La receta neoliberal no solo expropió al Estado argentino de las empresas públicas, sino a la ciudadanía de sus ahorros.
¿Qué sucedió para que la segunda economía de América Latina entrara en bancarrota y que la gente en las calles hiciera renunciar a cinco presidentes en el lapso de dos semanas?
Ya Joseph Stiglitz, ex economista jefe del Banco Mundial, advirtió, a comienzos de esta semana («Las lecciones de Argentina», La Nación, 13/1/02), que ante esta pregunta «el FMI trabajará duro para reasignar la culpa; habrá alegaciones relacionadas con la corrupción o se dirá que Argentina no tomó medidas necesarias.»
Sin embargo, ni el dedo más grande del mundo podrá tapar el hecho de que la debacle sacude a ese país latinoamericano y a ningún otro, y mientras toda la región ha podido más o menos salir a flote de las crisis financieras y las recesiones de los últimos diez años, solo Argentina ha tocado fondo.
En el documento «La crisis argentina y sus lecciones», Justo Aguilar, Erlend Muñoz y Diego Rojas, director y miembros del Instituto de Investigaciones en Ciencia Económicas, de la UCR, recuerdan que la primera causa se encuentra en la dolarización de la economía de ese país, en 1992, cuando se ató la moneda local a la estadounidense. «Se estableció un sistema basado en la Caja de Conversión, según el cual el peso era totalmente convertible con el dólar a una tasa de cambio nominal fija de un dólar por un peso.»
En ese momento, todavía «la base monetaria interna se encontraba respaldada en su totalidad por las reservas en moneda extranjera del Banco Central», es decir, que a pesar del período de hiperinflación que se trató de eliminar mediante la dolarización, había condiciones para manejar la economía.
Sin embargo, los investigadores recuerdan que el plan completo incluyó «un programa de privatizaciones, la eliminación de impuestos de exportación y de controles estatales sobre los precios.» Es decir, que se produjo el establecimiento más radical de la llamada economía de mercado, desde el Chile de Pinochet.
Para los investigadores costarricenses, la segunda causa del descalabro, fue «el uso de una política fiscal contractiva en un entorno de recesión global, del 2000 al 2001», que incluyó una política de déficit fiscal cero. Es decir, el antikeynesianismo, el remedio preferido de los monetaristas.
Otras medidas en esta línea, puestas en efecto por el ex ministro de Economía, Domingo Cavallo, fueron reducir en un 13% los salarios del sector público y las jubilaciones superiores a $500, y aplicar el llamado «corralito», por el cual se incautaron los depósitos de los ahorristas, incluidos los salarios; al cierre de esta edición, solo se permitía realizar retiros semanales de entre $300 y $375, y la ira popular contra los cajeros automáticos y los bancos se expresaba en varias provincias.
Y Stiglitz recuerda, sin ambages, que ambos planes, dolarización, liberalización y privatizaciones, y luego la contracción del gasto en plena recesión, fueron propiciados por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
«El FMI fomentó el uso de este sistema cambiario. Ahora son menos entusiastas, pero es Argentina, no el FMI quien está pagando el precio», dice con respecto al primer punto. Y en cuanto al segundo, hace ver que, a la hora de la crisis, el Fondo recomendó la misma receta que aplicó a los países asiáticos durante la crisis de 1997, y que como en aquella región del mundo, el resultado ha sido la multiplicación del desempleo.
ASUNTO DE FONDO
Como pronosticó Stiglitz, ya aparecieron quienes tratan de minimizar la responsabilidad de la llamada economía de mercado en el desastre argentino. El más destacado, hasta el momento, ha sido su colega, Sebastián Edwards, ex economista jefe del Banco Mundial para América Latina. (Tanto Stiglitz como Edwards enseñan hoy economía en universidades estadounidenses.)
Con un discurso ambivalente, afirmó a la cadena CNN que «el ex ministro Domingo Cavallo, en su afán, hasta cierto punto comprensible, por salvar la convertibilidad, terminó dañando instituciones muy importantes, como la independencia del Banco Central, los contratos, el sistema financiero, la confianza y la propiedad privada individual. Y va a ser ciertamente muy difícil restablecer estas relaciones.»
Pero, simultáneamente quitó sus culpas a la política de liberalización: «Hay una cierta sensación, en ciertos cuarteles, de que el fracaso de Argentina, es un fracaso de las economías de mercado. Aquí el gran responsable de la crisis es la clase política.» (CNNenespañol.com, 9/1/02). Es decir, todos; es decir, nadie en particular.
Localmente, coincidió con esta posición el economista Denis Meléndez, para quien el problema no estuvo en la dolarización, sino en haber sobrevaluado el tipo de cambio del peso argentino al momento de establecer la paridad con el dólar. (La República, 9/1/2002).
Pero, como siempre, la letra, es decir, los hechos, hablan mejor que cualquier discurso.
Además de dolarización, privatización y contracción del gasto, «se alabó a Argentina por permitir que los bancos fueran en gran parte propiedad de extranjeros», explica Stiglitz. «Por un tiempo esto creó un sistema bancario aparentemente más estable, pero este sistema no le prestó dinero a las compañías de pequeño y mediano tamaño. Después del ímpetu que llegó con el fin de la hiperinflación, el crecimiento se redujo, en parte porque las empresas del país no pudieron obtener un financiamiento adecuado.»
Es decir, que la apreciación del dólar/peso, a partir de la crisis asiática, abarató las importaciones para los argentinos, pero encareció sus exportaciones, incluidos sus productos agrícolas. Esto llevó a que la deuda externa pasara de $61.337 millones, en 1991, a $142.309 millones, en junio de 2001. A su vez, esto produjo el cierre de empresas y el creciente desempleo. Así, el Producto Interno Bruto decreció -2,7% en 2001, y el desempleo alcanzó el 18.3% de la población económicamente activa. Y en este contexto, el crédito, en manos de la banca privada, quedó fuera del alcance de las pequeñas y medianas empresas, lo cual también produjo desempleo y aumentó la pobreza, que hoy afecta a 12 de los 36 millones de habitantes. (CNNenespañol.com 12/1/02).
En el citado artículo Stiglitz propone siete lecciones de lo sucedido en Argentina. Entre ellas, que «en un mundo de tasas cambiarias volátiles, fijar una moneda a otra como el dólar es muy riesgoso»; «la globalización expone a un país a enormes sacudidas»; o «enfocarse exclusivamente en la inflación -sin prestar atención al desempleo o al crecimiento- es riesgoso».
Sin embargo, la más importante de todas parece ser que «ignorar los contextos social y político es en riesgo propio. Cualquier gobierno que aplica políticas que dejan a grandes facciones de la población desempleada o subempleada, no está cumpliendo su misión primaria.»
El tiempo mostrará si América Latina aprende suficientemente las lecciones de esta debacle, propiciada por el FMI. Pero, de lo que ya hay certeza, es de que el propio FMI, como los caballos con ojeras, sigue su marcha con arrogancia.
El pasado 12 de enero, Jorge Tudesca, viceministro de Economía del presidente Eduardo Duhalde, tuvo que parar en seco a las autoridades del FMI, que ya están criticando el abandono de la dolarización y presionan para que presente un «plan económico coherente.»
«Francamente no necesitamos que cada dos minutos un funcionario del FMI nos esté diciendo cómo tenemos que recorrer el camino. Y lo hacen a 10.000 kilómetros de distancia, sin un buen conocimiento de la situación. Lo que tenemos que hacer es un plan de desarrollo para Argentina, que no sé si al FMI le interesa, pero nos interesa a los argentinos.» (CNNenespañol.com).