También es en esa condición que formula una serie de reclamos de carácter personal que no se relacionan con el asunto de fondo: las deficiencias, debilidades y contradicciones del trabajo sobre el concepto de mentalidad que publicó en la Revista Estudios (volumen 27, número 1, 2013), las cuales señalé en un artículo previo (Semanario UNIVERSIDAD, 5/2/2014).
Al proceder de esta manera, Rodríguez procura que el debate se sitúe en el terreno de la criptografía personal y de las argumentaciones ad hóminem, y no en el de los hechos historiográficos. Una vez que estos últimos son considerados, resulta evidente que la iniciativa de Rodríguez de autoreconocerse como el único historiador profesional costarricense que ha tratado “de precisar y comprender el concepto de mentalidad”, se basa en la omisión sistemática de los balances historiográficos realizados por otros historiadores, en particular los de José Gil.
Rodríguez, aparte de omitir estudios indispensables como los referidos, confundió figuras históricas y, en el comentario dado a conocer en el Semanario UNIVERSIDAD –en el que se definió como “un lector detallista”–, demostró que tampoco se preocupa por consignar correctamente la fecha de publicación de las referencias que menciona.
Proclive al autoreconocimiento, Rodríguez se manifiesta a favor de que los debates académicos se den “cara a cara” y no por medios escritos, como puede ser un periódico. De hecho, llega al extremo de sugerir que, en vez de publicar mis cuestionamientos a su trabajo, lo que debí hacer fue comunicárselos por teléfono o por correo electrónico.
Después de autoreconocerse en la Revista Estudios, Rodríguez reivindica ahora una cultura académica en la que trabajos como el suyo sí pueden ser dados a conocer públicamente; pero las dudas y los cuestionamientos que susciten, deben permanecer en el ámbito de lo privado.