“No es que yo pretenda decir que, en medio de la tormenta que amenaza hoy a la universidad y, dentro de ella, a unas disciplinas más que a otras, esa fuerza de resistencia, esa libertad que uno se toma de decirlo todo en el espacio público tiene su lugar único y privilegiado en lo que se denominan las Humanidades −concepto cuya definición convendrá afinar, deconstruir y ajustar, más allá de una tradición que también hay que cultivar−.
Pero ese principio de incondicionalidad se presenta, en el origen y por excelencia, en las Humanidades. Tiene un lugar de presentación, de manifestación, de salvaguarda originario y privilegiado en las Humanidades. También tiene allí su espacio de discusión y de reelaboración.
Esto pasa tanto por la literatura y las lenguas (es decir, las ciencias así llamadas del hombre y de la cultura) como por las artes no discursivas, el derecho y la filosofía, por la crítica, por el cuestionamiento y, más allá de la filosofía crítica y del cuestionamiento, por la deconstrucción −allí donde no se trata de nada menos que de repensar el concepto de hombre−, la figura de la humanidad en general y, especialmente, la que presuponen lo que llamamos, en la universidad, desde hace siglos, las Humanidades.
Por lo menos desde este punto de vista, la deconstrucción (no me siento en absoluto incómodo por decirlo e incluso por reivindicarlo) tiene su lugar privilegiado dentro de la universidad y de las Humanidades, como lugar de resistencia irredenta e incluso, analógicamente, como una especie de principio de desobediencia civil, incluso de disidencia en nombre de una ley superior y de una justicia del pensamiento” (Derrida, 1998, 6).
Si las humanidades –como pieza fundamental de la institución universitaria− están siendo amenazadas por los intereses externos de sus mecenas corporativos y, si aún peor, están siendo traicionadas al interior de la misma universidad con vistas a que desaparezcan, ¿qué hay que esperar? ¿Cómo entender una institución sin Humanidades y que pretende seguir llamándose universidad? Lo que se ve venir es la falacia ideológica que afirma que “las humanidades es un asunto de todos”, y que, bajo el supuesto de que la economía, la medicina, la informática, y las ingenierías, etc., son vertientes de las humanidades, entonces sus profesores dictarán las clases de humanidades en sus respectivas carreras; es como si los profesores de humanidades impartieran las clases de medicina aduciendo que ella es parte de las humanidades.
Una universidad sin humanidades no es una universidad. Puede llamársele como quiera, pero no universidad. Una institución “educativa” sin humanidades es una maquila de especialistas, sin herramientas generales y básicas para enfrentar y criticar con fundamentos sólidos a las instituciones que los crían para obedecer sin resistencia.
Reconozcamos que hoy día la comunidad universitaria es cada vez menos crítica y más obediente a las jerarquías y autoridades universitarias, gubernamentales y transnacionales.
La moral de esclavitud se expande con la rapidez de una plaga que tiene las condiciones a su favor para hacerlo, y esto debido a la posesión –por parte de los poderosos− de los medios de difusión, junto a las dádivas de recursos financieros a determinadas disciplinas y a la ubicación estratégica de profesionales que traicionan los ideales humanistas de la antigua universidad.
De acuerdo estoy con Derrida, que es en las Humanidades donde se debe gestar el espíritu de resistencia irredenta y de desobediencia civil. Pero eso no lo veo por ningún lado. El mayor error sería pensar que pueda surgir del seno de las autoridades universitarias.
Por el contrario, si surge –cosa que no creo− ha de brotar del seno de las periferias de la comunidad universitaria consciente, inconforme e indignada, pero valiente.