Caso Kelly Suicidio puede acabar con carrera de Blair

El gobierno del primer ministro Tony Blair podría verse obligado a dimitir a raíz del escándalo del suicidio David Kelly. David Kelly, un experto

El gobierno del primer ministro Tony Blair podría verse obligado a dimitir a raíz del escándalo del suicidio David Kelly.

David Kelly, un experto en armas biológicas que había dirigido misiones de control de las Naciones Unidas en Irak en la década pasada, y que ahora trabajaba para los servicios de defensa británicos, salió de su casa cerca de las 3 p.m., un poco fría, el pasado 17 de julio. Nadie prestó atención en aquel hombre que caminaba algo desabrigado, por su barrio en un pueblo en las afueras de Londres. Kelly llegó a un pequeña elevación cubierta de árboles, tomó algunas tabletas de Co-proxamol, contra el dolor, y cortó la vena de su pulso izquierdo. Horas después, se encontraba el cuerpo de ese hombre, discreto, introvertido, acosado por el escándalo de la participación británica en la invasión de Irak.

La figura de Kelly surgió en medio del debate sobre las razones por las que Gran Bretaña decidió secundar la decisión de Estados Unidos de derrocar a Saddan Hussein.

El presidente estadounidense George Bush, y el primer ministro británico, Tony Blair, habían insistido en la amenaza de que las armas de destrucción masiva del régimen iraquí representaban para todo el mundo, para justificar su acción militar contra Irak. Los alegatos se basaban en gran medida en informes de inteligencia. Bush citó fuentes británicas para fortalecer sus acusaciones contra Irak en su discurso a la nación, a principios de año, tres meses antes de la invasión a ese país. Informe que sería luego objeto de gran polémica y del que la prestigiosa cadena pública británica, la BBC, afirmó que había sido arreglado para hacerlo «un poco más sexy» por el gobierno de Blair, para doblar la voluntad de un parlamento poco entusiasmado con la guerra.

La insinuación de la BBC desató la ira del gobierno británico y poco a poco comenzaron a tejerse las especulaciones sobre cuál sería la fuente de la emisora para hacer una afirmación de esa naturaleza. Las posibilidades, en todo caso no eran muchas, y para quienes conocían – sobre todo en el gobierno- a los posibles expertos en la materia, no era difícil poner la mira sobre dos o tres posibles responsables. David Kelly era, ciertamente, uno de los primeros.

Para la familia de Kelly, la revelación de que era la fuente de la BBC se transformó, para él, en una presión que no pudo soportar. Blair y su gabinete temen ahora que la esposa de Kelly, Janice, acuse al Primer ministro de «tener las manos manchadas de sangre». ¿Qué pasaría si se llega a hacer pública una acusación como esa? Probablemente el ya debilitado gobierno laborista llegue a su fin. Por lo menos, esa es la convicción de miembros del propio gobierno, citados la semana pasada por la prensa británica.

Pero, ¿quién hizo pública finalmente esa revelación? Desde luego, la BBC, siguiendo las normas del periodismo, no había revelado las fuentes en la que se basó el periodista dedicado a temas de defensa, Andrew Gilligan, para denunciar las maniobras del gobierno Blair para hacer más «sexy» su informe sobre las armas de destrucción masiva del régimen iraquí.

La actitud de la dirección de la BBC, de apoyar el trabajo de su reportero, hizo aumentar la desesperación y subió el tono de los ataques del gobierno contra la emisora.

En el centro del debate está Alastair Campbell, jefe de la oficina de comunicación del Primer ministro, a quien Kelly habría responsabilizado de haber subido el tono del informe de inteligencia que el gobierno de Blair divulgó en septiembre pasado. Campbell reaccionó furioso cuando el programa de la BBC salió al aire, en mayo, mencionándolo. En particular, la nota periodística ridiculizaba la afirmación del informe, en el sentido de que Hussein podía desplegar sus armas de destrucción masiva en 45 minutos. Una afirmación a todas luces carente de sustento en la realidad, sobre todo para los especialistas en la materia, como Kelly. Pero fue sobre la base de esas afirmaciones que los «informes de inteligencia» terminaron por convencer al parlamento del inminente peligro que representaba Hussein. Hoy, transcurridos casi tres meses de la invasión, es ya evidente que todo era falso; ninguna arma de destrucción masiva fue empleada durante la guerra, ni ha sido descubierta por las tropas de ocupación.

DISTRACCIÓN

Para Blair la acusación contra la BBC parecía servirle como una tabla de salvación. Acusado del engaño mayor -de haber mentido, o, por lo menos, haber exagerado los informes de inteligencia sobre la capacidad militar iraquí-, el debate parecía trasladarse ahora a las críticas contra la emisora estatal, que se había ensañado contra el gobierno y manipulado las declaraciones de un informante, en este caso, Kelly.

Las recriminaciones subieron de tono, y cuando apareció el cadáver del experto en armas biológicas, el gobierno se sintió acorralado. El tono de las acusaciones alcanzó niveles desconocidos hasta ahora, en las difíciles relaciones entre el gobierno y la BBC. Primero, en cuanto al contenido exacto de las declaraciones que Kelly le había dado al periodista. Y luego, sobre quién era el responsable de haber divulgado la identidad del informante.

A raíz de esto el Primer Ministro pidió una investigación judicial sobre el caso que, al principio, debería estar limitada al tema de las declaraciones de Kelly a la emisora. Pero la presión de la opinión pública hizo imposible evitar que esa indagación se extienda también a tratamiento que el gobierno dio a los informes de los servicios de inteligencia sobre Irak.

La más alta dirección de la BBC asumió el caso y sus directivos suspendieron las vacaciones previstas para el mes de agosto. De paso, reiteraron su apoyo a Gilligan y anunciaron que entregarían la grabación de la entrevista con Kelly al juez encargado del caso.

De ese modo, nuevamente el gobierno se ve contra las cuerdas, pues es de suponer que ahí se confirma lo que se dijo en el programa de la emisora.

Sobre los responsables de haber revelado la identidad del informante, la situación del gobierno parece cada vez más insostenible, de modo que Blair podría verse, al final, obligado a dimitir y convocar elecciones anticipadas.

Pero el fondo del debate seguirá siendo la responsabilidad británica en la invasión de Irak y el resultado de esa discusión podría afectar también a Bush, quien ya se prepara para la lucha por la reelección, el año que viene. En medio de una situación que se deteriora, el escándalo solo viene a confirmar los intereses ocultos tras una invasión cada vez más difícil de justificar.

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