El Club de Chile

Vivir en Chile y haber presenciado la paralización de esa obra arquitectónica fue una experiencia profundamente esclarecedora. Sobre todo, quizás, porque llegué allá tres

El año pasado, cuando el gobierno y los sectores empresariales chilenos anunciaron que la caída de los mercados obligaría a paralizar la construcción de la torre empresarial Costanera Center –rascacielos que iba a ser el más alto de toda Sudamérica y, según sus impulsores, el emblema del éxito económico chileno–, se planteó, muy a su pesar, el resquebrajamiento simbólico de una metáfora arquitectónica de enorme peso ideológico.

Vivir en Chile y haber presenciado la paralización de esa obra arquitectónica fue una experiencia profundamente esclarecedora. Sobre todo, quizás, porque llegué allá tres meses después del Referéndum, a buscar trabajo como cualquier inmigrante en esa ciudad inmensa y llena de cicatrices llamada Santiago. Durante ese año, tuve la oportunidad experimentar y compartir, con chilenos e inmigrantes, lo que significa vivir en esa nación que, al lado de Singapur y México, constituye el ‘Club’ al que según Óscar Arias, Costa Rica habría de ingresar con la firma del TLC.
En tanto que otras naciones latinoamericanas vienen de regreso de la devastadora experiencia neoliberal, Costa Rica empieza apenas a lanzarse de lleno en el experimento que llevó a Chile a ser lo que es hoy: un país dominado por marcadas inequidades sociales y económicas, violentado por la privatización de todos los servicios básicos, y caracterizado por una sociedad profundamente excluyente. Así, a través de leyes como la llamada “Ley Antiterrorista”, se criminaliza a los pueblos originarios por reclamar su derecho a la ‘mapu’ (tierra), utilizando, para ello, mecanismos judiciales favorables a los intereses de las transnacionales que, en nombre de la libertad de mercado, se han apropiado de las grandes riquezas naturales y económicas del país.
En Chile, es cierto, hay compañías de telefonía, seguros, y múltiples operadoras de pensiones para escoger; el problema radica en que la posibilidad de elegir dependerá absoluta y concretamente de los ingresos que usted reciba. Así las cosas, si usted se enferma de algo que su plan médico no cubre, el sistema le otorgará la entera libertad de adquirir una deuda en alguno de los numerosos bancos privados instalados en el país, y de ese modo, colaborar activamente en la perpetuación de ese círculo interminable de endeudamiento-crédito que se ha convertido en el modus vivendi obligado para gran parte de las clases medias y bajas chilenas.
En Chile, la salud y la educación se han convertido, cada vez más, en privilegios y mercancías inaccesibles para grandes segmentos de la población.  Pese a que el sistema público de salud ha empezado a levantar cabeza gracias al mejoramiento paulatino que los últimos gobiernos de la Concertación han realizado en el sistema hospitalario estatal –el cual fue víctima de un desfinanciamiento sistemático en la era Pinochet–, todo parece indicar que leyes del mercado rigen, incluso, la posibilidad de acceder a esos dos derechos fundamentales. Esta herencia procede, al igual que los miles de desaparecidos, de la dictadura militar que, a partir del 11 de setiembre de 1973, abrió el largo camino para la instauración de ese primer gran experimento neoliberal que al resto de países latinoamericanos nos han querido imponer como el único modelo posible de desarrollo. 
El paisaje urbano chileno es la metáfora de esa entronización del libre mercado. El ‘dinamismo’ de la economía se traduce en cientos de construcciones, grúas y torres de apartamentos, en grandes malles y ciudades empresariales asépticas y ordenadas. Por dondequiera que se mire, es posible hallar las trazas de ese desarrollo económico; sin embargo, la periferia santiaguina y sectores como Cerro Navia o las poblaciones –barrios marginales–, dejan claro que el sistema económico instaurado, que le permite a Chile tener uno de los niveles de PIB más altos en todo el continente, no ha significado que la riqueza se “derrame” en otros sectores más allá de Las Condes, Vitacura y La Dehesa, que serían, en Costa Rica, el equivalente a Escazú y alrededores.
Pese a ello, en estos días de crisis y planes de rescate para auxiliar a los responsables del descalabro financiero internacional, las élites chilenas anunciaron con gran regocijo la reanudación del Costanera Center…Todo parece indicar que la vida sigue en el mejor de los mundos posibles. Mientras tanto, en esta suiza centroamericana, el Gobierno y las cámaras empresariales siguen deleitándose por haber ingresado al Club, y sueñan con que, un día, quizás no tan lejano, podamos tener un Costanerita Center a imagen y semejanza… porque claro, el quid del asunto está seguir siendo una suiza centroamericana, la única suiza centroamericana en el Club de Chile.

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