Cuba: ¿perestroika a la habanera?

Cuando en agosto de 1989 tuve la oportunidad de conocer la Unión Soviética, ese país atravesaba por una radical transformación. Ante el fracaso

Jerry Espinoza Rivera
Profesor, UCR
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Cuando en agosto de 1989 tuve la oportunidad de conocer la Unión Soviética, ese país atravesaba por una radical transformación. Ante el fracaso de la ineficiente economía planificada, la corrupción generalizada, la escasez y el creciente descontento de la población, los dirigentes soviéticos habían entendido que urgía una reforma profunda e impulsaron un cambio de la economía. A esta reforma se le bautizó como la perestroika.
La perestroika vino acompañada del glásnost (transparencia), el cual trajo una paulatina eliminación de la censura y una creciente apertura de los medios y de la prensa a la crítica y al disenso. En 1989 ya prácticamente la censura había dejado de existir, la prensa criticaba abiertamente al gobierno y se publicaban libros de Pasternak, Solzhenitsyn o Bulgákov, autores prohibidos hasta hacía poco por sus duras críticas al régimen soviético.
Desgraciadamente, el intento de la perestroika de construir un “socialismo con rostro humano” nunca pudo realizarse por la desintegración de la Unión Soviética en 1991 y el caos consecuente. Sin embargo, su contribución a la democratización de las sociedades de Europa del Este fue invaluable.
Un cuarto de siglo después visito Cuba. De inmediato me doy cuenta de que algo está cambiando en la isla y me recuerda la perestroika. La primera vez que visité Cuba diez años atrás, conseguir productos básicos como jabón o pasta de dientes era toda una odisea. Hoy eso está cambiando gracias a la apertura económica y al levantamiento de las restricciones para abrir negocios particulares. El crecimiento del “cuentapropismo”, como lo llaman los cubanos, está cambiando la ineficiente y esclerotizada economía monopolizada por el Estado. Hoy, por primera vez en muchos años, se pueden conseguir fácilmente productos importados en las tiendas cubanas. El mejoramiento de las relaciones entre Cuba y EE. UU. y el previsible levantamiento del embargo económico hacen prever que este proceso se acelere aún más en los próximos años.
Sin embargo no todo es “color de rosa”. La apertura económica también ha traído consecuencias negativas. La más evidente es el aumento de la desigualdad. Un mesero o un taxista pueden ganar en un día más que lo que gana un médico en un mes. Los precios de muchos de los productos que se consiguen en las tiendas son prohibitivos para la inmensa mayoría de los cubanos, quienes reciben su salario en moneda nacional, no en pesos convertibles (por ejemplo, el precio de una lata de sardinas o de un turrón español equivalen al salario de una semana de un maestro o de un médico).
En relación con las libertades políticas, también se están dando pequeños pero significativos avances. En la radio y en la televisión se habla cada vez más de temas que hasta hace poco eran tabú como el “jineterismo” (término utilizado en el argot cubano para referirse a la prostitución) o la deserción en las escuelas. Muy significativo es el caso de la comedia Vivir del cuento, uno de los programas de mayor audiencia de la televisión cubana por su humor crítico y mordaz y en el que se describen las peripecias que atraviesan un par de amigos (Pánfilo y “Chequera”) para sobrevivir en las duras condiciones de la economía cubana. En uno de sus capítulos, por ejemplo, se hace referencia a las dificultades del transporte urbano en La Habana y a la dudosa calidad de los autos y a otros bienes fabricados en la antigua Unión Soviética.
Ciertamente ningún cambio es irreversible. Sin embargo, la experiencia histórica nos muestra que las sociedades difícilmente están dispuestas a renunciar a los cambios cuando estos son positivos. Esperemos que eso se aplique también a la perestroika cubana.

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