Carta a Simón Bolívar

Aunque ahora en muchas partes no se necesita papel para escribir cartas, pues con la energía eléctrica –que en tus tiempos apenas era un

Querido padre de la Patria Grande:

Aunque ahora en muchas partes no se necesita papel para escribir cartas, pues con la energía eléctrica –que en tus tiempos apenas era un fenómeno conocido- éstas se plasman en máquinas con ventanas luminosas y de ahí se envían por cuerdas metálicas que conducen las señales eléctricas, o mediante aparatos llamados antenas, que la ciencia y la técnica han colocado en distintos lugares de la superficie terrestre o en órbitas alrededor de la Tierra,

mismas que son capaces de recibir y enviar ondas electromagnéticas con códigos de información, formando redes a distancia, y que con o sin alambres activan las señales en las máquinas luminosas arriba mencionadas, yo sí recurro al papel usado por sólo un lado, para no perder la costumbre de contornear palabras y dar uso al desperdicio que viene acumulándose por casi medio siglo, desde que inventaron las máquinas impresoras de texto que usan sólo un lado de la hoja de papel, lo cual ha contribuido con la deforestación  mundial, haciendo que el clima  se vuelva loco y azote violentamente con sequías, huracanes y diversas tormentas cualquier lugar del Planeta, ocasionando muerte, hambre y dolor a millones de personas todos los años, principalmente a los habitantes del mundo empobrecido, al que lamentablemente aún pertenecen nuestros  pueblos.

Antes de seguir soñando con tu utopía de construir la unidad de los pueblos del  subcontinente mestizo y hacerte una propuesta sobre el nombre que considero deberá lucir tan bienaventurada y feliz realidad, permíteme plantearte una queja:

Hace mes y medio hubo elecciones antidemocráticas (por su forma jurídica y parcialidad crónica de parte del órgano que las rige) en Costa Rica, en las cuales resultó vencedor el partido neoliberal que actualmente desgobierna el país; mientras los partidos de oposición –a los que el pueblo articuló en una maravillosa lucha contra un “tratado de libre comercio con los Estados Unidos” o TLC hace siete años, la cual fue secuestrada por el gobierno de turno y desarticulada mediante un referendo amañado- se lucieron luchando cada quien por su lado, resultando tardío un intento de unidad que se dio en vísperas de la contienda, a pesar de que los partidarios del NO al TLC con antelación presionábamos para que se formara una coalición antineoliberal y así lograr un cambio en  el rumbo político y social de Costa Rica, ya que  treinta años de neoliberalismo impuesto por los partidos tradicionales han demostrado que dicha ideología es perfecta para enriquecer a unos cuantos y empobrecer a las mayorías.

Concluyo la breve epístola, libertador, haciéndote una propuesta de nombre a la inmensidad de territorio que cubre la recién fundada en Cancún, México, “Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños”, ahora que las condiciones políticas regionales se perfilan hacia un destino común de unidad, paz y confraternidad entre los pueblos que tú y los próceres hermanos libraron del yugo colonial, y como tú la soñaste:

Si nuestro continente heredó su nombre de la hegemonía política, económica y académica de la Europa renacentista, en donde la nobleza medieval y los ricos de la burguesía en ciernes decretaban los destinos del mundo, y el Nuevo Mundo o las Indias Occidentales para ellos deberían gozar de un nombre en honor a algún ilustre europeo, máxime si éste previó el descubrimiento de una nueva masa continental al oeste del viejo continente, que no era la India ni China, como al principio creían los ibéricos, el nombre “América” ha sido herramienta de apropiación gentilicia por parte de los yanquis y bandera de expansión y hegemonía de la cultura anglosajona en el Continente. Por ello, en apego a la verdad y justicia históricas, no obstante haya primado en ellas el error, el horror y la injusticia social, y según la herencia de nuestros pueblos, las culturas que dominan el panorama geopolítico desde México hasta la Patagonia son las originarias o indígenas (apelativo derivado de los cálculos erróneos que hicieron los españoles al arribar al Nuevo Mundo) y las latinas, representadas principalmente por España, Portugal e Italia. De ahí mi inquietud de que más que “Latinoamérica”, el subcontinente de la esperanza (como nos llaman hoy los europeos), que por otra injusticia histórica se mide del río Grande o Bravo hacia el sur, debería llamarse “Latinindia”, y que los estadounidenses se dejen el nombre de “América”, el cual les queda bien por el origen elitista que le imprimió la Europa del siglo XVI.

Por el bautizo, egregio fundador de “Latinindia” y prócer de su unidad, pienso que  no debemos preocuparnos, pues la sangre ofrendada en quinientos años de dolor alcanzaría para derramar sobre todas y cada una de las cabezas de los supervivientes de una tierra que merece ser feliz.

Si mi inquietud resultase favorecida con tu aceptación, desde tan dichoso instante yo sería  menos latinoamericano y más latinindio.

Su fiel discípulo.

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