El ultraderechista Jean-Marie Le Pen, conocido por su oposición a la integración europea y partidario de la mano dura en contra de los inmigrantes, alcanzó sorpresivamente el segundo lugar en la primera ronda de los comicios celebrados el domingo 21 de abril, lo que le permite disputar la segunda vuelta con el actual presidente, el neogaulista Jacques Chirac.
Con un poco más del 17 % de los sufragios, el increíble ascenso de Le Pen marcó el hundimiento de la izquierda tradicional, que en la persona del candidato socialista y actual Primer Ministro, Lionel Jospin, quedó relegada a un tercer puesto, y fuera de la lucha por la presidencia.
Si a los votos de Le Pen se suman los de otras agrupaciones ultraderechistas, que postularon candidatos propios, se verifica que uno de cada cinco franceses ha votado por esta tendencia política, que cuestiona los cimientos del Estado de derecho, de la pluralidad y de la democracia.
En cuanto a Jospin, quien era el candidato previsto para disputarle la presidencia al conservador Chirac, su humillante derrota puso en evidencia la falta de cohesión de la izquierda, cuyas luchas internas han llevado a la debacle más peligrosa de la historia reciente de ese país.
El Primer Ministro ya anunció que deja la vida pública una vez que termine la contienda del 5 de mayo. La salida de Jospin deja abiertas las puertas para una renovación de la izquierda, que parece divorciada de los intereses y aspiraciones de la gran mayoría del pueblo.
INSEGURIDAD Y VOTOS
Según los primeros sondeos luego del terremoto político, en la segunda ronda del 5 de mayo, es posible que Chirac obtenga la reelección con más del 75 % de los votos.
El despegue de los extremistas de Le Pen ha obligado a un humillado Partido Socialista a pedir el voto por aquel que antes era observado como el principal adversario.
El colapso de la izquierda dejará el camino libre para que el presidente gane la segunda vuelta por un buen margen; no obstante, la ausencia de candidatos progresistas en esta fase final del proceso evidencia una crisis de valores extraordinaria.
Los mismos partidarios de Chirac, representantes de la derecha tradicional, mostraron su preocupación por el caos de la izquierda moderada y por el meteórico ascenso de la ultraderecha.
El hecho de una victoria segura del candidato neogualista del RPR, no disipa las preocupaciones de los conservadores ante el peligro de que el candidato sobreviviente sea un hombre que se opone frontalmente al proceso de integración europeo, que acusa a los inmigrantes de la mayoría de los problemas que vive Francia, que exhibe un nacionalismo exacerbado que amedrenta a moderados de izquierda y derecha, y que, para muchos, no es otra cosa que un fascista de nuevo cuño.
Para los analistas políticos, las causas del remezón político hay que buscarlas en una desteñida campaña que no ofreció opciones verdaderas de cambio para los ciudadanos y que hizo hincapié en los temas relativos a la seguridad.
El asesinato de unos concejales de un ayuntamiento cercano a París, los atentados terroristas de musulmanes radicales y otros episodios violentos, generan una sensación de inseguridad que ha sido explotada por la derecha tradicional y por la ultraderecha para captar votos.
Chirac se ha servido de este clima de inseguridad ciudadana para llamar a ejercer el voto bajo la idea de que, a partir de ahora, habrá tolerancia cero hacia el terrorismo y la delincuencia. Este discurso es demasiado parecido al de la ultraderecha, con el matiz de que ésta culpa a los inmigrantes y a Europa por la mayoría de estos hechos violentos.
La similitud de ambos mensajes ha sido explotada por los estrategas de Le Pen, quienes han llamado a apoyar al original (Le Pen) y no a la copia (Chirac).
Ante esta dialéctica del terror, los socialistas quedaron relegados y sus propuestas en los ámbitos laboral, ambiental, educacional o bienestar social, pasaron desapercibidas.
A LOS EXTREMOS
A pesar del preocupante ascenso de la ultraderecha, cabe resaltar además la grave fragmentación del electorado, que ha encontrado en el abstencionismo (más del 30 % en la primera ronda) y en el llamado «voto protesta» una alternativa ante las gastadas propuestas de las fuerzas políticas tradicionales.
De este modo, no obstante su victoria del domingo 21, el presidente Chirac únicamente obtuvo el 20 % de los sufragios emitidos, seguido por Le Pen, con el 17 %, y por Jospin, con un 16 %.
Lo que en Francia se conoce como «voto protesta» es lo que le permitió a la extrema derecha obtener conjuntamente más del 20 % de los sufragios y a la extrema izquierda trotskista alrededor del 10 %.
Las fracturas internas dentro de la izquierda han contribuido en gran medida a esta circunstancia. Además del Partido Socialista, también el Partido Comunista, aliado de conveniencia de Jospin, vio reducirse su caudal de votos hasta un 3 %, menos de la mitad de los sufragios obtenidos en 1995.
CONTRA EUROPA Y LOS INMIGRANTES
Para alcanzar la segunda ronda, la extrema derecha de Jean-Marie Le Pen se sirvió de un elemento muy en boga: el miedo.
La composición social del país ha cambiado radicalmente en los últimos años, debido a la incorporación de miles de inmigrantes africanos y asiáticos que buscan una mejor vida en las grandes urbes. Este fenómeno se acompaña de un incremento en los índices de criminalidad.
Esta coyuntura ha sido la idónea para los intereses de Le Pen, que acusa a los políticos tradicionales de llevar a Francia a la decadencia.
Los actos de racismo se han incrementado, especialmente los que tienen por objetivo a miembros de las comunidades judías y musulmanas.
En un país en donde uno de cada dos votantes es mayor de 50 años, la adaptación a esta nueva Francia plural y multiétnica no ha sido sencilla; es por eso que el mensaje centrado en la seguridad y el nacionalismo de la ultraderecha, ha calado profundamente en los adultos mayores.
De igual manera, a menos de seis meses luego de la entrada en vigor como moneda única de Europa del euro, aún muchos ciudadanos sienten recelo respecto a un proceso de integración en el que, cada día con más fuerza, se plantea la cesión de competencias de los Estados nacionales a manos de un ente supra nacional, todavía no del todo definido y que recibe el nombre de Unión Europea.
Estos temores e inseguridades, unidos a la ineficacia para gobernar de la izquierda, han sido el caldo de cultivo sobre el que ha crecido la propuesta nacionalista y xenófoba de Jean-Marie Le Pen.
Sin embargo, este fenómeno ya ha tenido lugar en otros países como Austria, Italia y Dinamarca. Lo positivo es que, hasta ahora, las fuerzas de la ultraderecha en esos países han alcanzado un techo electoral del que no parece que podrán escapar.
En Francia, el reacomodo político dependerá, en gran medida, de la capacidad que tenga la izquierda moderada (socialistas y comunistas) para renovar su propuesta y su modo de hacer política.