Es necesario agradecerle al escritor Raúl Costales Domínguez, que en su nueva contribución a la polémica sobre la filosofía política de Platón (Semanario Universidad, 16/1/13) realice un evidente esfuerzo por enmendar los desaciertos de su columna pasada, aunque lamentablemente lo realice con poco éxito.
En su nuevo texto, Costales Domínguez demuestra voluntad por salir de su estado de desconocimiento respecto de la filosofía política platónica, y para ello avanza apenas un poco, lo cual no permite establecer mayor diferencia con respecto a sus primeras interpretaciones.
A diferencia de su primer artículo (Semanario Universidad, 7/11/12), Costales Domínguez pretende justificar sus tesis recurriendo arbitrariamente al corpus platónico, pero lo hace cometiendo un craso error: insistir en un grupo descontextualizado de referencias al texto platónico, a partir de las cuales no se puede inferir ningún totalitarismo en la obra de este autor. Por esta razón, la aproximación de Costales Domínguez a la obra de Platón es meramente arbitraria, en la medida que coloca fuera de contexto lo que habría que leer dentro de un conjunto de elaboraciones conceptuales por parte de este filósofo. Fuera de este contexto concreto, las referencias a Platón se tornan superfluas, lo cual trae como consecuencia que ningún proceso hermenéutico pueda ser sustentado con éxito, y así fracasa el proyecto de este escritor.
Estrictamente, lo único que se puede comprender a partir de estas fragmentarias referencias realizadas por Costales Domínguez es que el escritor privilegia la lectura de unas pequeñas secciones de La República o de Las Leyes, valga decir que no solamente en estos textos el filósofo ateniense expresa sus concepciones sobre la política, asunto que el escritor de marras ignora por completo. Esto no es un asunto menor como podría pensarse, sino realmente algo muy grave tomando en cuenta el tipo de generalizaciones realizadas a partir de una porción de la obra del filósofo griego.
Estas generalizaciones constituyen por su misma naturaleza (contrario a lo que sostiene Costales Domínguez), algo temerario contra Platón y contra la filosofía (que no es una “ciencia” como la califica erróneamente el escritor), a la cual termina degradando y responsabilizando de ser la inspiradora de los atrocidades cometidas por la Inquisición, o de los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo se puede justificar a partir de una lectura rápida y unilateral de únicamente dos obras de Platón que los filósofos son megalomaníacos? ¿Se puede sostener a partir de una lectura fragmentaria de Platón que la filosofía participa activamente de la barbarie? Evidentemente aquí hay una confusión completa.
Mientras tanto, el núcleo de nuestra argumentación respecto a la discusión permanece siendo el mismo. Costales Domínguez no refuta en ningún momento lo que se ha planteado en relación a la inexistencia de un carácter totalitario en el pensamiento político de Platón, y en lugar de realizar una demostración que conduzca a una certeza epistémica, política y ética de sus propios fundamentos, termina lanzando argumentos vacíos de contenido.
Este escritor realiza una acusación ambigua respecto del totalitarismo de Estado en Platón, confundiendo abiertamente entre un Estado fuerte y un Estado totalitario. Basta tan sólo un ejemplo, la suposición (neo) liberal del mercado como una entidad autoregulada o autosuficiente es claramente totalitaria, ello en la medida que no deja espacio alguno a ningún curso de acción para los individuos, y se impone como una verdad absoluta desde los criterios del pensamiento único, como una doctrina inequívoca que no admite dudas.
Costales Domínguez no repara en el hecho de que una polémica se conquista refutando los argumentos del adversario, no lanzando falacias que en lugar de aclarar el panorama terminan creando una nube de oscuridad. Mientras este escritor no sea capaz de refutar el fondo de lo planteado en nuestro artículo (Semanario Universidad 5/12/12), esta polémica sobre el trasfondo de la filosofía política de Platón está muerta, y por ende es insulsa. No se puede discutir con quien carece de argumentos, o que a falta de ellos sólo puede pensar que su adversario no ha leído más que resúmenes. En todo caso, esto último pareciera ser un elemento más autorreferencial del propio escritor que otra cosa.