Estos graves acontecimientos, de naturaleza bélica, cuyo inicio se conmemora en estos días, constituyen un acontecimiento histórico singular, el de la Gran Guerra Europea o Guerra Civil Europea como la calificó John Maynard Keynes, mientras que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue en gran medida la continuación de un conflicto bélico nunca resuelto, a partir del armisticio o cese del fuego, del día 11 de noviembre de 1918, cuando dio inicio el cese de hostilidades, poniendo fin a más de cuatro años de enfrentamiento armado, pero dejando en los resultados de las negociaciones de Versalles, todo preparado para su reanudación 20 años después, como bien lo indicó el propio Keynes, en su libro Las consecuencias económicas de la paz, publicado en 1920, al renunciar a su condición de negociador en nombre del gobierno inglés.
Todo aquel horror de la matanza y el hacinamiento en las trincheras, con los combates a la bayoneta unidos al incesante fuego de la artillería, la muerte o la inhabilitación de una generación entera de jóvenes, no bastaron a aquella pléyade de gobernantes cínicos y criminales, para satisfacer sus ansias de poder: Desde la incompetencia y la mentira criminal del general Joseph Joffre, jefe del Estado mayor francés al comienzo de las operaciones efectivas de combate, en agosto de 1914, con su cinismo y el ocultamiento de información que condujeron a la pérdida de miles de vidas, hasta el entusiasmo posterior de Georges Clemenceau, el tigre y padre de la victoria hacia el final de la guerra (quellevictoire!), todos aportaron lo suyo para conducir a la juventud a aquel absurdo sacrificio de sus vidas. Socialistas y burgueses, tanto franceses como alemanes, se embriagaron del patriotismo más ramplón para sacrificar millones de vidas, sin que nadie les pidiera cuentas.
Los ministros o sacerdotes de todas las denominaciones religiosas fueron cómplices de aquella carnicería; no sólo bendijeron a aquellos hombres que iban a matar y a dejarse matar como corderos sin una causa valedera, como no fuera la del patriotismo burgués presente desde el tiempo de las guerras napoleónicas, sino que a diferencia de los soldados que confraternizaron en las trincheras, durante los años de 1914 y 1916, los pastores bendijeron a las tropas como capellanes, confortándolos para que pudieran seguir sumergidos en aquella locura colectiva. Al parecer, los supuestos valores judeocristianos que decían profesar, unos y otros, no les ayudaron a asumir una actitud crítica frente a tan inhumanas y crueles actuaciones para con otros seres humanos, presuntos hijos de Dios dentro de la retórica religiosa.