Un abogado de nombre desconocido “trabaja cómodamente con los títulos de propiedad de los hombres ricos, con hipotecas y obligaciones” en Wall Street. Tiene dos escribientes, Turkey («Pavo») y Nippers («Tenazas»), que no se bastan para atender el trabajo del despacho, por ello pone un anuncio para contratar un nuevo empleado, al reclamo del cual acude un tal Bartleby, quien de inmediato es contratado. Su figura se describe como «pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria».
El floreciente abogado asigna a Bartleby un lugar junto a la ventana. Bartleby trabaja mucho y bien, pero cuando le solicita que examine con él un documento, contesta: «Preferiría no hacerlo» (I would prefer not to). A partir de ese momento, a cada amonestación de su jefe para examinar su trabajo, Bartleby, con mucha serenidad, contesta únicamente con esa frase, aunque continúa trabajando como copista con la misma eficiencia que al principio. El abogado detecta que Bartleby no abandona nunca la oficina, que en realidad se ha quedado a vivir allí.Entonces Bartleby decide no escribir más y es despedido. Pero se niega a irse. Sabiéndose incapaz de expulsarlo por la fuerza, el abogado decide trasladarse. Bartleby se niega a abandonar el sitio y los nuevos inquilinos se quejan al abogado de su presencia. El abogado intenta convencer a Bartleby, sin conseguirlo. Finalmente, Bartleby es detenido por vagabundo y encerrado en la cárcel. Allí, se deja morir de hambre. En un breve desenlace, se nos informa que el extraño comportamiento de Bartleby puede deberse a que antes había trabajado en Correos ocupado con las cartas devueltas por defunción.
Este es el resumen del extraordinario cuento “Bartleby el escribiente” (Bartleby the Scrivener: A Story of Wall Street) del escritor estadounidense Herman Melville (Nueva York 1819-1891). El mismo ha sido señalado como una síntesis de la gran enfermedad moderna: la burocratización de la vida y su disecación al tratar de convertirla en mera fórmula científica. Otros escritores, especialmente rusos, ya habían previsto este cáncer urbano y global: Gogol, Dostoievsky, Chejov; tradición que, junto a la norteamericana, desembocará en la lúcida y tremebunda obra del checo de origen judío Franz Kafka (leáse “La metamorfosis” o “El proceso”).
El relato de Melville ha sido objeto de numerosos estudios literarios, lingüísticos, filosóficos y psicoanalíticos. Como muchas veces en la historia del arte y la literatura, el poeta se anticipa a su tiempo mostrando la relación del sujeto moderno con la ley por medio de un personaje que sostiene hasta sus últimas consecuencias la discrepancia entre poder y querer.
Se han señalado, fundamentalmente, tres aspectos del texto, que, obviamente, no agotan las múltiples lecturas posibles. 1. Bartleby sostiene un enunciado muy propio que apunta más allá de cualquier objeto, situándose al otro lado de toda fuerza despótica. 2. Ilustra, de forma perfecta, una posición subjetiva de rechazo de la alienación. 3. Entre Bartleby y el abogado se establece una relación muy especial: el abogado encarna la función paterna/patriarcal que es cuestionada, junto con todo el orden establecido, por el escribiente.
De tal modo que Melville nos previene contra la alienación y la objetivación/cosificación del individuo en medio de un marasmo burocrático y mercadotécnico. Bartleby es una víctima del sistema que de pronto se niega a cooperar, es decir, a continuar como víctima propiciatoria. Con su negación, se convierte en el antihéroe de un capitalismo naciente que prefigura el capitalismo salvaje y descarnado de hoy con toda la parafernalia empresarial/militar (en términos del encuadre laboral) y su discurso homogeneizador.
Sirva lo anterior como marco a la medida tomada por las autoridades del ITCR para portar el carné de funcionario de manera visible y obligatoria. Si la posmodernidad neoliberal nos quiere uniformar para “distinguirnos” de los demás, de los “fuereños” en la “empresa”, y como una “medida de seguridad”, yo, con respecto a colocarme un carné colgando del cuello o de cualquier parte de mi cuerpo (o usar ropa con marcas comerciables visibles, cual si fuese un banner o valla publicitaria), al igual que Bartleby, “preferiría no hacerlo”.