Gadafi, Guatemala, genocidio, comienzan todos con la letra “g”. Se puede discutir si la que va en mayúscula es más grande o más pequeña en Guatemala que en Gadafi o al revés. Seguro en Libia quienes luchan y mueren (escribo cuando la batalla no está resuelta) lo hacen algunos con honestidad, otros con oportunismo, unos cuantos como parte de una o varias conjuras locales y extranjeras. No es la peor suerte ser, por poco o mucho tiempo, Gadafi en Libia, aunque uno se apellide Ríos Truco o McDonald Smith. Complejo es el comportamiento humano y en ese espacio africano hay mucho petróleo. La letra “g” en genocidio excreta sangre. Es sangre especial. Mancha solo a las víctimas y sus familias para siempre mientras los criminales asisten a sus galas con manos y vestidos limpios.
Redacto lo anterior tras asistir a la proyección del cine-documento “La isla. Archivos de una tragedia”, del alemán Uli Stelzner, un film centrado en la exhumación de miles de documentos de la Policía Nacional guatemalteca, textos que condensan en parte la represión que en el país ejercen sus cuerpos de inseguridad. Asunto conocido y oficialmente callado, lo que facilita que al régimen socio-político guatemalteco se le valore como a una hermana nación centroamericana y como un país más de América Latina, con asiento legítimo en la OEA y la ONU.
Stelzner rechaza se le estime una persona valiente por hacer este cine, pero si fuera guatemalteco estaría o muerto o bajo protección de un gobierno europeo. En verdad, ser alemán tampoco evitaría que se lo liquidara. Solo que quizás su sangre, por ser del Primer Mundo, salpicaría a alguien. Subordinados, claro. Nunca a oligarcas, tecnócratas, pastores, generales, asesores gringos. Ellos reclaman la sangre ajena pero no se les pega. Como ruge con cultural convicción en el film el general y líder religioso Efraín Ríos Montt: “¡Vamos a matar pero no a asesinar!” Cuestión de perspectivas. A Ríos se le acusa por genocidio, tortura, desapariciones forzadas y terror de Estado. Es probable que muera apaciblemente en su cama. Una cierta Guatemala lo mantendrá vivo.
Guatemala se ha constituido mediante lógicas oligárquicas, señoriales, racistas y patriarcales. Las minorías reinantes son o “blancas” o, en habla local, “ladinas” (un mestizo abyecto). Debido a estas lógicas, que el sistema descarga con crueldad suma, en Guatemala no existe Estado de derecho y la fórmula “derechos humanos” es o broma o pesadilla. Las prácticas de terror han conseguido desagregar a los guatemaltecos en muchas minorías nutridas por la sospecha, el miedo y una incomunicable indignación. En algún proceso de masacre los muertos llegan a 70.000. En otro, a 200.000. No incluyen niños traficados, mujeres violadas ni torturados. Son números de los ultimados a balazos, descuartizados en cárceles o quemados vivos. No se puede optar entre estas muertes. Dependen del humor de los criminales. La causa es generalizada: “Subversivos. Comunistas”. Carece de importancia. Quien tiene la fe de quedar impune mata como se le antoja.
El régimen de Guatemala nunca ha sido emplazado en la ONU ni en la OEA. Tiene licencia para aterrorizar y aplastar. Genocidar, digamos. En especial a las comunidades rurales indígenas y garinagu que constituyen más del 65% de la población. Que el régimen de existencia y liquidación guatemalteco nunca haya sido cuestionado y condenado por la ONU ni la OEA, ni visitado por tropas de la OTAN para que alguna vez las cuentas se ajusten, aunque sea un poco, quiere decir que de lo que ocurre y sigue ocurriendo en Guatemala resultamos todos responsables. O que Naciones Unidas, OEA y OTAN (no se menciona entidad centroamericana alguna porque sería de mal gusto) son mampara y cómplices de genocidios ocurridos y por ocurrir. Elija usted. Y proceda en consecuencia. Por ejemplo, si es creyente religioso, dedique un día de cada mes a orar porque la Virgen u otro ser puro cambie esta realidad (la virgen no puede ser la del Rosario; ya es patrona del Ejército). Y así.
El film de Stelzner no trata exactamente de estos sórdidos lugares comunes guatemaltecos. Pero facilita introducir su discusión. A ver si hacemos entonces, entre primermundistas y tercermundistas, que en el siglo XXI Guatemala se convierta a la humanidad, si es que tal cosa significa algo. Porque los genocidas feroces son también parte de la especie. Ojalá no fueran también parte de nosotros.