo.
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