Lo que continuación encontrará puede parecer muy localista y ajeno a nuestra realidad; sin embargo, muestra trascendencia también para el aquí y ahora.
Hace exactamente cien años, al inicio de la Primera Guerra Mundial, ocurrió una masacre en la cercanía del eje Malinas-Lovaina, no menos de 300 jóvenes soldados belgas, en un país neutral e invadido, fueron diezmados por una fuerza mucho más numérica y superior en armamento de alemanes en su travesía hacia Francia. Entre las víctimas estaba Teodoro Fretin, salvajemente eliminado el 12 de setiembre de 1914, a los 23 años. Fretin fue el primer graduado de educación superior en mi familia. Para mis mayores constituyó un modelo. Después de él, mi padre fue el segundo en obtener −con gran distinción, además− un título universitario.Desde entonces −y ahora con mayor razón, en el centenario− esa matazón constituye motivo de evocaciones oficiales de corte internacional (era de verdad una guerra “mundial”). Recién me llegó una foto con la tumba de mi pariente, digna ahora entre tantas, cada una con una amapola; sí, esa flor que −entre otros− Salomón de la Selva, poeta nicaragüense en las trincheras de Flandes, canta ahora para siempre. (Ver mi Puentes trasatlánticos, Ed. UCR, 2009)
Trascendiendo ya ese momento y ese lugar, tales ejecuciones en masa no eran nuevas y se siguen produciendo. La historia registra el heroico combate de Leonidas y los suyos en la guerra del Peloponeso (en Grecia) contra los persas. Pericles les hizo una pieza oratoria que todavía guarda interés: una oda al heroísmo de los caídos, al mismo tiempo que loa al sistema democrático que defendían. Sí, ¡nuestro modelo es de cinco siglos antes de Cristo!
En los mismos “Campos de Flandes” (tan citados por nuestro Joaquín García Monge), en la misma guerra mundial donde cayeron Fretin y los suyos, Hitler –simple mensajero en el frente– fue testigo de la eliminación de casi todo un batallón de los suyos. Imberbes alemanes que por su mismo miedo, además de la espesa niebla, se pusieron a cantar y por eso mismo se delataron ante el fuego aliado; de unos 800 quedaron 23. (Ver mi Esmeralda, Ed. Promesa, 2013). Nada más iniciada la Segunda Guerra, el Führer volvió allí a repetir, para su molino, lo de Pericles; a los flamencos fascistas que se alistaron con él para el frente ruso les impuso el nombre de batallón Langemark, por el supuesto lugar de esos hechos infaustos.
Yo no pienso igualar a Pericles en su magnífica pieza oratoria pero, recordando ahora esa carnicería de la que fue víctima este familiar mío, lo mismo que tantos episodios que mutatis mutandis se repiten (como el reciente holocausto de centenares de cristianos en Nigeria), rindo un íntimo homenaje a nuestro Teodoro (=don de Dios) y grito contra la estupidez de la guerra. ¿Quo vadis, humanismo?