Enigmas de la historia, secretos de la civilización

En uno de esos viajes que todo ser humano debería hacer por las calzadas de la evolución sociourbana, tuve ocasión de transitar por un

En uno de esos viajes que todo ser humano debería hacer por las calzadas de la evolución sociourbana, tuve ocasión de transitar por un punto crucial donde confluyen tres pequeñas plazas de un centro de cultura superior.

En general, aquel espacio fragmentado en una especie de poliedro primitivo y relieves improvisados, bastante anárquico, tenía su sabor a gente cálida, dicharachera y buena nota. Sucia por la basura que tiraban por todas partes y por lo que se podía ver en los alrededores, como paredes, vidrieras, ornamentos, postes, bancas, aceras, entre otros, además de mafias de vendedores ambulantes, labiosos estafadores emocionales, güevones y güevonas que deberían estar en trabajos de dignidad para sus personas, los cuales por su pinta y músculo estaban en capacidad de buscarlos y llevarlos a cabo. Según parece, el concepto de policía era desconocido en aquella época, tal era el punto de educación alcanzado por esos habitantes.

Se me ocurrió hacer el ingreso y usar la zona de seguridad peatonal, donde los vehículos automotores tenían que hacer el “Alto”, puesto que aquella villa con pretensiones de ciudad universitaria usaba los estándares internacionales de señalización. En línea de cincuenta metros el día anterior me pareció normal, pintura amarilla-blanca para tránsito y demarcación en la calle correcta, tres vías peatonales impecables.

De repente se me trabaron las neuronas: la señalización tenía colores de papagayos, colores tropicales y bandas que parecían de equipo de futbol africano. Fue cuando me dije: cambiaron la reglamentación sígnica internacional. Pero no, habían atropellado a los transeúntes con la alcahuetería de algún jefe tribal. Volví a prestar atención durante varios días y seguía la charanga. Pensé, cuídense los peatones, desentiéndanse los conductores, porque desaparecieron los signos viales que marcan los límites de la tolerancia y la convivencia respetuosa. Era el futuro.

Adentrándome más noté un punto clave de belleza, esculturas joviales de bronce acordes con el ambiente y junto a ellas vi en el piso lo que parecía ser el resto de superficie de una fuente pequeña estilo renacentista, de buen diseño. Por más que le di vuelta a la cabeza no di en el clavo, más bien se me metió un clavo en la testa.

Anduve merodeando y según versión de algunos residentes de la temporalidad cotidiana, efectivamente hubo una fuente preciosa, con un chorro de agua fresca que se regulaba mediante un dispositivo electrónico, tanto en la altura del chorro como las horas en que funcionaba, más o menos de 6:30 de la mañana a las 7 de la noche.

¿Por qué la eliminaron? La memoria perdida contaba que la mitología urbana con sus jóvenes estudiantes, habían tomado la fuente para hacer competencias de tiro de orines con su pito varonil, donde el chorro de agua era el referente de vigor, potencia, y según la distancia, se podía diseñar a chorro de orín la hipérbole con la que mostraban sus atributos hedonistas de seso hueco, donde los más avezados hacían insignes cálculos matemáticos. El lugar era usado como basurero; la fuente se eliminó a ras de piso y por debajo quedó el tanque y demás dispositivos.

Diagonal estaba la biblioteca, el sumun insigne de la cultura. Tres pisos visibles y uno número cuatro flotando en el techo. Se subían las escaleras, y ¡oh maravilla! se llegaba a un punto sideral, no había continuidad, las huellas descansaban en un rellano absoluto de cielorraso blanco al infinito de la imaginación; la balaustrada advertía prevenirse para no caer al vacío. Muñón de miembro completo de escaleras en el tercer piso de la biblioteca, que no suben ni bajan… Ahí estaba, frente a mí, mudo en la estupidez de mi ignorancia, la puerta inconclusa de ¿Dios? Diseño suprahumano, el fin de los tiempos.

Dentro de 5000 años, me decía, los arqueólogos con sabiduría profunda emitirán su veredicto contundente: no sabemos cómo ni por qué de estas tres maravillas extraterrestres. Lo que la masonería sabe, lo que la Iglesia Católica calla. Misterios de los astronautas del futuro.

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