El sistema ha organizado un casino para que ganen siempre los mismos. Jose Luis Sampedro
Somos testigos de una coyuntura política patológica que no es exclusiva del momento que vive Costa Rica, sino un cruce casi cotidiano del ejercicio político-partidario, entre representatividad e intereses. Este encuentro nos lleva a preguntarnos ¿qué papel tiene la democracia representativa ante el desgaste partidario y el descontento social?
La creciente evidencia de una atrofia política (p minúscula) en los más diversos aspectos de los políticos “VIP”, refrendados por las palabras del ministro cuando explica el lugar de la participación ciudadana como los “promedio” que sólo afectan la imagen del gobierno, pero no enriquecen la discusión, nos insinúa que la “fila” para incidir en la política está saturada para los sectores de la ciudadanía, entonces nos lleva a reflexionar ¿cuáles son los interlocutores válidos en un escenario de democracia representativa?
Es contradictorio que el florecimiento de partidos, conlleve la constante del abstencionismo o ese llamado grupo de los “sin partido”, lo cual nos podría conducir a que tal proliferación de partidos políticos tiene más relación a enemistades a lo interno, para patalear y no quedar fuera del pastel electoral, que producto de una generación de propuestas alternativas.
Esta situación evidencia a los partidos políticos como oficina de intereses de grupos muy particulares, dominados por agrupaciones empresariales-financieros, donde su mayor preocupación coincide en la búsqueda de una rentabilidad e impunidad mayores para sus acciones, provocando un evidente ostracismo de las agendas políticas de los partidos y la supuesta discusión a mero eslogan de oficina de relaciones públicas.
El escenario se presta para potenciar la lucha de figuras, especialmente de calado mediático, que buscan asegurarse su puesto de “relacionista” del sector empresarial-financiero, llenando los vacíos del discurso con lugares comunes; esta forma higiénica de expresión asegura que luego de cumplido el periodo, pueden ser empleados de alguna de las empresas que defendieron.
No es secreto que el puesto de elección pasa por su financiamiento, donde la representatividad democrática erosiona aún más la idea del bien común, al perseguir su padrinazgo mediante el ejercicio de patrocinio. En esta transacción la agenda política de un determinado sector empresarial-financiero funcionará como calendario para el partido; así la agenda de dirección del país se hace a espaldas de los intereses ciudadanos.
Bajo este proceso, es evidente la erosión de la legitimidad de la democracia representativa, dado que la definición de los asuntos políticos-económicos ya no pasa por una participación e incidencia real de los diversos sectores, sino definidas en los bufetes y lobbies empresariales-financieros, por no decir el club de moda.
La sensación e imagen de los partidos políticos como una sección más del sector empresarial-financiero, favorece un distanciamiento mayor de la ciudadanía, pero esto para nada puede concebirse como una apatía hacia la Política (P mayúscula), sino un paso más hacia el ocaso de la democracia representativa, camino necesario hacia la construcción de una democracia participativa.
Fenómenos como Sardinal, Crucitas, Foro de Occidente y muchas otras manifestaciones de alcance local, regional o nacional son las luces hacia la refundación del espacio público como centro de discusión y el desmoronamiento de la incidencia política implantado por los partidos políticos, con aquella frase “es que nos han elegido”; este cinismo político utilizado como visado para las mayores traiciones a la voluntad popular, se debilita ante el simple cuestionamiento de no existir ninguna forma de revocatoria de puesto o mecanismos a lo interno, para la participación en la formulación y control de la ciudadanía en su definición de intereses y cumplimiento de responsabilidades.
Estas dinámicas deslegitiman a los partidos como canalizadores de los intereses ciudadanos; sin embargo, el fenómeno del abstencionismo y el creciente foco de los “sin partidos” no son elementos de preocupación para la construcción de una democracia participativa, sino un importante paso de reclamo para la reformulación de la institucionalidad atrofiada. Vuelve necesario construir una Política no con el fin electoral, sino como los espacios de participación e incidencia ciudadana en los asuntos directos de su localidad, así como en las prioridades regionales y nacionales.