Costa Rica confronta una afluencia de estancamientos que carece de precedentes en su historia. Su sistema socioeconómico se halla estancado, su sistema sanitario, su sistema de infraestructura pública, el sistema energético, el sistema burocrático, su sistema de valores, entre otros y, sobre todo, su sistema político, que para todos los fines prácticos ha perdido la confianza de un sector del pueblo.
¿Podemos afirmar que dichos estancamientos constituyen una decadencia terminal de Costa Rica? No. Se debe comprender que la situación actual del país no representa un fracaso, sino una oportunidad para mejorar y avanzar. Más que el final de la historia, es la conclusión de una etapa que nos permite ser agentes de cambio y arquitectos de la ruta que ha de transportarnos hacia la consecución de la estrella que nos debe inspirar a la hora de gobernar: El bienestar para el mayor número de costarricenses.
No es posible explicar solo en términos políticos, estos y otros acontecimientos en la vida nacional. Se hallan relacionados igualmente profundos en la vida familiar, en la esfera empresarial, en la tecnología, la cultura y los valores. Para gobernar en este periodo de cambios vertiginosos, de desilusión y conflicto casi fratricida en la sociedad, necesitamos un enfoque coherente con el siglo XXI, inspirado en una filosofía de libertad, con progresismo que coadyuve la integración público-privada para el desarrollo ecológico, económico y social, basado en el respeto a los derechos humanos de las y los ciudadanos.
El enfoque nacional de desarrollo debe ser canalizado hacia a la adopción de medidas prácticas y eficaces que solventen nuestros problemas, llevadas a cabo por ciudadanos íntegros, innovadores, capacitados, con don de servicio y liderazgo positivo, que no acepten ser víctimas de la época que les tocó vivir, o en el peor de los casos, terminar esquivando con astutas excusas la responsabilidad histórica otorgada por más de un millón de costarricenses, como es el caso del presidente Luis Guillermo Solís Rivera en su demagógico artículo del 1 de marzo de 2015, publicado en La Nación y en cadena nacional de la misma fecha.
La dura enseñanza que nos deja la desorientación del Gobierno, es evitar la administración de la cosa pública por grupos populistas, pseudorrevolucionarios de salón, que alimentan ansias extraídas de las páginas amarillentas de propaganda política trasnochada (del socialismo del siglo 21 y otros demonios…), que carentes de ideas innovadoras afines a los cambios de nuestros días, ejecutan la única revolución que conocen, la del insulto.
Es menester enfatizar, que la incapacidad para aplicar un modelo socioeconómico acorde a la era del conocimiento y la globalización sostenible, nos mantendrá en una política con resultados de frustración, negativismo, cinismo y desesperación. Por tanto, es hora de actuar en consecuencia a la libertad legada por los padres fundadores de la patria, atacando el estatus-quo con ideas, disciplina intelectual y soluciones, para un Bien Vivir.