Confesionalidad del Estado, verdad histórica y realidad actual

Estos primeros años del desarrollo de la persona son los más importantes en la formación académica, social, moral y espiritual del ser humano. De

¿Qué ocurre aquí, en nuestro país? Muy sencillo de explicar. Hay que empezar recordando que la religión, aparte de doctrina propiamente, es un medio por el cual se enseñan valores éticos y morales, los cuales se aprenden desde el seno familiar y continúan en la educación primaria.

Estos primeros años del desarrollo de la persona son los más importantes en la formación académica, social, moral y espiritual del ser humano. De no haber un núcleo de formación muy bien definido desde esta etapa etárea, es muy difícil que más adelante se retome esta.

Lo que nombramos como confesionalidad no es lo que a veces normalmente se piensa. Confesionalidad no es el acoso o discriminación de los no católicos. Tampoco es la obligación restrictiva de prácticas de culto y piedad a todos los fieles, tampoco es la entrega del poder civil al clero, ni se asemeja con la exclusividad de una opción política impuesta a todos los católicos, como cuando se les ha instado a la alianza contra una política peligrosamente mala. Ni hay por qué pensar que la confesionalidad implica que la Iglesia ratifique y avale a priori todos los actos y pormenores de la sociedad que se profesa oficialmente católica, que no por eso dejan de ser remediables, impugnables o injustos. La confesionalidad católica no es nada de eso. Ni tampoco consiste en emplear el calificativo “católico” en el nombre oficial de alguna asociación, sindicato o el propio Estado, es un título altisonante del que ostentar, pero a la postre trivial. Por el contrario, lo que implica es un compromiso unido de una sociedad de vivir seriamente su inspiración cristiana en toda su profundidad y, por lo tanto, también en forma colectiva. En sí misma, la confesionalidad de un Estado no pretende obligar a todos a profesar la fe católica, sino fomentar los valores cristianos, éticos y morales, que sirvan de base a los niños que en un futuro serán los adultos que dirigirán el país; es mejor educar y corregir a nuestros niños que juzgar y castigar a los adultos.

Al no haber valores religiosos establecidos, los códigos morales, el respeto a nuestro vecino y la forma de vivir en sociedad se ven afectados profundamente; en muchos países desarrollados este modelo ya no existe, lo que se ve reflejado en el grado de violencia que afecta a su sociedad, la pérdida del servicio al prójimo, el respeto a la propiedad privada;  todo eso se enmarca en el hecho de que al no haber una base religiosa fuerte y apoyada la iglesia por el Estado, empiezan a decaer todos esos aspectos importantes antes citados y que están íntimamente ligados con la religión.

El apogeo del Derecho Internacional ha ayudado específicamente  al reconocimiento de los derechos humanos en todo el mundo. Desde este aspecto, el derecho del ser humano a la libertad de preferir y practicar una religión, ha soportado un lánguido progreso histórico.

En lo que a la historia de Occidente atañe, un expedito y ligero análisis recuerda que en la antigüedad Grecia y Roma no distinguieron entre religión y vida política; la religión era parte del Estado.

De esta manera, un Estado es confesional, por deseo y manifestación expresa del pueblo. En el caso costarricense, no se trata de una decisión simplemente determinada por la tradición; antes bien, la fe cristiana católica se encuentra presente en la historia de Costa Rica de una manera tan determinante que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la Iglesia Católica es la institución que mayor influencia ha tenido y tiene en la conformación de la idiosincrasia costarricense y en las instituciones que dan sustento a su organización social, como son: la familia, la escuela y el Estado.

Prueba de esto es la misma Ley fundamental de Educación, cuyos fines, que representan una síntesis de humanismo cristiano, se encuentran permeados por los principios evangélicos del respeto a la dignidad de la persona humana, la libertad,  la convivencia, la solidaridad y el bien común.

 

De esta manera, es evidente cómo, haciendo eco de la voluntad popular, el Gobierno de la República identifica al cristianismo como la institución que, por su aporte a la identidad nacional, sirve de modelo y sustento para la formación ética y moral de las nuevas generaciones de costarricenses.

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