En nuestro país es histórica la forma de elegir gobernantes. Un pueblo sin ninguna formación política y una propuesta de políticos tradicionales, corruptos y oportunistas, que se aprovechan de esa ignorancia popular y se enquistan en el poder con el único interés de enriquecerse ilícitamente. No es casualidad que una y otra vez, cada cuatro años, aparezcan partidos nuevos, con los mismos políticos de siempre, ofreciendo solución a los problemas que siempre han estado ahí y que esos políticos nunca solucionaron cuando ejercieron puestos de poder en la función pública. No es una novedad, en nuestro ideario político nacional, cómo muchos políticos tradicionales asumen el quehacer político. Permanecen muchos años en un partido tradicional buscando una oportunidad de ascender; si no lo logran, entonces crean un partido nuevo y se declaran defensores de las necesidades populares. Si nadie «les da pelota» entonces regresan, como «perro arrepentido», con el perdón del «mejor amigo del hombre», al partido tradicional del cual, supuestamente, una vez renegaron. Ahí, reconociendo su grave error, se le nombra en el primer lugar para diputado por la provincia de San José o se le ofrece un puesto político en el extranjero. O están aquellos otros, u otras, que dicen representar intereses de minorías o excluidos y, una vez que llegan a estar ahí, disfrutando del poder, entonces se olvidan de quienes dicen representar y cuando ven acabarse su «chupeta», es decir, su empleo, entonces se le «abren de piernas» a quien consideran va a ganar la presidencia de la república en las nuevas elecciones. De esta forma, sin vergüenza alguna, siguen usufructuando puestos políticos. No podemos dejar por fuera a otros tantos «parásitos» de la función pública. Ya hemos visto cómo muchos funcionarios públicos de la actual administración renuncian a sus puestos para darle la adhesión a quien consideran va a ganar las elecciones.
Una sociedad para cambiar y avanzar, desarrollarse y proyectarse en el futuro, y en la búsqueda de soluciones, debe sustentarse en el relevo de sus cuadros de dirigencia. No puede haber cambios donde los mismos de siempre desempeñan los mismos puestos una y otra vez. No es recomendable, en estos tiempos, una clase política que se recicla y se recicla «ad infinitum» ahora sí y mañana también. Sobre todo cuando esa clase política ha sido la culpable de las desgracias que a esta sociedad le aquejan y, muchos menos, cuando muchas y muchos de esos dirigentes, no solo han participado en hechos corruptos, sino que la mayoría de ellos, los han ignorado pensando en su beneficio personal.
No considero innovador nada de lo que les digo. Todo lo anterior, mis queridos y queridas lectores, ustedes ya lo han pensado, pero es importante recalcar que nuestra sociedad costarricense se nos está hundiendo. Considero que no se necesita ser una eminencia para darse cuenta de esto, pero sí considero importante asumir una actitud ética, seria y comprometida con la realidad política que estamos viviendo. No hay duda que nuestra sociedad si sigue con este tipo de gobernantes colapsará en poco tiempo. La mafia ha logrado escalar puestos en la política, la religión, la economía, el Estado, la tecnología. E, incluso, en la academia. Como actores sociales no estamos excluidos de las inmundicias que afectan a nuestra sociedad. Como dicen las Sagradas Escrituras: quien tenga oídos que oiga y quien tiene ojos que vea. Al fin y al cabo Sartre tiene razón cuando nos dice que podemos ser culpables, tanto por nuestras acciones como por nuestras omisiones. No hay duda de que podemos hacernos de la «vista gorda» cuando consideramos que nuestros intereses están consolidados. Pero la ética nos obliga a asumir nuestra responsabilidad, tanto en beneficio de quienes consideramos excluidos por el sistema, como en contra de quienes se aprovechan del poder y hacen uso de él para engullirse los bienes de los que menos tienen.