Así, en la década de 1990, se producen movimientos sociales en la mayoría de los países del área, los cuales respondían a la necesidad de sacudirse de la década perdida –la de los 80, con el finiquito del Estado benefactor, con los gobiernos autoritarios del cono sur y la guerra civil en Centroamérica. En Costa Rica primero reaccionamos los educadores, con la huelga por los derechos laborales en 1991. Después, en 1995, todo el magisterio nacional fue despojado de su sistema digno de pensiones. Aquí sufrimos el embate de los organismos financieros internacionales, del imperio norteamericano y de los gobiernos cipayos del PLUSC, más el oportunismo y la traición de una casta sindical que aún desprecia los verdaderos intereses del trabajador.
Con el “Combo ICE”, en el año 2000, sucedió casi lo mismo que con la huelga magisterial de 1995; sólo que en esta ocasión las organizaciones sociales creyeron haber triunfado en las calles. Luego el TLC, desde 2003 y hasta su “frauderendo” en octubre de 2007, preparó la caída electoral del PLUSC, la cual debió haber sido defendida aún en las elecciones del 2006, cuando Liberación Nacional ganó una elección fraudulenta que el Partido Acción Ciudadana (PAC) no supo defender, quedando pospuesta su derrota para 8 años después.
Las esperanzas depositadas por un pueblo que quiere cambios estructurales en el manejo de la cosa pública, incluida la justicia socioeconómica -básicamente el sector que se opuso al “Combo ICE” y al “TLC”- en un gobierno alternativo, hasta hoy, parecen desvanecerse. En su momento quisimos ser profetas (ver Semanario UNIVERSIDAD No. 2032, “Dios me haga profeta”); mas los nublados que opacan la gestión de Luis Guillermo Solís nos indican que la historia prefiere los hechos, y estos nos dicen que la tierra prometida neoliberal nunca llegó y que para lograr un cambio favorable al pueblo trabajador, aún falta camino por recorrer.