Dilema en ciencia y humanidad

Pero pienso que  concederle un Premio Nobel de ciencia  sería  sumamente  riesgoso,  no solo para el  avance del conocimiento compartido o social,  sino para

Soy  admirador  del carácter y la obra del cosmólogo físico inglés Stephen Hawking,  desde una perspectiva personal o individual.

Pero pienso que  concederle un Premio Nobel de ciencia  sería  sumamente  riesgoso,  no solo para el  avance del conocimiento compartido o social,  sino para el desarrollo de la humanidad como especie.  Voy a tratar de explicar,  brevemente,  esa atrevida proposición.

Hawking piensa que nuestro universo proviene de “la nada” y volverá a “la nada”.  Para él  “nada” es lo irrelevante o lo inexplicable para la ciencia en la forma concebida y practicada por él. 

En otras palabras,  se trata de una “nada” de mentiritas, ficticia, que absolutiza esa ciencia, sometiéndola arbitrariamente a la tautología y dando a los científicos correspondientes la palabra total o final sobre el conocimiento.

(II parte)
Reconozco que eso pudo haber sido eficaz y provechoso para  el desenvolvimiento de una parte o etapa de la ciencia y especialmente la tecnología asociada con ella. Pero tiende a encerrar y limitar la ciencia, conduciéndola a un callejón sin salida; “hipostatiza” esa ciencia (en el sentido inglés, “hypostatize”), convirtiéndola en un ídolo, como el becerro de oro descrito en el Viejo Testamento.

Quizás intuyendo el sentido y las implicaciones de todo eso, Hawking no se ha mostrado dispuesto revisar y criticar su concepto de ciencia, sino que lo lleva ciegamente a sus últimas consecuencias: dice -o, por lo menos sugiere- que está alcanzando su fin; y, cuando esto suceda, los humanos “conocerán la mente de Dios”.

¡Claro!, ¡porque  su concepto de ciencia es como un dios que él adora, ante el cual  se postra y con el cual se compenetra! Resultado o consecuencia de ello sería que   los seres humanos, la especie homo sapiens, se convertirían en Dios o dioses. Así, se acabaría la evolución, seríamos perfectos; nuestra  tecnología, que se basa en –o se  deriva- de esa ciencia endiosada sería divina; y todo lo que se genera con ella sería bueno y maravilloso.

 He allí  el peligro de bendecir a Hawking con un Premio Nobel, como científico.  Debilitaría  la crítica, si no la calla del todo; desanimaría el espíritu explorador, si no lo mata del todo; frenaría el impulso creativo, si no lo anula del todo. En otras palabras, se irían acabando las fuerzas que  renuevan la ciencia y amplían su horizonte.

Se iría hacia la implantación de un “paradigma final”, una “teoría de todo” (así la llaman Hawking y otros), un “pensamiento único”. Y me pregunto: ¿cómo se decidiría cuál es ese paradigma, teoría o pensamiento?, ¿quiénes serían sus guardianes?, ¿cómo lo guardarían?, ¿cuál sería el trato que darían a quienes se atreven a disentir?, ¿no estaríamos ante un verdadero totalitarismo de cierta ciencia bajo control de ciertos científicos?

Pero, la gravísimo de esa eventualidad grave, digo parodiando a Martin Heidegger, es que, desde un totalitarismo científico al totalitarismo político hay pocos pasos; los cuales serían  virtualmente inevitables. Y esto, dentro de un mundo globalizado, no envolvería solamente  la cultura anglosajona de Hawking, ni la de Occidente Norte,  donde se inserta la primera, sino que se extendería a todos los rincones del mundo,  incluyendo nuestra minúscula Costa Rica.

 Por eso me atreví a escribir lo que he escrito.  Veremos qué pasará en octubre.

 

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