¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!

A partir de las 8 p.m., varias decenas de personas empezaron a reunirse alrededor de la puerta del Palacio Nacional que había sido quemada.

El 20 de noviembre, 104 aniversario de la Revolución Mexicana, se efectuó la tercera marcha de protesta pacífica; la movilización ciudadana incluyó personas de todas las edades, sexo o perfil socioeconómico. Desde grupos estudiantiles o sindicales organizados, hasta familias completas, marcharon clamando por justicia y un nuevo México. Los cantos de desaprobación al gobierno actual y a la forma en que ha actuado por el crimen de Iguala fueron la constante. En el DF, las personas llegaban al Zócalo, entonaban cantos de protesta y regresaban a sus casas.

A partir de las 8 p.m., varias decenas de personas empezaron a reunirse alrededor de la puerta del Palacio Nacional que había sido quemada. Un contingente de granaderos resguardaba la puerta y en lo alto del edifico, francotiradores. ¿Por qué? ¿Se esperaba otro Tlatelolco? Por fortuna no. Esa noche, pude ser testigo, la manifestación de los cantos no pasaba, y cuando alguna persona se ponía violenta, la gente a su alrededor le calmaba y le recordaba que era una protesta pacífica. Pero cuando menos me lo imaginé, los granaderos empezaron a provocar a los manifestantes. Muchos de estos se defendieron. Inició la lluvia de gases lacrimógenos y decidí partir. Me fui caminando y al llegar al centro del Zócalo, donde resalta una monumental bandera nacional, pude observar que el Zócalo estaba lleno de personas de todas las edades, incluyendo menores y una mayoría de personas de mediana edad. Permanecí allí unos minutos conversando con unas señoras sobre el enfrentamiento que se observaba a unos 100 metros. Continué caminando, no había avanzado ni 50 metros, cuando todo el Zócalo se inundó de gases lacrimógenos, volteé y vi venir una avalancha de gente y detrás de ellos, los granaderos arrasando a golpes con toda persona que se les ponía al frente, hombres y mujeres, sin excepción de edad. La gente gritaba: “¡no hacemos nada, ya nos vamos!”, pero todo fue inútil. A mi lado, un grupo de señoras cayeron al suelo, pero ello a los granaderos no les importó. Si quebraban los palos de los golpes que les daban, utilizaban sus escudos para seguir golpeando. La saña y el sadismo de sus rostros a la hora de agredir a las personas, nunca lo olvidaré. Yo fui víctima de este terrorismo de Estado, quedando anonadado e incrédulo de lo que acaba de experimentar. ¿Cuál fue el delito de esa noche? Tan sólo contar hasta 43 y clamar justicia…

El siguiente día, los noticieros -con excepción del de Cármen Aristegui- disminuyeron los hechos a vandalismo de un grupo de jóvenes anarquistas radicales. Pero quienes estuvieron allí, decidieron no callar y a pesar del miedo que reina la sociedad, los vídeos y los testimonios empezaron a circular en la Web. Mucha de esta información a las pocas horas de ser subida está siendo bloqueada. Pero la verdad se debe saber y por ello, el presente escrito. Al día de hoy, el saldo de la noche del 20 de noviembre son, además de los golpeados, 11 estudiantes detenidos, acusados de “terrorismo”, entre otros crímenes, y sin derecho a elegir abogado. El miedo se ha incrementado.

El 26 de noviembre se cumplieron dos meses del crimen de los 43. El día inició con noticias fatídicas. La cadena francesa de televisión France24 reveló el secuestro de más de 30 estudiantes adolescentes en Cocula, Guerrero, el 7 de julio pasado, y que hasta ahora sólo se conocía entre familiares de las víctimas. El informe también reportó que, aunque los secuestradores iban enmascarados, se llevaron a los muchachos en vehículos policiales. Parecía que las manifestaciones se mantendrían pacíficas, pero al da siguiente al dstaciones se mantendrEl día siguiente se encontraron 11 cuerpos de varones entre 20 y 25 años privados de la vida por disparo de arma de fuego, decapitados y quemados en las cercanías de Chilapa, Guerrero. La prensa informó que desde la noche anterior se registraron enfrentamientos en la zona.

No obstante, la ciudadanía sigue en pie de lucha no violenta contra la violencia en el país.  Nuevas actividades están siendo organizadas. Lo peor sería que el 26 de septiembre termine convirtiéndose en una fecha más de programa especial en la televisión para conmemorar cada año la noche trágica de Iguala.

La Historia nos enseña que todas las revoluciones han tenido un inicio, una chispa que prendió cuando otras muchas chispas anteriores no lo habían hecho. Quién sabe si los terribles hechos de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa será esa chispa que lleve a un verdadero cambio nacional, o si habrá que esperar unos meses o unos años más hasta que México despierte y se ponga manos a la obra para terminar con la corrupción, la violencia y la impunidad de siglos de abusos.

 

 

 

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