Gaudeamus

A finales de cada año, aquí termina el año académico y en otras partes acaba de empezar. No suele concordar con el calendario anual,

A finales de cada año, aquí termina el año académico y en otras partes acaba de empezar. No suele concordar con el calendario anual, ni con el ciclo religioso, la vida universitaria tiene su propia respiración. En Costa Rica, su período va prácticamente en paralelo con la primaria y la secundaria y, a su vez, estas obedecen a la secuencia del clima y la economía del café.

En todas partes, ese ritmo va pareado con ritos. De mi vida universitaria en Lovaina, Bélgica recuerdo vivamente la inauguración anual en el centro de la ciudad: la procesión de profesores con sus togas, diferenciadas según facultades y rangos. ¿No proclama el Principito, querido hombrecillo cuerdo, que “hay que vestir el corazón”? La idea misma remonta a la Edad Media: todos somos estudiantes, para siempre; pero se distinguía claramente el profesor del alumno. Este –por su gorra– era inconfundible con el de otra universidad. ¡Si hablaran todavía Marco Tulio Salazar, Rafael Ángel Calderón Guardia, esos de la “U” de Bruselas, criatura masónica del siglo XIX, por un lado, y Jorge Volio, como tantos otros, de mi Universidad Católica de Lovaina, creada en 1425!

En aras de supuesta modernización, se han perdido estas costumbres de inicio de curso. Llegando a Costa Rica, en la década de los 70, recuerdo todavía las dudosas prácticas de inicio de curso con ese hijo de magistrado (de cuyo nombre no quiero acordarme) y el grito histérico de “pelo, pelo”, tijera en mano, contra los novatos: práctica deprimente que también sufrí (con otras degradaciones) en la madrileña “Complutense”, creada en 1499.

A su vez, guardo casi como reliquia la banda que me ciñeron como presidente del círculo literario en mi “Colegio Mayor”. La vestimenta universitaria, entonces, no subrayaba moda, sino tradición y categoría. Ah… y la tuna…

Por eso, una de las facetas de un enriquecedor viaje a Polonia, fue que en la “Akademia Polonijna” de Czestochowa, después de nuestra respectiva ponencia, los profesores extranjeros fuimos invitados, con todo y toga, a la inauguración del año académico 2014-15. ¡La universidad de Cracovia es de 1364!

De acuerdo, “el hábito no hace al monje”, se repiten en todos los idiomas a partir de una frase de mi Erasmo (nacido en Rótterdam y profesor de mi Lovaina), pero sin desbordar a la gringa en the show must go on, aquel ropaje es útil para recordar que también nuestras universidades todas provienen de un empeño humanizante, universalizante (lo dice el nombre de la institución); remontan nada menos que a la supuesta “Edad Oscura” del Medioevo, con la creación, entre otros, de la Sorbonne, en París, hacia 1170.

Mucha agua ha corrido por el Virilla, en Costa Rica y por el Vístula en Polonia, pero debe seguir el mismo afán de “Alma Mater”, la academia como nutriente, todo con alegría juvenil: Gaudeamus, ¡celebremos!, la canción de la vieja Europa se mantiene con toda su vigencia también por aquí.

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