Hasta que no se vaya el bus al río no se arregla el puente, dice una vieja frase que de vez en cuando utilizamos para acusar el peligroso retardo de la solución a un problema.
Ella sugiere que los problemas no se solucionan hasta que culminen en tragedias y es todo un emblema de sistemas sin prevención cuyos actores se guían por el no va a pasar nada y son movidos a la acción por las desgracias. El pasado 22 de octubre la frase se hizo realidad en el puente sobre el río Tárcoles entre Orotina y Turrubares, se cumplió al pie de la letra cuando un bus lleno de personas se fue al río por fallas en un viejo y dañado puente.
Los sistemas donde la frase tiene cabida no actúan preventivamente sino en respuesta a eventos desastrosos. No se ejecuta ninguna acción antes del evento pero una vez que él y las muertes ocurren, entonces sí, lo que no se arregló en 10 años se arregla en menos de un mes (ya hay nuevo puente en el Tárcoles), confirmando categóricamente que el problema si podía revolverse sin necesidad de la tragedia. Ya para qué, la gracia era evitar la desgracia porque las vidas no se pagan ni con el precio del nuevo puente ni con el de la carretera entera.
En tales sistemas vivimos coleccionando, contando y esperando tragedias. La pregunta que debemos hacer es: ¿Cuál será la próxima? Me preocupa mucho la ocurrencia de un desastre por deslizamiento en la ruta 32, la que va a Guápiles. Sinceramente me da miedo pasar por esa ruta; sus taludes son casi verticales, sumamente altos y no tienen el ángulo adecuado para evitar los deslizamientos. Todo el que pase por allí está expuesto al impacto de una avalancha de rocas, lodo y árboles. Los accidentes por desprendimiento de materiales hasta ahora contabilizados en esa ruta no solo han sido subestimados sino que posiblemente han sido atribuidos quizá a la suerte, al destino o al azar.
Pocos saben que el riesgo que corren al pasar por allí no se debe a la suerte ni al destino, sino a obras de desarrollo mal construidas cuyo resultado es la generación de vulnerabilidad y la materialización del desastre. Sé que nada barato resultará reducir el riesgo de desastre por deslizamiento en esa carretera pero es totalmente injusto e inaceptable que se pague con la sangre de quien por allí transita. Como es caro y como se cree que las desgracias no van a suceder, se prefiere correr el riesgo y aferrarse a la idea de que tal vez nunca pase nada antes que hacer las correcciones preventivas. Pero las desgracias pasan y la tragedia del Tárcoles es el mejor ejemplo de ello.
Las medidas correctivas en la ruta Carrizal/Cinchona, iniciadas inmediatamente después del terremoto de Cinchona, son un claro ejemplo de que necesitamos desgracias para actuar. Después de ese fatal terremoto el Estado hizo intervención en esa ruta enviando gran cantidad de maquinaria y equipo para cortar suelo y roca, reducir las pendientes y evitar fatales deslizamientos. Cuando pasé por allí unas semanas después del terrremoto y vi el gran despliegue de maquinaria, me pregunté por qué corregían los taludes de esa ruta y no los de la 32 por la que transitan miles de personas día a día. La respuesta es simple: necesitamos desgracias para actuar. En Cinchona ya había pasado el desastre y se había comprobado una vez más que las obras mal construidas son fatales para la población. En la ruta 32 todavía no han muerto 8 personas por deslizamiento en un mismo evento y quizá por eso no se presta la atención debida al riesgo de desastre por deslizamiento en esa ruta. Espero que no sea necesario llegar a la catástrofe para rectificar de los taludes.
La gestión de riesgos de desastre es una responsabilidad esencial del Estado en todos sus niveles, que forma parte de la obligación de garantizar la vida y los demás derechos que conforman la seguridad humana de los habitantes de un país.
Por tanto, el Estado no debe permitir que las personas transiten por vías inseguras en las que está en riesgo su vida. El gobierno central, el MOPT y el CONAVI deben prestar más atención a la gestión de riesgo de desastre por deslizamientos en la ruta 32. Deben identificar exhaustiva y profunda del riesgo, incluyendo la determinación objetiva tanto de la amenaza como de la vulnerabilidad. Y también deben reducir el riesgo de desastre mediante acciones de prevención y medidas de mitigación estructurales y no estructurales. Lo que haya que hacer, hay que hacerlo ya, quizá para mañana sea tarde.